Amor propio, esa es la definición que distingue a Morante en esta temporada extraña en la que, como se vislumbra, encabezará el escalafón en cuanto a festejos toreados. Cada tarde, el diestro de La Puebla, da la sensación de que sus compañeros le tocan su amor propio, de ahí las reacciones que tiene frente a los toros y con los públicos. Dicho así, todo son virtudes las que adornan a este artista excepcional porque, habría que ser muy tonto para negar el arte de Morante, cosa que dudo que nadie ponga en tela de juicio.

Hasta aquí, todo perfecto. Pero me fastidia que se trabaje el papel de héroe sin serlo. Su arte, como el mundo sabe, está revestido de un oficio que le permite dirimir cualquier situación dentro del ruedo para salir airoso del trance que fuere. Fijémonos cómo es la cuestión que, este artista, en su momento, anunció que estaba harto de matar toros de Juan Pedro y que, repente, le iba a dar un giro de trescientos sesenta grados a su carrera en lo que al toro se refiere.

Prieto de la Cal y Torrestrella le hicieron cambiar de opinión y, tras aquellos resultados nada gratos con los toros referidos, Morante dijo digo, donde antes había dicho Diego. Días pasados me decía un amigo que Morante puede con todos los toros. ¡Por supuesto! ¿Es que lo había dudado alguien? Eso faltaba que con más cinco lustros como torero no pudiera con cualquier ganadería pero, puede más la comodidad del diestro que su gallardía interna, la que quiere mostrar cada tarde junto a sus compañeros pero, con ese medio toro que, embestirá o todo lo contrario, pero que carece de todo peligro y, sabedor de ello, es cuando Morante opta por la heroicidad de la que antes comentaba. Claro que, como aficionado yo no me trago esa parodia.

Morante quiere rememorar viejos pasajes del toreo emulando a su ídolo, José Gómez Ortega Joselito pero, todo son puras poses para que la gente se lo crea, la verdad camina por otros derroteros porque, mientras Joselito mató innumerables corridas de Miura, amén de otras ganaderías encastadísimas, Morante ha quedado anclado en el tiempo que, en definitiva es el suyo, el actual, el que vivimos en la actualidad que, respecto al toro, es de pura pena.

Lo dije mil veces, todos los toreros aspiran a figuras pero, su finalidad, como los hechos demuestran, es huir despavoridos de allí donde aparezca el toro y, Morante no es una excepción; quiso serlo, lo dijo, lo anunció pero, como sabemos todo quedó en un mero intento. Y si de muestra vale un botón, por ejemplo, Antonio Ferrera que el pasado domingo triunfara en Alcalá con los toros tontos de Bañuelos, la última vez que toreó en dicha plaza hace catorce años pero, en aquella ocasión tenía como compañero a Sánchez Vara y los toros eran de Baltasar Ibán. ¿Está claro a qué aspiran los toreros?

Otro problema grandísimo al que se enfrenta Morante al igual que sus compañeros es a la falta de ilusión de las gentes que, como él dijera, todos estamos hasta el gorro de los toros de Juan Pedro y sus ramas diversas que todas desembocan en el mar de la comodidad que, en definitiva, no es otra cosa que pura desilusión porque, cuando sale el bombón oportuno, Morante, como sus correligionarios, se explayan de forma subliminal en el concepto de su arte pero, ¿quién se emociona si no aparece el toro? Y no digamos ya cuando esos animalitos salen remisos de todo, aburridos porque no quieren vivir y sin opción alguna, ¿quién es el valiente que capaz de vibrar con esos bichejos insignificantes?

Y la gente perdió la ilusión por ver siempre la misma parodia. Es un hecho dantesco para la torería, de forma muy cruda para las figuras del toreo aquello de congregar a tres mil personas en un recinto taurino que, pandemia al margen, es lo que hemos logrado. Estamos recogiendo lo que hemos sembrado, no nos equivoquemos y no busquemos otros culpables que, en definitiva somos nosotros. Sería hermoso que la gente reaccionara, confiemos que eso suceda en Madrid en que, por regla natural, entendemos que aparecerá el toro. Pero como no exista esa resurrección del público para presenciar una corrida de toros, este espectáculo está tocando a su fin, vamos que, no necesitamos ni de políticos barriobajeros ni antitaurinos criminales porque, nosotros mismos clausuraremos la fiesta para siempre.

Al parecer, pedir un mínimo de decencia, tanto a Morante como a sus compañeros quizás sea pedir mucho pero, no queda otra opción. El triunfalismo de Tomelloso, Linares, Alcalá y otros muchos sitios donde ha triunfado Morante, eso no sirve para nada. Es inútil todo esfuerzo en ese sentido porque el toro como esencia vital del festejo, se había quedado en las dehesas metafóricamente dicho, habiendo sido sustituido por unos sucedáneos con cuernos para deleite de los lidiadores que, como siempre, se ponen heroicos ante semejantes animalitos.

En estos días, cosa curiosa, Finito de Córdoba ha indultado un toro de Ricardo Gallardo que, como nos contaron, la faena resultó primorosa y vibrante; primero por la calidad del artista, Finito, y vibrante por la casta del toro que, como es natural y lógico, los toros de Fuente Ymbro podrán desilusionar por muchas cosas, pero nunca por la falta de trapío, casta y bravura. Es curioso que, esta ganadería, en su momento, se la quitaban de las manos las figuras al bueno de Gallardo pero, cuando se dieron cuenta que esos toros tenían casta y daban cornadas, al día siguiente dejaron a Ricardo Gallardo en la banqueta que, como mal menor seguía lidiando muchísimas corridas con otro tipo de toreros que, a la sazón, muchos le deben la fama y el éxito, caso de Diego Urdiales que, frente a “una tía” de Fuente Ymbro se entretuvo en cortarle tres orejas en las Ventas, feria de otoño 2018, tampoco es que hayan pasado mil años. Pues este ganadero, con toros de procedencia Juan Pedro, este año ha llevado al matadero tropecientos mil toros y, los que llevará porque no le veo anunciado en ningún cartel y, como digo, el pasado domingo, Finito le indultó un toro ejemplar.

Todavía estamos a tiempo de reaccionar, nunca es tarde si la dicha es buena pero, dudo que haya reacción positiva alguna. La maldita comodidad se ha arraigado en los cuerpos de los toreros de élite encabezados por Morante que, chavales como Juan Ortega y Pablo Aguado, de la noche a la mañana comparten carteles postineros con las máximas figuras de la torería, lo que viene a demostrar que, a poco que se tenga un mínimo gusto por el buen torero, se puede competir junto a los grandes y no desdeñar para nada.

Hablaba antes de los tiempos y, cómo han cambiado, de forma tremenda. Ahora, insisto, llega un chaval se posiciona en el escalafón y compite junto a Morante y, por ejemplo, hace cien años, Ignacio Sánchez Mejías estuvo ocho años de banderillero de Joselito para tratar de lograr lo que más tarde fue, figura del toreo pero, ¿a qué precio? Esa es la diferencia.