No podemos cambiar el pasado y, lo que es peor, lo tenemos que aceptar tal y como sucedió. No busquemos culpables fuera porque, quizás, seguramente, el único culpable vive dentro de nuestro ser. Digo esto porque, por ejemplo, en el toreo, me he encontrado con hombres resabiados contra la vida, contra la sociedad en que viven en la que, por definición, todos son culpables de su situación que, por causas del destino es la que uno no hubiera querido pero, a tal efecto, no cabe otra cosa que la resignación. Y no se trata de buscar un consuelo fácil, pero sí lo suficientemente reconfortable para que la realidad no nos ahogue.

Ya lo dijo en su día don José Ortega y Gasset, la vida es como es, no como nosotros quisiéramos que fuera porque, de ser así, todos seriamos ricos y felices. Bien es cierto que, si todos fuéramos acaudalados, exitosos y dichosos, apenas valoraríamos nada, por tanto, seríamos igual de desdichados o quizás mucho peor. Triunfar es muy difícil, en la profesión que fuere y, en la de torero muchísimo más. Esa debería ser la primera premisa que deberíamos tomar como auténtica lección. Aquello de llegar y besar el santo es algo que les sucede a muy pocos, vamos que, con los dedos de la mano los podemos contar a lo largo de la historia del toreo. Pero no solo en el arte de Cúchares encontramos dificultades, es algo que pasa en todas las profesiones en las que, miles de personas, con condiciones más que sobradas para el menester en el que se han apasionado, al final, han terminado como basureros porque la fortuna no les ha sonreído, lo cual viene a demostrar que la vida es una auténtica lotería en la que jugamos todos y les cae el premio a muy pocos.

Todos hemos conocido pintores grandiosos, escritores inmaculados, escultores inenarrables, periodistas sensacionales artistas de todos los géneros que, además del anonimato, su arte no ha servido para nada, si acaso, para que les aplaudan sus hijos o sus amigos pero para nada más; la gran mayoría de dichos artistas todos han acabado en profesiones que no les han gustado nada pero, había que comer, mantener una familia y, por ende, tener una vida decente más allá de lo que ellos pudieran soñar, con razón, pero aquello no era más que un sueño que jamás pudo tornarse realidad.

Al respecto, sobre el tema que me ocupa he conversado con muchísimos artistas que no lograron la cúspide que anhelaban y, sobre su pasado, los he hallado de toda condición. La mayoría amargados, caso de un escultor que ha hecho unas obras maravillosas pero que, al final de sus días no ha logrado su objetivo que no era otro que el reconocimiento general por parte de todo el mundo. ¿Causas del fracaso? Nadie las sabe, pero sí sabemos todos de la realidad en la que vive.

Por ejemplo, en el mundo de los toros me he encontrado personajes de toda condición; unos sumidos en la amargura mientras que, los más, capaces de afrontar la realidad en la viven y, lo que es mejor, declarándose culpables por no haber llegado al estrellato, algo a lo que estaban predestinados pero, el destino, como decía, suele ser muy traicionero y en ocasiones castiga a los que menos culpa tienen. O quizás la tenían toda, vete tú a saber si quieres discernir.

Pese a todo, cuando no se ha podido, no queda otra opción que la resignación ante la vida. Todos hubiéramos querido saborear el más grande de los éxitos, yo el primero, pero si no estaba escrito de tal manera, por mucho que se intente nunca se puede. Nos queda el consuelo de pensar que quizás se hubiera podido pero, al final todo ha quedado en un sueño. ¿Son razones de peso para vivir amargado? De ninguna manera y, mucho más cuando comprendemos que hemos transitado durante muchísimos años por este sendero llamado vida. Por ejemplo, dentro del mundo de los toros tengo un referente que, cada vez que hablo con él le tiro mi sombrero a sus pies.

Tenía todos los argumentos para haber sido una gran figura del toreo; vamos que, no era un chalado ilusionado, lo digo porque en Madrid, por repetidas veces demostró su valía pero, al final, el destino no se alió con él para consolidar aquellos éxitos o, como él confesara, no fue capaz en los momentos clave de su carrera de dar el aldabonazo que dieron otros para que, en lo sucesivo fuera reclamado por los empresarios. O sea que, sin pudor y resignación se considera culpable de su vida, como a su vez es dueño  señor de su arte, algo que nadie le podrá arrebatar.

Han pasado los años y, el maestro sigue entrenando como si mañana tuviera que reaparecer, es feliz junto a su familia, sus amigos, sus recuerdos, sus trebejos toreros que, como digo, los maneja a diario y, lo más grandioso de todo es que pasados los años no busca culpables, ni siquiera los recuerda porque como él confiesa, no los hubo porque, de haber triunfado en los momentos oportunos ahora estaríamos hablando de una gran figura del toreo de los años ochenta atesorando la misma gloria que acaudaló Espartaco y, de este modo, estamos mentando a un torero de corte extraordinario, retirado, pero feliz y dichoso. ¿Cabe éxito más grande?

Por cierto, como quiera que uno de sus grandes valores sea la humildad, no quiere publicidad al respecto por ello, aunque le pese, insertamos una foto suya reciente y el que adivine su nombre habrá conocido a un gran torero y, lo que es mejor, un ser humano para enmarcar que, como dije vive contento y feliz emulando a la mamá de Facundo Cabral cuando le preguntaron: “¿Sara, cómo es posible que usted se pase el día cantando?” A lo que Sara contestó: “Ah, pero ¿se puede vivir de otra manera?” Así son los grandes seres humanos que, incluso ante la adversidad siempre encuentran un motivo para sonreír y, lo que es mejor, para ser felices.

Raquel Montero, como fotógrafa de altura, fue capaz de captar esta bellísima instantánea del torero aludido. Sobran los comentarios. Contemplamos en manos de este artista, el pase natural por excelencia.