Ser aficionado a los toros tiene cosas muy buenas, entre ellas que, dado que ayer estuvimos pendientes de la corrida de toros que se celebró en Logroño, gracias a ello, no caímos en la tentación de conectar con La Sexta, lugar “sacrosanto” de la izquierda donde ayer dio otro de sus mítines un tal Sánchez, mentiroso compulsivo, traidor de tus propias convicciones que, como ha dicho hoy la prensa, una vez más, habló más de una hora sin ser capaz de decir nada, algo muy al estilo de Fidel Castro, Salvador Allende, Hugo Chávez, Nicolás Maduro y toda la saga de dictadores de izquierdas. Claro que, ahora, como si de un modismo maldito se tratare, si eres de izquierdas y dictador te lo perdonan todo, hasta las mentiras que a diario puedas soltar que, en el caso de Pedro Sánchez, miente desde que se levanta hasta que se acuesta, ahí están las hemerotecas que lo demuestran a cada cinco minutos.

Metidos de lleno en lo que nos ocupa, la corrida de ayer, la que podríamos resumir con las tres P y la T. Es decir, Peso, Presencia y Prestancia que, resumido no es otra cosa que la T, es decir, trapío que es lo que lucieron los toros de Victorino Martín, una corrida que, sin que saliera alimaña alguna y menos un Cobradiezmos, resultó interesantísima de principio a fin. La presencia resultó fantástica, los pitones íntegros, el juego desigual, pero de un atractivo maravilloso porque, como sabemos, los Albaserradas saben lo que se dejan detrás de cada muletazo, razón más que evidente para que todo el mundo comprendiera que los toreros se estaban jugando la vida.

Si se me apura a la corrida le faltó un tanto de fuerza que, en realidad, ese fue el más notable defecto pero, pese a todo, ya las firmaríamos todas como la de ayer en Logroño. Insisto que no salió ese toro de escándalo que tantas veces nos ha acostumbrado Victorino Martín pero, en su honor, resaltemos la verdad intrínseca de dicha corrida que, teniendo mucho que torear no defraudó a nadie. Corrida cinqueña con gran arboladura que, de entrada, aquella presencia podía asustar a cualquiera pero, esa es la grandeza de este espectáculo, que salga por los toriles su majestad el toro como la gran verdad de estos festejos singulares que nada tienen que ver con la estirpe Domecq donde los toreros se ponen bonitos por aquello del medio toro en su muleta.

Me gustó Octavio Chacón porque estuvo en maestro, lidiador, sensato, consciente de que se estaba  jugando la vida, algo que no le importó lo más mínimo. Su capacidad con el capote resultó todo un hallazgo en una tarde complicada puesto que, como dije, sus enemigos no le regalaron nada; más bien, todo lo contrario.  Daba gusto ver capotear a Chacón y, por encima de todo, aquello de mostrar la bravura de sus enemigos dejándole de lejos para su entrada al caballo. Lució Chacón a sus toros mucho más de lo que merecían.

No existe nada más hermoso que ver a un hombre jugarse la vida de verdad como hiciera Chacón y, a su vez, tratando de conjuntar aquellas aviesas embestidas con lo que el diestro era capaz de lograr que, si se me apura, dada las condiciones de sus enemigos resultó mucho y bueno. Suavidad en su muleta, decisión en su corazón, belleza en todo su quehacer, siempre de acuerdo con las exigencias de sus toros.

Como sabemos, era la segunda actuación de Octavio Chacón en la temporada tan funesta que hemos sufrido pero, tras contemplarle, daba la sensación de que llevaba treinta festejos en su cuerpo. ¿Cuál es el motivo? Muy sencillo. Cuando se tiene la torería dentro de su ser, la profesión tan aprendida, el valor tan cabal y el gusto por hacer bien las cosas, todo lo demás, con dicho valores, llega por añadidura, es el caso del diestro gaditano que, una vez más está pidiendo el sitio que le corresponde en el toreo. Cortó una oreja de mucho peso y resultó ovacionado en su primero. Lo cierto y verdad es que dejó un grato recuerdo entre la afición riojana y, sin duda, ante toda España que tuvimos el placer de degustar su toreo tan cabal como auténtico.

Le acompañó a Chacón, Rubén Pinar que, para su fortuna, había indultado tiempo atrás un Victorino en Villanueva del Arzobispo, que no es nada baladí para el muchacho. En esta ocasión, como dije, los toros no eran de indulto y Pinar estuvo muy decidido toda la tarde. Nada que objetarle pero, si de un triunfo hablamos, nos quedamos con Octavio Chacón que, como dije, desde el primer capotazo, hasta el último muletazo fue capaz de emocionarnos en una tarde singular.