Cuando hoy me he desayunado con las crónicas de lo que fue la corrida de ayer en Málaga, me pongo a temblar. Hasta los medios oficialistas hablan de la blandenguería de los toros de Juan Pedro que, cuando estos lo dicen, cómo sería todo. Vamos que, no quiero ni pensarlo.

Por supuesto que, los seis animalitos salieron santificados de toriles como es la norma pero, ¿a ese tipo de bicornes les llaman toros? Sin fuerzas, sin clase alguna, solo pidiendo la muerte a gritos porque ya estaban aburridos de estar en el ruedo y, eso sí, los más triunfalistas hasta se atreven a hablar de las excelencias de los diestros.

Tras tantos años de aficionado, lo que yo no sabía era que se puede hacer el toreo sin “toro” como fue el caso de ayer en Málaga. No es que se pueda, es que lo repiten una y mil veces y ellos, los protagonistas y, hasta se lo creen. Claro, estos toreros no han visto jamás lo que es un toro bravo y, para ellos, esos santos con cuernos son el paradigma del toro bravo.

El toreo de verdad, el que emociona a todo el mundo no es otro que el que tiene mucho que ver con el toreo auténtico. Ayer, por el contrario, se montó en Málaga la corrida perfecta para hacer el toreo de salón que, insisto, sus protagonistas, se lo pasaron en grande. Morante lleva ya muchos años con esa farsa pero, sus compañeros, como miles de veces dije, lo verán y no se lo creerán; digo que, comprobarán lo sencillo que resulta estar frente a esos proyectos de toro bravo y se harán cruces. Vamos, con lo difícil que es triunfar en el toreo y, Pablo Aguado y Juan Ortega lo han hecho con la gorra, como lo haría cualquiera con ese tipo de peritas en dulce. Alberto Lamelas, por ejemplo, lo tiene más complicado.

Mientras tanto, como ayer, sigue la farsa porque sin un toro que emocione, por mucho arte que ponga el torero, y los toreros lo pusieron, dudo que nadie se emocione. La historia viene de lejos porque, en los años cuarenta, Pepe Luis Vázquez que era un sabio del toreo, a diario nos recordaba que si el toro no trasmitía peligro para que lo palparan los aficionados, la fiesta sería una parodia sin paliativos.

Y, como se expresaron los revisteros que ayer estuvieron presentes en Málaga, por mucho que lo han querido arreglar, a todos se les ha visto el plumero porque, insisto, sin el toro como protagonista lo demás son todo sucedáneos de la maravillosa fiesta que todos admiramos. Eso sí, parafernalia la hubo por doquier. ¡Qué sencillo resulta engañar a los aficionados! Y ellos, los cuatro mil que acudieron felices y contentos.

Pero todos, erre que erre, como decía don Paco Martínez Soria, hay que seguir matando los “burros” de Juan Pedro que nos permiten ponernos flamencos, algo que no permiten, por supuesto, los toros encastados que, en definitiva, son los únicos que deberían lidiarse en todas las plazas del mundo porque, esos mismos toros harían la criba correspondiente en cuanto a toreros se refiere. Con esos animales citados, los que lidian las figuras, hasta un tal López Simón se entretiene cortando orejas.

Como dije ayer, los citados diestros, en vez de estar velando por la fiesta, por la continuidad de la misma, por defenderla en las calles y por las reivindicaciones de rigor porque la fiesta la clausuran en menos tiempo del que la gente pueda pensar, los artistas mencionados que, al parecer, su profesión les importa muy poco, se lo pasaron en grande en Málaga matando una del “legendario” Juan Pedro Domecq, es decir, la antítesis de lo que debe ser un toro bravo.