Dije hace unos días que me parece fabuloso el hecho de que en Madrid se den muchas oportunidades a diestros que, de no ser por la feria de San Isidro no torearían en ningún lado. Claro que, ese primer flas nos ilusiona a todos, lo realmente triste es cuando profundizas en la cuestión, analizas los hechos y te derrumbas sin remisión. ¡Madre mía del amor hermoso como está el toreo!
Digo esto porque, hace muy poquitas fechas conversaba con uno de los jóvenes toreros que, por justicia merecían estar en la feria madrileña. A principio de la conversación se notaba en sus palabras esa alegría desbordante por tener la oportunidad de torear en Madrid y, a su vez, reivindicarse como torero que es su máxima ilusión. El chico no cabía de gozo pero, a medida que transcurría la conversación llegamos hasta el punto crematístico y a partir de dicho instante me derrumbé. Y así sigo porque no entiendo nada. Al comprobar el contrato que el muchacho ha firmado para Las Ventas, cualquiera se echa a llorar sin remisión.
El toreo es grandeza, dijo una vez don Joaquín Vidal y quizás no le faltaba razón o lo afirmaba bajo la acepción del gran riesgo que acomete un hombre al jugarse la vida frente a un toro porque, insisto, si viviera ahora el maestro del periodismo aludido y viera cómo está el “patio” si de sueldos de los toreros hablamos, con toda seguridad que el maestro del periodismo retiraba para siempre de su vocablo aquella frase tan enigmática como conmovedora.
Imagino que, a la hora de firmar, el noventa por ciento de los toreros tienen que claudicar sin remisión y, como dice el acervo popular, esto son lentejas, si las quieres las tomas y si no las dejas. Como vemos elección hay muy poca pero, amigos, lo que he podido saber raya en la indignidad más absoluta porque estamos hablando de Madrid y en su feria de San Isidro, una plaza en la que, por regla natural, unos festejos por otros, alcanzará una media de diecisiete mil aficionados –ese es el pronóstico a gran escala- por tarde, lo que supone unos ingresos muy cuantiosos que, por “norma” serán las figuras los que se llevarán la gran tajada pero, aquello de que no queden ni las migajas para el resto de los toreros, eso descorazona a cualquiera y, lo peor de todo es que este mal no tiene cura.
Es lógico que el aficionado, a la hora de ir a la plaza quiere ver torear y para nada le importa el sueldo de los toreros. Tampoco esa información está al alcance de todos, si acaso, para los desdichados que nos adentramos en el alma y el corazón de ciertos toreros para ayudarles a sobrellevar su pena. Pero no sería nada descabellado que se anunciara en una pantalla gigante el sueldo de los toreros para que, con semejante dato, el aficionado pudiera tener el grado justo de exigencia con cada torero. Fulanito de tal, confirmante, ocho mil trescientos euros; la figura de turno, ciento cincuenta mil euros. Son datos estimativos, pero muy cercanos a la realidad.
Pienso que, para mal del toreo en su conjunto, al respecto de la cuestión monetaria hemos tocado fondo, mejor dicho, hemos bajado hasta la sima de las profundidades más aberrantes que se puedan cometer contra los toreros humildes. Si la sociedad, en todos sus ámbitos, ha cambiado para mal, del toreo no quiero ni pensarlo. Recordemos que, en la década de los ochenta y noventa, decenas de toreros humildes se compraban una casa, tenían su automóvil de lujo y, algunos, más hábiles que sus compañeros, el dinero ganado invertían en locales comerciales y de tal modo, hasta arreglaban su futuro. Todo es historia.
¿Por qué sucedía todo lo que digo? Porque los toreros, unos más y otros menos, todos ganaban dinero algo que, en la actualidad se ha tornado una quimera y, muchos para que su desdicha sea todavía mayor, tienen pagarés vencidos que no han podido cobrar y, lo que es peor, pueden hacer avioncitos de papel con ellos porque jamás serán efectivos, algo como las acciones de Rumasa en su momento. ¿Cómo se arregla es mal endémico que tanto afecta a los toreros? Lo siento, no existe remedio alguno, por tanto, no queda otra opción que vivir aferrados a la miseria.
Valga el lienzo sobre Juan Mora que ha dibujado nuestro artista referencial, Giovanni Tortosa. Puesto que hablamos de las miserias de los toreros, debemos de convenir que, Juan Mora, durante toda su carrera dignificó su profesión y jamás se prostituyó respecto a cuestiones crematísticas.