Los aficionados nos quedamos atónitos hace unos días cuando vimos la lidia de unos animalitos de Castillejo de Huebra en la plaza de toros de Manzanares y la cuestiòn no radica en su tamaño porque eran toritos imberbes aunque, claro está, no debemos olvidar que a Ignacio Sánchez Mejías lo mató una «sardina» en dicha plaza lo que evidencia que, un toro pequeño puede herirte y como le sucedió al genio mencionado, hasta llevarte a la muerte.

Si de bondad hablamos, dudo que se lidie otra corrida en toda la temporada que se pueda asemejar a la descrita pereo, no es menos cierto que esos animalitos no emocionan a nadie; eso sí, si lo que pretendemos es ver a un torero en plenitud en fase de entrenamiento, aquellos animalitos citados fueron perfectos para dicho menester, que se lo pregunten a Juan Ortega que estuvo cumbre si de creatividad y arte hablamos.

No renunciamos a que un torero pueda estar bien, es más, es lo que anhelamos cada tarde que acudimos a los toros pero, en el peor de los casos, ese mismo toro con semejante nobleza debería tener un mínimo de casta y emotividad para que la labor del torero trascendiera más allá de lo que vimos en Manzanares. Seguro estoy que, ni el mismísimo Juan Ortega daba crédito a lo que estaba viendo, todo un milagro para él, según le está yendo la temporada.

No es menos cierto que, nosotros fuimos afortuandos aquella atrde agosteña en Madrid en la que un chaval desconocido era capaz de triunfar frente a un toro auténtico, creo recordar que era el año 2018 en que, el sevillano nos emocionó hasta la locura, llegando a cortar una oreja de mucha ley. O sea que, nadie nos tiene que recordar la creatvidad, el arte, el empaque de Ortega, valores que los descubrimos hace ya varios años cuando él no era nadie en el toreo.

Cuidado que, si a Juan Ortega le salieran veinte toros en toda la temporada como los nombrados, la gran mayoría de los toreros pasarían a ser subalternos del sevillano porque, en su honor, no se puede torear más bello como él lo hizo, hasta puso contra las cuerdas a Morante y al chaval que se doctorò, Carlos Aranda. No es menos cierto que, lo contado no deja de ser el sueño de una noche de verano, nunca mejor dicho.

Y digo yo, ¿ese mismo toro que llevó hasta la gloria a Juan Ortega en Manzanares, no podría ser criarlo con ese punto de casta que tanto agradeceríamos? Por lo visto, esos animalitos están criados para esas plazas de tercera en que, allí todo vale, exigencia no hay ninguna, rigor ni lo sueñan y, los organizadores de los festejos como el aludido o similares, hacen de su capa un sayo.

Sin duda, la alegría que se llevó Juan Ortega de Manzanares es algo que seguramente no olvidará en la vida porque, rotundamente, será muy díficil que le salgan dos animalitos tan santificados y que él estuviera tan creativo como genial. Está claro que, si lo que pretendemos es ver el toreo caro y de auténtico lujo, tenemos que olvidarnos del toro porque ambas cosas son incompatibles, una pena pero es muy cierto lo que digo. Moriremos, sin duda alguna, persiguiendo ese sueño de ver al torero en plenitud frente al toro en su grandeza.