Hace pocas fechas descubrí que tenía un tesoro en mi poder y no me había dado cuenta. Se trata, nada más y nada menos, de una serie de más de doscientos ensayos que me regaló en su día el inolvidable Alfonso Navalón, todo un trabajo arduo el que tuve que llevar a cabo porque, como el mundo debe saber, Alfonso Navalón siempre escribió con su máquina Olivetti Léxicon 80 y, partir de aquel momento, tuve que “picarlos” todos para pasarlos a documento Word, un trabajo de locos que, en honor a la verdad, ha merecido la pena.

Por cierto, el envío al que me refiero por parte de Navalón con todos sus textos me lo acompañó con una carta manuscrita conmovedora en la que, entre tantas cosas, alababa mi concepto por la verdad del toreo y por la vida misma. Al final de dicha carta, como si de una broma se tratara, el último párrafo de la misma me subyugó y, a su vez, me hizo esbozar una bella sonrisa. “Ahí tienes, mozalbete, como tengas que pasarlo todo al ordenador ya tienes trabajo” Mucho trabajo tuve, es la pura verdad. Navalón siempre sabía lo que decía.

Han pasado más de treinta años desde que Navalón me obsequiara con aquel magno regalo que, como vemos, tantísimos años después, su pluma vuelve a estar de plena actualidad gracias a que, en su día, me cupo la suerte de conservar aquellos documentos que, para dicha de todos, la mayoría de ellos, casualmente, tienen plena “actualidad” porque en el mundo de los toros apenas ha cambiado nada, razón de peso para que, las letras de Alfonso tengan vigencia eterna.

¿Qué quiere esto decir? ¡Que estamos de fiesta! Pese a que el maestro Navalón nos abandonó hace quince años, supo dejarnos su obra escrita, la que cayó en mis manos y la que, desde hace pocas fechas venimos reproduciendo para gozo de nuestros lectores que, unos por conocer al personaje y otros por volver a deleitarse con su pluma, entre unos y otros han logrado que nuestra casa siga teniendo esa aura especial, -quizás por curiosidad más que por otra cosa-, justamente, la que en su día propagaba el genial crítico salmantino.

Solo mueren los que no han dejado obra alguna en el mundo porque, como es notorio, personajes como Navalón vivirán eternamente porque, al igual que nosotros ahora difundimos su obra, sin duda que nos quepa, generaciones venideras harán lo propio porque, hay plumas que son inmortales como es el caso de Alfonso Navalón que, entre la misión que nos dejó y todo lo que de él se ha escrito, su leyenda seguirá viva por toda una eternidad.

Navalón sabía que su cuerpo partiría de este mundo en esa especie de mudanza que todos tenemos asignada, algo que sabemos todos; pero de igual modo era consciente de que su trabajo quedaría en el mundo, sencillamente, el que le ha hecho inmortal. Claro que, además de sus libros escritos, sus miles de crónicas que están esparcidas por toda la faz de la tierra, el maestro salmantino acaudaló toda la gloria que cualquier ser humano quisiera conseguir y, en esta ocasión, su inmortalidad no vino de su propio ser, pero sí de su insigne biógrafo, caso de Paco Cañamero que, al albur del mejor crítico de todos los tiempos, escribió un libro memorable que no era otra cosa que la biografía de Alfonso Navalón.

Entendemos que ha llegado el momento, de ahí la divulgación de sus más bellos escritos que, como me contara, muchos de ellos eran auténticas joyas por aquello de su exclusividad hacia mi humilde persona porque no habían sido publicados en ningún medio. En aquellos instantes, en la soledad de mi alma, disfruté como nadie leyendo aquellos ensayos memorables y, como explico, ha llegado el momento de compartirlos con todos ustedes, amables lectores que, sin duda, a nadie le pasará por alto las opiniones del que fuera el crítico más amado, el más odiado, el más…..famoso del orbe taurino.

Allí donde estés, gracias, amado Alfonso. Tus ensayos, tanto taurinos como los de pura narrativa del alma, como no podía ser de otro modo, están teniendo el calado que tú esperabas, quizás por ello, en su día, cuando me regalaste semejante fortuna, sin duda, sabías lo que hacías. Va por ti, Navalón, amigo.