Dios, que debe ser un gran aficionado a la fiesta de los toros, hace poco más de cuarenta años nos mandó un ser humano a la tierra para que ejerciera como torero y, a su vez, se nos disipara cualquier duda si de arte puro hablamos. En realidad, nos mandó a muchos, pero a uno lo hizo perfecto, no es otro que Morante de La Puebla puesto que le tocó con la varita mágica para que su arte fuera inconmensurable y mágico, todo a la vez.

Queda claro que, de mi parte al igual que miles de aficionados, todos estamos de acuerdo con la grandeza de este personaje que, tardará muchos años en venir otro que le redima. De momento, el toreo se sustenta con Morante y el resto de los toreros que, por cierto, los hay de una categoría inmensa, que se lo pregunten a Emilio de Justo, por poner un ejemplo espectacular. Morante es distinto, único y mágico, lo repetiré mientras viva pero, dentro de esa grandeza el diestro tiene que someterse a las llamadas reglas del juego que, en su caso son siempre menores que las de la gran mayoría de los diestros.

Debe de saber Morante que, en el toreo hay reglas como digo, reglamento y, por supuesto toros. Es cierto que a él le importa muy poco la dimensión del toro, algo que le engrandece muchísimo pero, de ahí a pensar que está por encima del bien y del mal media un abismo. El pasado año Morante hizo dos faenas de ensueño en Sevilla, una en la feria abrileña y otra por San Miguel; faenas que, ante todo, eran precedidas por dos toros encastados, lo que motivó que todos nos quitásemos el sombrero ante su magna actuación/es.

Digo todo esto porque ayer, en Sevilla, el divo hizo un ridículo de espanto y eso duele a cualquier aficionado. No contento con ser el mejor de los toreros, todas las tardes quiere que le echemos flores y eso es imposible. El arte de Morante prevalece por encima de todo y de todos, negarlo sería una falacia pero, como aficionados que somos tenemos que valorar el toro que tiene enfrente y, en el caso de ayer, la birria no pudo ser mayor.

Su primer enemigo estaba derrengado, apenas tenía fuerzas, razón por la que se defendía; en definitiva, no era un toro triunfo ni nada que se le pareciera, todo ello, al margen de que algunos muletazos del diestro fueron sublimes pero, no había enemigo. Lo mató de un estoconazo y nadie pidió la oreja. Apenas tres docenas de pañuelos y, ¿qué tenía que hacer el presidente? Quedarse quieto ante la impasividad de los aficionados que, entendieron, como lo hicimos todos, que su labor no era de oreja. ¿Qué hizo Morante? Se enfrentó de forma verbal contra el presidente y, ahí es donde radica el quid de la cuestión que, el de La Puebla se mostró como esquizofrénico por no haber cortado la oreja. ¡Pero si no la pidió nadie!

Como digo, Dios hizo perfecto a Morante pero lo que no puede hacer el creador es que le regalen orejas por haber matado un toro sin clase, sin casta y sin el menor atisbo de lo que debe tener un toro bravo. Como dije en la crónica, en su segundo enemigo, otra vez volvió a mostrar su arte inmaculado ante otro enemigo de segundo orden; se movía pero, sin la casta necesaria para que aquello tomara vuelo. ¿Fue bello el toreo de Morante? Bellísimo, maravilloso pero, sin la rotundidad del toro. Aquí le dieron una oreja por la gran estocada pero, en su conjunto si se me apura, eran dos faenas de vuelta al ruedo, pero nada más. Menos mal que, en la tarde de ayer estaba Emilio de Justo que le explicó a Morante cómo se cortan dos orejas auténticas, sencillamente, cuando hay un toro de verdad y un torero dispuesto y artista.

A estas alturas de su vida Morante tiene que aprender una gran lección llamada humildad porque un hombre como él, a vueltas de todo, tocado con esa varita mágica única en el mundo, rico y hacendado, ¿qué podía haberle beneficiado esa oreja absurda que él pedía? Absolutamente nada. En mi caso particular, si de mí dependiera y fuera uno de los maestrantes, haría una excepción en el reglamento de la Maestranza para que, Morante, con dos orejas saliera por la Puerta del Príncipe, no me importaría lo más mínimo, pero mientras eso ocurre, pese a estar en el olimpo, Morante tiene que ser consecuente con las regla del juego antes comentadas.