Si en verdad la pandemia que nos ha azotado ha servido de lección para el mundo de los toros, sin duda alguna habremos logrado un éxito de clamor. Lo digo sin temor a equivocarme porque en nuestro “interior” antes de que llegara el virus que nos ha terminado de dar la puntilla, ya sangraba la herida que dicha fiesta arrastraba; es más, llevaba años sangrando pero, como vimos, nadie quiso curarla. El problema estaba ahí, pero nadie lo quería ver; no había diversidad de carteles, no había novedades que concitaran la atención del aficionado y, dentro de un estereotipo absurdo, así funcionábamos, año tras año.

Quiera Dios que el gravísimo avatar que hemos sufrido del que no nos hemos recuperado todavía, nos sirva de acicate, lección permanente para que todos comprendamos la insolidaridad con la que vivía el mundo de los toros, justamente, hasta con sus mismos protagonistas. Convencido estoy que, este parón a la fuerza con las consecuencias que éste ha tenido nos haga reflexionar, especialmente a las fuerzas vivas del taurinismo en que, pedían pan para hoy, por sus actitudes, sin pensar en un mañana que, de repente, llegó; sin que nadie lo esperara, pero se presentó de improviso para que las gentes del toro tomaran nota.

Y ese mañana citado es el que nos ha devuelto a la realidad, el que ha puesto a pensar a los taurinos en todos los órdenes y en todos los sectores. Dicho en cristiano, el castillo de naipes con el que se sostenía la fiesta se nos ha venido abajo; vivíamos bajo un triunfalismo irreal en que, decenas de toreros, pese a tener condiciones más que sobradas, todos estaban en el paro que, con toda seguridad, éstos son los que menos han notado efecto devastador de todo aquello que nos ha caído encima.

Sin duda alguna, si todo lo que hemos penado sirve como lección para el taurinismo en general, posiblemente, todavía lleguemos a tiempo para salvar la fiesta que, si desde dentro no nos hemos sabido organizar, desde fuera ya sabemos lo que sucede. Eso quieren los destructores de la fiesta, que haya desorden, enfrentamientos y demás guerras internas porque, para ellos, eso no es otra cosa que el caldo de cultivo que necesitan para sus maldades.

Como quiera que la situación nos ha hecho reflexionar a todos, confiemos que, todos, sin distinción, cada cual en su parcela, tomemos las medidas que en verdad corresponden y, lo que es peor, las que necesita una fiesta que, anclada en el pasado no ha sabido adaptarse al presente. Por ejemplo, pensar que por unos años las novilladas eran tan importantes como las corridas de toros, eso da mucho que pensar. ¿Cambiaron los tiempos o fuimos nosotros lo que quedamos anclados en los mismos? Mucha literatura cabe al respecto.

Los taurinos no supieron acomodarse a los tiempos actuales y, lo que hace unos años servía, en la actualidad había quedado desfasado; hasta los gustos de los aficionados han cambiado y, los organizadores e incluso los toreros, no se habían dado cuenta, hasta el punto de que todo se circunscribía al sota, caballo y rey. No había más cartas que jugar y, como sabemos, la baraja sigue siendo muy grande y amplía a la vez.

Una fiesta que no podía sostenerse con media docena de toreros y seis ganaderías de la estirpe Domecq, razón por la que han muerto muchas ganaderías que eran legendarias y, en pocos años han tenido que mandar a los toros al matadero y cerrar las dehesas para llenarlas de matorrales y plantas cerriles. Esos toreros aludidos pedían sumas astronómicas por matar el toro adulterado y, lo que es peor, dejando en la calle a decenas de toreros muy válidos y, como dije, a tantas ganaderías en la más vil de las miserias, es decir, el ostracismo que les ha llevado a la muerte.

Ahora, como vemos, todo el mundo está reflexionando; es decir, ha tenido que venir una tragedia mundial para que el sector taurino haya comprendido sus grandes errores que, irremediablemente les estaban llevando al precipicio. Ya hablan todos de diversidad, de rebajarse los sueldos, de compartir carteles con todo tipo de compañeros que, de otro modo, ni en sueños podríamos pensar que eso pudiera ocurrir. Al respecto, el ejemplo más grande que tuvimos en la tauromaquia por aquello de que los de arriba no querían saber nada de los de abajo, no fue otro que el inolvidable Iván Fandiño que, a base de una fuerza desmedida tuvo valor, arrestos, torería y coraje para superar aquel ninguneo al que era sometido por parte de las llamadas figuras del toreo.

Claro que, dentro de todos los males, Fandiño fue la excepción porque, pese a todo, supo abrirse camino pero, la realidad es otra; pocos como Iván Fandiño logran superar la barrera de la adversidad a la que son sometidos.

Tomemos nota, vuelvo a insistir. No creamos que todos los males que padecemos han sido provocados por la pandemia puesto que, antes de la misma, la fiesta ya estaba malherida. Si a partir de ahora somos capaces de empezar a buscar soluciones, no hay mal que por bien no venga.