Problemas técnicos nos impidieron colgar anoche, como siempre hacemos, la crónica correspondiente a la novillada de Madrid y, después del tiempo transcurrido, todavía guardamos en el corazón un festejo tan emotivo como importante. Una vez más se demostró que, el toro auténtico, en este caso los novillos de Ricardo Gallardo aportaron la emoción más que suficiente para que rugiera Madrid en muchos momentos de la tarde. Novillos broncos, correosos, encastadísimos; vamos, todo lo que debe de tener un toro de lidia para que su juego llegue a los tendidos y, en el caso de ayer, vaya si llegó.
Alejandro Peñaranda estuvo correctísimo en el primer enemigo suyo que, como cosa curiosa, resultó ser el más pastueño de la tarde. Ya en su segundo, con aquel torrente de agresividad que mostró su ponente, Peñaranda no tuvo remilgos a la hora de jugarse la vida, hasta el punto de la cruel voltereta de la que salió ileso pero, ahí había quedado, a lo largo de la tarde, su capacidad como lidiador, algo que, en un chaval nuevo tiene mucho mayor mérito. Cortó una justísima oreja pero, más allá del trofeo, me quedo con su tremenda disposición, por momentos, su calidad como torero y, sin duda por ese oficio tan bien aprendido que, ataviado por un valor sin cuento le llevó al premio.
Ismael Martín, como sus compañeros, nada dejó por hacer. Si se me apura es el más bisoño de los tres, al menos por lo que le pudimos ver; nada dejó en el tintero y, unas suertes le salieron mejor que otras, caso de las banderillas, pero, su valor, su capacidad para enfrentarse a unos “toros” que pedían credenciales ahí quedó. En su segundo cortó una oreja a sangre y fuego. Es de admirar la labor de estos chicos frente a una novillada encastadísima que no lo puso fácil a ninguno de los actuantes.
Roberto Martín Jarocho, un chaval con menos de veinte años había estado muy bien en su primero. Su capacidad para enfrentarse a los problemas que le plantearon sus oponentes es digna de encomio; los novillos no regalaron ni las buenas tardes, lo que viene a demostrar que había que tirar de oficio, de valor, de una decisión fuera de lo común, todo ello con el agravante de que, a priori, el triunfo se nos antojaba muy difícil para los tres chavales. Y salió el último de la tarde que, en honor a la verdad, no dábamos un duro por él en los primeros tercios pero, muleta en mano, ya con la diestra, Jarocho se encargó de modelar su embestida y recordarle a la fiera que, el que mandaba en la plaza era el diestro. Tras la dos primeras series con la derecha, Jarocho se echó la muleta a la zurda para enjaretarle tres tandas de naturales que, a estas horas, todavía está vibrando Madrid. Y era lógico porque se juntaron los componentes básicos para el éxito, un toro encastado y un torero cabal que, insisto, le bastaron tres series de naturales para cautivar la público de Madrid que, tras una estocada le pidieron las dos orejas sin discusión alguna y, lo más emotivo o bello, como queramos definirlo, es que tras matar Jarocho al toro, cientos de chavales se tiraron al ruedo para en loor de multitud sacarle por la puerta grande. Triunfo rotundo el suyo el que esperamos lo repita en todas las plaza donde actúe.