Confieso que, la primera vez que escuché la frase del enunciado me quedé atónito, algo que me ocurrió hace ya muchos años en la plaza de Madrid y, si mal no recuerdo, se lidiaban toros de Pablo Romero. Desde el tenido del siete un aficionado, al ver la salida del toro que rodó como una pelota de goma por el suelo, aquel hombre se dirigió al picador diciéndole: ¡Ríñele, hombre! No hace falta que le piques, ha salido muerto de toriles.

Sin lugar a dudas, en aquella tarde aciaga se estaba firmando la sentencia de muerte de una de las ganaderías más emblemáticas de la historia del toreo, nada más y nada menos que la de Felipe de Pablo Romero que, al paso de los años ya vimos cómo quedó; desapareció y, los vestigios que quedaron los compró la llamada empresa Partido de Resina que, a fin de cuentas, apenas queda nada de aquella sangre brava que tanto emocionó a los aficionados durante tantísimos años.

Lo triste de la cuestión es que, aquello de ríñele, no hace falta picarlo, si le miramos la parte graciosa de la misma, lo es en grado sumo, pero si analizamos en profundidad muy pronto nos damos cuenta de la gran tragedia que asola al mundo de los toros y, de forma muy concreta, al elemento básico como es el toro. Como explico, aquella frase que en su momento creíamos que era una “gracia” de un aficionado del tendido siete de Madrid, en la actualidad, es una triste realidad puesto que los toros actuales, si de figuras hablamos, ninguno resiste un solo puyazo, con reñirles ya es más que suficiente para que entren en la muleta con esa dulzura que anhelan los toreros.

Al paso de los años hemos ido viendo la degeneración al respecto de la suerte de varas y, hasta se nos eriza la piel cuando comprobamos que, en su momento, los picadores tenían el mismo rango que los toreros puesto que, si se me apura, corrían más riesgo que los propios espadas de ahí que, desde siempre, en vez de vestir de plata lo hacían de oro, sencillamente para estar a la altura de los toreros. Y tenía su fundamento. Ser picador de toros en aquellos años era tarea arriesgadísima, una labor propia de auténticos héroes y, al paso de los años, aquella grandeza ha degenerado en apenas nada.

Ahora, salvo en las excepciones de rigor, en las corridas de toros, la puya apenas se utiliza puesto que, a lo sumo se le rasga la piel al toro con sumo cuidado porque, la gran mayoría de los toros ya salen muertos de toriles. ¿Qué pinta un picador en la actualidad? Sin lugar a dudas, si no se trata de corridas encastadas y duras, ese picador que aludimos con un látigo que tuviera en sus manos para darle dos latigazos al toro, sería más que suficiente. Ahora comprendemos el axioma de, no lo piques, ríñele. Y tiene todo el fundamento del mundo.

Qué pena lo aquí expuesto ya que, lo que era una suerte hermosa, arriesgada, bella, hermosa por la bravura que se adivinaba en los toros cuando entraban al caballo, el riesgo que corría el jinete, todo ello ha quedado en una triste parodia en la que los picadores son meros asalariados por montarse encima de un caballo, pero sin otra función relevante. Visto lo cual, y por dicha razón, cada vez que contemplamos un bellísimo tercio de varas en el que el toro de verdad es el protagonista, quedamos ahítos de placer en el alma al comprobar que, aunque sea de tarde en tarde, en la actualidad, todavía quedan resquicios de aquella grandeza.