Muchos toreros quieren convertirse en figuras para ser estúpidos en calidad de seres humanos, es el caso de Pablo Aguado que, como se sabe y se demuestra, huye despavorido de las cámaras de televisión, es decir, ha formado un dueto con Roca Rey y ambos están en contra de la promoción del espectáculo que, para mayor desdicha, en estos momentos, la televisión hace más falta que nunca en la vida.

Ese bobo de Sevilla con planta de estudiante de arquitectura, pese a ser un buen torero, no llegará nunca a nada. Recordemos que se puede ser un gran torero y un boludo, todo a la vez y, es muy de lamentar que ese chico Aguado ostente ambos títulos. A Pablo Aguado habría que hacerle la siguiente pregunta. ¿Qué tiene usted contra la televisión para que ésta retrasmita las corridas de toros en las que usted participa?

Y el pobre no sabría qué responder pero, debemos de recordárselo nosotros puesto que, el triunfo que le lanzó al estrellato en Sevilla tuvo como testigo excepcional las cámaras de la televisión, razón poderosa que nos invitó a todos para que disfrutásemos de aquel bellísimo recital del diestro en La Maestranza, festejo que, de no haber sido televisado se habrían enterado los cuatro señoritos andaluces pero, el pueblo nunca hubiera sabido de lo que fue un acontecimiento artístico en toda regla. Eso sí, todos vimos los toros de lidió sin que tuviésemos que preguntarle nada a nadie.

Decía que, hoy más que nunca hace falta la televisión porque, entre reducciones de aforo, limitaciones de todo tipo y demás cuestiones que malhieren a la fiesta de los toros, si no se televisan los festejos nadie se enterará de nada, por mucho que los periodistas adictos a la causa lo pontifiquen como les de la real gana; no es lo mismo. La gente, aunque sea por la televisión, quiere ver a sus ídolos y si estos son retrasados mentales que no quieren aparecer junto a las cámaras, en honor a la verdad, no deben ser tan buenos toreros como les pintan. Fijémonos si hace falta la televisión que, en los momentos actuales, de forma presencial, a lo sumo hay tres mil y pocos espectadores, una cifra que cuando vivamos en la más absoluta normalidad no se superará jamás. Siendo así, si no hay televisión, ¿para quién coño querrán torear?

Todo el mundo suspira, en cualquier espectáculo, que se retrasmita para todo el orbe el mismo; desde los más grandes artistas de toda índole hasta los personajes más humildes, en este caso los toreros que, por ejemplo, en CMM televisión difunden la fiesta más que el propio Movistar, siempre, para uso y disfrute del aficionado y, sin duda, para favorecer a los toreros que, sin cámaras de por medio serían muy conocidos en su casa a la hora de comer, pero nada más.

¿Será que Pablo Aguado no se siente seguro de su propia persona, es decir, que vive prisionero de su miedo y no quiere que éste trasluzca más allá de la plaza donde actúa? No puede existir otra razón y, si vio el ridículo de Morante en El Puerto, seguro que se asustó, como lo hubiera hecho el propio Morante de haber sido televisada la corrida porque, en aquel entonces, además de las cuatro mil personas que había en el coliseo portuense, España entera hubiera sabido de un fracaso con estrépito que, sin duda alguna es de lo que todos huyen.

Este año, por unas u otras razones, uno de los diestros que más hemos podido admirar gracias a la cámaras, no es otro que Manolo Escribano que, empezando por Madrid y terminando en distintos pueblos donde actúa, es raro que no hayan cámaras para poder seguir deleitándonos con el valor y arrestos de este hombre apasionado que, de los toros ha hecho un modo de vida para que todos gocemos de su propio festín, siempre aliado junto a la grandeza de lo que entendemos como un toro bravo.

Al margen de que la televisión es absolutamente imprescindible por cuestiones meramente económicas, además de todo ello, la imagen en la actualidad es algo inexorable; digamos que nadie debería de resistirse y mucho menos en los toros para que todo el mundo pudiera admirar la figura de tal o cual torero.

Pobre Pablo Aguado, nunca pudiéramos imaginar sus torpezas. Es lamentable, y lo digo con enorme pena, que un chico que tiene un futuro espléndido como torero, siempre con el burro adormilado, pueda quedarse en el camino por una decisión tan absurda como rocambolesca. Este chico ha leído las crónicas que le han hecho sus amiguetes y de la noche a la mañana él mismo se ha puesto la etiqueta de figura y, como tal, a mandar, incluso a decidir si se televisan sus festejos o todo lo contrario. Digámosle a Pablo Aguado que no es Paco Camino, que le queda mucho camino por recorrer y, su suerte no es otra que lo llevan entre algodones, si tuviera que competir, por ejemplo, con Manolo Escribano ya hubiera fracasado por completo.

Es muy triste que las figuras del toreo aspiren a dicho título para, de la noche a la mañana, con sus actitudes, que todo el mundo les considere unos sátrapas de mucho cuidado. Qué bien se torea cuando no hay toro, ¿verdad, Pablo Aguado? Y digo que no hay toro porque lo que matan las figuras son toros amorfos, amaestrados y carentes de toda emoción. ¿Y por ese camino se quiere llegar a ser figura? Desdichadamente, conforme están los tiempos, para nuestra desgracia como aficionados, ese es el sendero que emprenden todos los que carecen de valor y según cuentan, están tocados con la varita mágica del arte.

Como se ha demostrado, donde se siente verdaderamente feliz Pablo Aguado es en la corrida Goyesca de Ronda, ya lo demostró hace dos años y, en esta ocasión, una vez más se apunta a la parodia, algo que los cuatro mil ignorantes que allí se congregarán disfrutarán al máximo. Y sin televisión, por supuesto, así nadie nos enteramos de los burros a lidiar. Como vemos, todo le viene rodado a Pablo Aguado.

Esta es la poderosa razón por la que Pablo Aguado huye del toro auténtico porque, como le sucediera en Madrid, esos toros reparten hasta cornadas.