Hay que explicarle, al que no sepa, -si es que todavía queda alguien que lo ponga en duda-, que los toros son la fiesta más pacífica del mundo en la que, sus aficionados o simples espectadores que acuden a los recintos taurinos, lo hacen para divertirse, nunca mejor dicho el apelativo de fiesta de los toros. Dicho lo cual, pensar que todavía se nos tilda de bárbaros, la aberración ante semejante afirmación es de una atrocidad sin límites.

Pese a que se trata de una fiesta pura, limpia, educada, cabal, ancestral y paradigma de miles de artistas durante toda la vida, pese a ello, en la actualidad, nos encontramos con enemigos acérrimos que, hasta los respeto, pero lo que no deberían de hacer jamás es atentar contra el mundo de los toros alegando aquello tal pueril como el sufrimiento de una animal que, según estudios realizado por sabios en materia, afirman que el toro no sufre ante el castigo porque su fuerza, su raza, su misma endocrina, le proporciona esa misma naturalidad en su fortaleza que, su castigo, bien podríamos equipararlo como cuando a alguien le meten una aguja en un dedo para hacerle un análisis de sangre. Nadie sale corriendo del consultorio ante esta situación y, respecto a los toros, en vez de salir corriendo cuando sienten el castigo, arremeten de nuevo en la búsqueda del peligro que, podría  llamarse dolor, pero nada de eso; es producto de la casta, la fiereza, la obligación de mandar en la plaza que, a priori, éste no es otro que el toro.

Está claro que, para todo, en la vida, hay que estar informado y no hay peor enemigo, en la rama que fuere, que un ignorante. Convengamos que, el hombre informado, en la materia que se requiera, tras saber, emite su veredicto o su opinión que, en realidad es lo mismo. Cuando uno se informa aprende y, después de la lección, ya se puede opinar. Yo creía, de joven, que la caza era es espectáculo más brutal del mundo y, asegún me instruí, comprendo que, además de que se trata de un deporte practicado por cientos de miles de personas por toda España, cazar es una necesidad la que protege al ecosistema puesto que, de no existir la caza, los montes, prados, predios e incluso las mismas calles serían un hervidero de animales que, ante todo lo destruirían todo y, más tarde, no nos dejarían vivir. Así me lo enseñaron, así lo aprendí y de tal modo lo cuento porque, entre otras razones, es una verdad que aplasta.

El civismo de un espectáculo lo demuestran las gentes que al mismo acuden, caso de los toros que, rara vez podemos ver un policía en un recinto taurino puesto que, el civismo demostrado manifiesta que somos gentes de orden, paz y concordia. Si acaso vemos algún policía, éstos están para protegernos de los desalmados que nos atacan, pero nunca para estar pendientes de los aficionados que, jamás han alterado el orden de este espectáculo bellísimo e incomparable. ¿Se imagina alguien a un par de policías a la puerta de un teatro? ¡Imposible! Pues en los toros de idéntico modo.

La ostensible diferencia a la que me refería no era otra a la comparación de los toros y el fútbol como espectáculo de masas. Mientras, como dije, en los toros se respira puro civismo y concordia, además de amistad y cariño entre sus aficionados, en el mundo balompédico tienen que darse cita cientos de policías sabedores de que, en cualquier momento, la agresión puede ser la norma entre los hinchas de los respectivos clubes. Lo que digo ha ocurrido miles de veces, amén del lenguaje que se utiliza en los campos de fútbol por parte de algunos aficionados apestosos que, logran, con sus acciones y su palabra, que un deporte que podría ser bellísimo, lo embrutecen hasta la saciedad. Eso sí es violencia al más alto nivel y, claro, para los progres de ahora mismo, para ellos no hay que prohibir la entrada de niños en los estadios porque, de tal modo, la palabra hijo de puta que siempre le dedican al árbitro, deben de aprenderla con presteza.

Puro postureo, mentira zafia, aberración sin límites, todo ello lo que nos mandan desde los más altos estamentos de la nación que, como miles de veces dije, para eso tienen las apestosas redes sociales, para formar criminales desde jovencitos. Y a fe que lo logran. Pero lo que se dice nuestra verdad, esa no la podrá eclipsar nadie. Recordemos que la mentira se escucha, pero la verdad se ve, se palpa, se nota, produce buenas sensaciones mientras que, la mentira es tan cobarde como los mismos mentirosos que lo hacen mediante la cobardía y anonimato de las redes sociales.

Valga la imagen del inolvidable Iván Fandiño para ilustrar este ensayo.