Hoy me quería tomar un día de asueto pero, la verdad llegó ayer a mi corazón y no he podido resistir la tentación de trasmitírsela al mundo. Sin duda alguna, lo ocurrido ayer en Sanlúcar de Barrameda resultó ser un monumento a la verdad , algo muy difícil de encontrar en esas plazas en la que, a diario, los «feriantes» muestran sus valores artísticos pero que nunca aparece el elemento toro. Lo de ayer, insisto, era para enmarcar, empezando por la plaza que lucia galas magallánicas por doquier, todo un monumento a la belleza a la que hay que ponderar porque un grupo de artistas que desconozco sus nombres, dejaron el ruedo con una belleza extraordinaria con aquella policromía fascinante, la que llegó hasta todas las tablas de la plaza que, insisto, todo nos recordaba al gran Fernando de Magallanes.
Y esa verdad a la que aludo se llamaba, en primer lugar, Miura que, como todos pudimos ver, trajo a Sanlúcar una auténtica corrida de toros que, en Madrid hubiera deleitado a sus aficionados con su presencia, esencia, trapío, kilos, cornamenta, e incluso en sus aviesas intenciones que, en esta ocasión los toros fueron eso, MIURA. ¿Se imagina alguien, con los toros de las figuras, que un toro -en este caso los seis- entraran al caballo para tomar tres y cuatro varas? Pero varas auténticas, nada de refilonazos absurdos como los que vemos a diario. Aquello fue el delirio al más alto nivel. Es cierto que, de vez en cuando, a don Eduardo le sale algún que otro toro más o menos pastueño pero, no fue ayer el caso que, la corrida, en su conjunto, lo único que querían eran vender caras sus vidas y a fe que lo consiguieron. Un espectáculo, insisto, a un nivel increíble, maravilloso, auténtico, lleno de pureza y verdad. Sinceramente, los que amamos al toro ayer lo pasamos divinamente. ¿Se aburrió alguien? Esa es la pregunta y si alguien se aburrió que lo digo que, sin duda, le entregamos el premio.
Con una corrida como la citada, Morante, Ortega, Aguado y algunos más tienen una oportunidad de para enfrentarse a la misma y, al paso, que todos callemos la boca ante su verdad. Pero no caerá es breva y seguiremos esperando porque eso de jugarte la vida suene muy bello pero, hacerlo es cosa de otros, piensan ellos, claro está.
Allí había tres hombres que se jugaron la vida pero, de forma literal. Cómo sería la cosa que, lo de jugarse la vida, Emilio Muñoz, hasta hizo énfasis en la cuestión. Tres hombres salieron vivos de aquel atolladero porque Dios así lo dispuso. Y ese fue el milagro. En la corridas que vemos a diario, ¿ha escuchado alguien alguna vez que nadie diga que los toreros salieron vivos de puro milagro? Esa es la grandeza de la fiesta, que unos hombres se jueguen la vida, que los aficionados lo perciban y, al finalizar el festejo, todos, con el corazón en un puño se marchen a casa con la sensación de haber presenciado un espectáculo inolvidable.
Se doctoraba con toda heroicidad Çristóbal Reyes que mostró muy buenas maneras en los pocos momentos que los toros le permitieron. Tiene un sentido armónico en su quehacer que, de haberle embestido un toro con claridad la sorpresa hubiera sido mayúscula. Solo tenía una opción, jugarse la vida, lo que hizo con una claridad de ideas fantástica, fallando, eso sí, con la espada porque si se me apura, el lote de Reyes, pese a ser difícil, algunos buenos muletazos brotaron de sus manos y sentido. Fatal con el acero en su primero, en el último quiso hacer la machada de entrar a matar sin muleta y sufrió un dramática cogida que, a estas alturas nadie comprende cómo salió vivo y, lo que es mejor, sin herida alguna porque estuvo a merced del toro mucho rato. Suerte la suya y la que le deseamos para el futuro.
Rafaelillo, pese a ser un especialista en la materia, de igual modo que sus compañeros se escapó de la cornada porque, repito, Dios estaba ayer en Sanlúcar. Bregó Rafael como una auténtica fiera contra sus enemigos que querían comerle. ¿Cabe mayor grandeza para un torero que digamos él que se estaba jugando la vida? No creo que exista un piropo más bello y, Rafael así lo hizo. Cobro una estocada en su segundo que tiró a la bestia sin puntilla y, como sucediera antaño, esa estocada le valió una oreja de ley.
Claro que, la sorpresa fue Octavio Chacón que, pese a la dificultad de los toros, especialmente en su primero. mostró una torería a flor de piel con el capote con el que le enjaretó verónicas y delantales al Miura que, ya tiene mérito. Chacón mostraba una tranquilidad propia del torero que lleva ochenta tardes a sus costillas. Aquello traducido, no era otra cosa que su torería sin límites. Incluso, parecía que Chacón quería evadirnos del enorme peligro que tenia el toro, hasta ese punto llegó la grandeza del matador que, sin duda, ha tenido su tarde más emotiva. Incluso por naturales, en su segundo, quería Octavio emocionarnos y, lo consiguió de todos modos. Como sus compañeros, sufrió varias coladas de las que salió ileso para seguir mostrándonos esa torería añeja de la que es portador que, a poco que un toro lo hubiera regalado diez embestidas seguidas, su triunfo hubiera sido de clamor. Cortó una oreja en cada toro que, con toda seguridad, en su corazón, dicho triunfo lo llevará mucho tiempo.
Tres hombres de antaño, hogaño, hicieron las delicias de los aficionados jugándose la vida de verdad, nada de parodias absurdas cuando no existe el toro, cuando no se le pica, cuando se muere antes de que el torero coja la muleta. Repito que, lo de ayer no tiene nada que ver con los burros adormilados y malditos con los que las figuras se ponen bonitos porque, el toro de verdad, lo único que te permite es jugarte la vida, lo que tan gallardamente hicieron ayer tres toreros machos. Insisto que, si algo hubiera que destacar por encima de todo, al margen del respeto para los tres, sería esa torería maravillosa de Octavio Chacón que, como dije, hasta tuvo la gallardía de hacernos pensar que la corrida era de las normales; lo digo por la grandeza de su actitud que, a lo largo de la lidia se encontró con la auténtica realidad, la que solventó con esa torería arrebatadora y con ese valor sin límites.