Paco, papá ha muerto. Así de lacónicas brotaron las palabras de Soledad Navalón, la hija del genio salmantino cuando le llamó Paco Cañamero para preguntarle por la salud de su padre al que, el día anterior, como casi todos los días de su convalecencia, Cañamero acudía a visitarle. Aterrado quedó nuestro amigo Cañamero al conocer la noticia; no daba crédito a lo que estaba escuchando porque, el día anterior, en la última visita que le hizo, Alfonso Navalón, no tenía presagio de morir. Es cierto que, como él confesara, pese a su delicado estado de salud todavía era capaz de gastar bromas, hasta el punto de que les decía a sus amigos, familiares y allegados: “Tengo una estocada en todo lo alto y voy barbeando tablas”
Tal día como hoy, 27 de agosto de 2005, Navalón entregaba su alma a Dios; parece que todavía estamos charlando con él y, han pasado dieciséis años, una pena que todavía nos atormenta a todos los que fuimos fieles a su causa, a sus lecciones y todo lo realmente importante que brotaba de los sentidos del crítico de Fuentes de Oñoro que, más tarde, recorrió el mundo gracias a su pluma, a su palabra y, ante todo, a su arte; porque hay que ser muy artista para que, en plena vorágine de su plenitud como crítico, saliera dos veces a hombros de la monumental de Las Ventas de Madrid, un caso único en la historia del toreo que jamás se volverá a repetir.
Como sabemos, el amor y el odio, sentimientos tan antagónicos el uno del otro vivieron aferrados para siempre a la persona de Navalón. No sabré nunca si aquello era producto de su trabajo o por el contrario, lo llevaba ya en la sangre. Lo realmente cierto es que no pasó desapercibido ante nadie. Yo mismo palpé en primera persona que, sus actitudes eran provocadoras, posiblemente todas ellas venidas a cuento por aquello de las golferías que el crítico denunciaba pero, su santa madre lo parió de tal modo y no hubo manera de cambiarle. Es cierto que, como decía, y lo sabe todo el mundo, era amado y odiado en idénticas proporciones. En realidad, ¿pudo haber sido de otra manera? Nadie lo sabe porque él jamás intentó cambiar en lo más mínimo. Vendía su verdad y nada más le importaba.
Su buque insignia, en lo que a rotativos se refiere fue el diario Pueblo en el que alcanzó la gloria soñada. Antes estuvo en Informaciones, más tarde en Diario-16, amén de los medios salmantinos en los que se refugió tras su salida de los grandes periódicos. Allí en la redacción de la calle Huertas, 73, la del diario Pueblo, es cuando dicho vespertino alcanzó el rango de vender un millón de ejemplares en un solo día gracias a la crónica de Navalón, hechos que, como dije, le reportaron el alto honor de salir en hombros de la plaza de Madrid, por parte de sus lectores.
Sus amigos besaban donde él pisaba mientras que, sus enemigos lo odiaban a muerte, hasta el punto de que como nadie se atrevió a matarle, si mataron a una jaca que tenía en El Berrocal, su finca, para que tomara lección de que el próximo podía ser él. Situaciones dantescas que no tienen parangón porque, para colmo, a Navalón le sobraba inteligencia e ironía para descuartizar a sus adversarios sin tener que utilizar, en ocasiones, la palabra soez que hería por completo. Es verdad que, los que fuimos sus amigos, sentía veneración por nosotros, algo que siempre le agradecimos.
Digamos que, muchos de los que fueron sus amigos, por ese distingo, ya creían que tenían “barra libre” para actuar de la forma que creyeran oportuno, aunque defenestraran al aficionado e incluso a los propios toreros cuando la cuestión iba de apoderamientos. Error mayúsculo de mucha gente que confundieron la gimnasia con la magnesia, es decir, gozando de la amistad de Navalón creían que este silenciaria sus fechorías cuando, a diario, ocurría todo lo contrario. Y por ese trance nunca quiso pasar; en muchas ocasiones, demasiadas, prefirió perder al que se decía amigo, antes que prostituir la verdad.
Hablamos, pese a todo, del mejor crítico del pasado siglo, algo que nadie ha logrado emularle. Algo tendrá el agua cuando la bendicen y, Navalón, en la crítica era un bendecido. Sus escándalos, para bien o para mal, tenían proporciones desmesuradas; nada que ver con el prototipo de todo aquello que tenía que ver con la crítica, sencillamente porque Navalón superaba a sus adversarios sin apenas esfuerzo alguno. Claro que, la gran verdad de su éxito se sustentaba en el vil metal, como cualquier otro negocio; es decir, los editores para los que trabajó, desde el primero hasta el último, con su pluma tenían el negocio asegurado, de ahí el respeto que todos le profesaban.
Su gran error, aunque él decía que se trataba de su gran amor, fue la creación de su ganadería, la que forma inconsciente le empujó hacia el peor de los fracasos que sufrió en su vida. Navalón amaba al toro con una fuerza desmesurada, eso lo sabían tirios y troyanos, pero lo que nunca midió fueron las consecuencias que dicha ganadería le traería en la vida. Por culpa de sus toros tuvo que venderle su alma al diablo, por aquello de tener que afeitar los mismos si quería venderlos. Es cierto que, como hiciera Pepe Luis Vázquez en su día, Navalón creó la ganadería por vocación, por amor al toro, pero mientras Pepe Luis se dio cuenta de lo que suponía la ganadería, antes de caer en errores dramáticos, la vendió y allí se acabó todo.
Alfonso Navalón quiso resistir todos los embates y acabó derrotado, hasta el punto de que un día confesó: “Afeito más que Juan Pedro Domecq, que ya es tener mérito” Unos días antes de contraer la enfermedad que le llevaría a la tumba le pregunté, en esas charlas habituales que teníamos:
-Alfonso, antes que afeitar los toros, ¿no hubiera sido más lógico que hubieras eliminado la ganadería antes de que te humillaran como lo hacen cada día que tienes que embarcar una corrida de toros?
Tienes razón –me decía- pero recuerda que yo cree la ganadería con la ilusión de mi honradez y jamás creí que tuviera que prostituirme de este modo. Con los atributos de la bravura que tienen mis toros, con ello pensaba que sobraba y bastaba para ser lidiados sin problema pero, para mi desdicha me encontré con la cruda realidad de lo que hacen esas mierdas que dicen ser figuras del toreo y jamás han toreado un toro en puntas. Yo tuve que prostituirme, es cierto, pero ellos son los delincuentes, algo que he palpado en mi propia mano porque hasta que empecé a lidiar, sabía de la estafa por boca de los ganaderos y, para mi infelicidad, lo he palpado en mis propias carnes. Si te digo que ya no aguanto más, tengo la ganadería en venta.
Es cierto que, vistos los hechos, debería de haber hecho lo que Pepe Luis Vázquez cuando fundó su ganadería, pero mientras el Rubio de San Bernardo supo darse cuenta a tiempo de que tendría que prostituirse para lidiar, clausuró la ganadería y ahí se acabó todo. Pero mientras Pepe Luis era un hombre inteligente, a ese respecto nunca le llegué ni a la altura de sus zapatos.
Palabras fuertes, lacónicas las de Alfonso Navalón que, irremediablemente llevaré siempre dentro de mi corazón.
Como fuere, amigos, recordemos a Navalón como el icono del periodismo del mundo si de toros hablamos porque, tanto en España como en América, el crítico salmantino alcanzó los máximos honores que un ser humano pudiera soñar en el mundo del periodismo. A mí, de forma personal, me cabe el honor de seguir publicando sus ensayos, los que me mandó como un legado único en el mundo puesto que fui heredero directo de su obra, por tanto, mi logro no pudo ser mayor.