Así decía la parábola del Señor, muchos serán los llamados y pocos los elegidos. Y, en definitiva es una verdad que asusta la que, irremediablemente tenemos que aplicar la mundo de los toros, si cabe, con mayor énfasis que en cualquier profesión. Es terrible lo que digo, pero no podemos obviar la cruda realidad de lo que supone ser torero que, como digo, son muchos los llamados, esencialmente todos aquellos que les desborda la pasión y la ilusión, nada que objetar hacia todos los que lo intentan; más que objetar, en definitiva, habría que aplaudirles.

Pero una cosa es que te llamen y, otra muy distinta, ser elegido. Y aquí radica la miseria de este mundillo de los toros en que, a duras penas nadie sabe discernir si ha sido llamado o elegido, que en realidad es lo que cuenta. Hay un dato que es estremecedor; sencillamente porque el veneno que corre por las venas de todo el que quiere ser torero le obnubila de tal modo que nadie es capaz de reconocer sus verdaderas posibilidades.

Muchos chicos, tras el triunfo en cualquier pueblo se creen que ya han sido elegidos para la tauromaquia; incluso muchos padres entran al trapo por aquello del paternalismo, nunca mejor dicho, e invierten fortunas en el chico en cuestión para que, llegado el momento todo quede en la oscuridad de la nada. Cuidado, que todo el mundo tiene derecho a intentarlo pero, a su vez, cada quien como cada cual, debería tener la autosuficiencia para la reflexión y comprobar que no ha sido llamado por ese camino.

Algunos, hasta tardan años en darse cuenta, eso sí, habiendo arruinado previamente a padres o mentores. Todo ello, ¿para qué, para ver si suena la flauta? Cuidado que estamos hablando en muchas ocasiones de un imposible. Es cierto, en ciertos momentos, por mucho que se intente, la realidad nos viene a demostrar lo contrario de lo que nosotros pensamos, en cuestión de asumirla porque, en definitiva, no queda otra opción. Muchos chavales han perdido su juventud con la ilusión de ser toreros y, quién sabe, igual la vida les tenía reservado el éxito por otros derroteros, casos he conocido que, cuando se han percatado de que jamás saldrían del ostracismo, algunos novilleros e incluso matadores de toros, muchos se pasaron al mundo de los banderilleros, otros a empresarios de distinto corte, bien sean taurinos o en el ámbito que fuere, todo menos hacer el ridículo.

Nadie descubrirá ahora que ser torero, en la élite, es lo más difícil del mundo; como explico, el solo hecho de intentarlo ya es de ovación rotunda para todos los que empiezan con esa carga de ilusiones que, como ellos creen, pueden con todo. Pero amigo, que algunos matadores de toros, con diez años de alternativa sigan dando la vara diciendo que han madurado, que están en su mejor momento y demás zarandajas, es como para ponernos a llorar.

La suerte ayudará más o menos, eso siempre será discutible. Pero en lo que no ayuda nadie es en las formas y maneras de lo que en realidad debe ser un torero; ante todo, artista, valeroso, cabal, único en su género y, teniendo todas esas virtudes, cientos de muchachos quedaron en el camino. ¿Qué será entonces de los que pegan pases porque tienen valor y no convencen a nadie? ¿Esperar a conseguir un triunfo en un pueblo es en verdad el camino a seguir? Siempre ha habido ilusos que, auspiciados por sus mentores, ávidos éstos de recuperar lo que hayan invertido, siguen alentado a los chicos diciéndoles lo que ellos quieren oír, todo con la finalidad de hacer caja.

Pongamos como último ejemplo de lo que digo a Juan Ortega, un artista consumado, un torero capaz, con condiciones más que suficientes para llegar al estrellato y, tras varios años de alternativa, en los últimos tiempos parece que se han dado cuenta y le quieren ayudar, muestras para ello las dio con majeza el pasado año en Linares, Córdoba y Jaén, amén de los éxitos obtenidos en la presente temporada. Estamos hablando de un torero que chorrea arte por todos los poros de su piel y, insisto, ha estado varios años en el dique seco. Siendo así, ¿qué será de todos aquellos que no le llegan ni a la altura de sus zapatos? Y los hay a montones.

Podría poner muchos ejemplos de artistas consumados de la actualidad, digamos que con veinte años de alternativa y, les ponen el caramelo en la boca para que lo chupen, pero poco más. Ese dueto de artistas inconmensurables como son Curro Díaz y Diego Urdiales, los que ambos han salido por la puerta grande de Madrid, han llevado a cabo faenas épicas repletas de torería, gusto, armonía, arte a raudales, matando todo tipo de toros y, tras tantos años, siguen acariciando el éxito grande que no les termina de llegar para poder alcanzar la cúspide.

Más tarde, una vez te han visto y has triunfado, esos éxitos hay qué revalidarlos en todas las plazas; en alguna no podrá ser por causas lógicas pero, el denominador común tiene que ser el éxito, el que cada cual buscará como Dios le da a entender, pero que no existe otro camino que no sea el triunfo diario.

Lo decía Juan Belmonte y tenía razón, es más difícil ser Papa de Roma que figura del toreo y, en realidad, el maestro tenía razón porque hubo un año que tuvimos tres Papas mientras que, ningún año han florecido tres figuras del toreo juntas.

A lo largo de mi vida he conocido a decenas de toreros que, con condiciones más que sobradas para llegar a la cima, auténticos artistas de la torería, muchos de ellos, incluso respaldados por la afición de Madrid que les sacó en hombros y, al final, no pudo ser. Y aquello sí que eran auténticos crímenes; que un chaval con todas las virtudes del mundo no tuviera opciones para llegar a la cumbre, el dolor era tremendo e incalculable. Al final, la vida, como diría Ortega es como es y no como nosotros quisiéramos que fuera. Insisto, muchos son los llamados, pero muy pocos los elegidos. Lo importante es recapacitar a tiempo para comprender que uno no ha sido elegido, por mucho que te hayan llamado.

En la fotografía que mostramos, uno de los llamados, Diego Urdiales que, como se sabe, pese a todo y a todos, ha sido elegido.