Cuando analizamos el motivo de las cosas, en este caso si de toros hablamos, muy pronto llegamos a la conclusión que nos revela aquello de que, anti-taurinos, animalistas y políticos en general de los que pretenden destruirnos, no son otra cosa que una fantoches pagados para que hagan ruido contra nuestra fiesta pero, cuidado, depende en qué sitio o lugar. Todos ellos saben, los miserables que nos atacan, a qué sitios deben de ir para manifestar su odio porque, en definitiva, no es otra cosa que un rencor que llevan dentro de sus almas, eso sí, alimentado por un salario por hacer un trabajo sucio y descabellado como es manifestarse o posicionarse contra los toros.
Si analizamos, por ejemplo, el gobierno de Navarra nos ponemos a temblar con la de gentuza que allí anida que, para mayor desdicha, hasta rigen aquella región; digamos que, ellos mismos, como políticos, son el caldo de cultivo de todo lo que proviene desde la misma centralidad de Madrid y, sin embargo, contra los toros no se atreven. Curioso, ¿verdad? Pamplona es un caso digno de estudio para cualquiera que pretenda informarse al respecto de todas las tropelías que tanta gente quiere someternos, en Francia, por ejemplo, han sufrido en estos días el ataque furibundo de un político apestoso que, al final ha ganado la batalla de la cordura en el país vecino, una lección que deberíamos de aprender y tomar nota, todo ello para el devenir del buen funcionamiento de la fiesta que, como tal, solo puede sobrevivir mediante el respeto. La grandeza de los toros en la capital navarra es de tal envergadura que nadie la ha podido tocar; han echado a la Guardia Civil, cosa gravísima por otra parte, pero no se han atrevido con los toros. Alabado sea Dios.
Claro que, hablar de respeto, educación, convivencia, lealtad, hermandad, educación y otros muchos valores que siempre adornaron a nuestra sociedad, por culpa de los reptiles que nos gobiernan, -eso dicen ellos, los muy fantoches, que gobiernan- eso ha pasado a mejor vida, razón por la que han tomado fuerza los contrarios a nuestra fiesta que, en realidad, el asunto les importa una mierda pero como quiera que están becados para su “oficio” como manada, por ello acuden a las manifestaciones anti-taurinas, se embadurnan de mecromina como si fuera sangre y demás gilipolleces por el estilo, tratando de que les creamos; les creerán los descerebrados que los tenemos por doquier, pero todo aquel que aplique la lógica, lo que hagan estos manifestantes nos tiene sin cuidado sabedores de la falsedad con la que actúan.
Para nuestra fortuna, todavía quedan lugares “sacrosantos” dentro de la tauromaquia, ciudades como Pamplona que, tantos apestados no han tenido cojones para manifestarse en dicha ciudad pidiendo la abolición de los toros, ni algunos de los malvados políticos que allí anidan han puesto el menor reparo contra la fiesta taurina. ¿El motivo? Está clarísimo. Los toros en Pamplona son un espectáculo tan arraigado a la ciudad que, pobre del que intentara prohibirlos porque, como debe ser, los mismos aficionados se alzarían en “armas” contra los disidentes. O sea que, para fortuna del toreo, en Pamplona tenemos garantizada la fiesta. Unos malnacidos la erradicaron de la Ciudad Condal, mejor dicho, de toda Cataluña pero, no es menos cierto que, pese a todo, en esa parte aberrante de España –lo de España lo digo yo, porque ellos no quieren saber nada de nosotros- un hijo de puta socialista se cargó la fiesta y, como digo, al no haber arraigo popular cerraron las plazas de toros y nadie dijo esta boca es mía. Todo, claro, por pura cobardía.
Imagino que, en Pamplona, al margen del amor de los aficionados por dicha fiesta tan ancestral como única en el mundo, todos ellos son conscientes de la gran labor que hace la propietaria del coso, La Casa de Misericordia de la ciudad que, durante más de cien años, gracias a los toros, sufragan las penas de todo los pobres de dicha región. Es decir, sus ingresos tras los festejos taurinos, dicha casa misericordiosa los destina a su fundación que, cuyo único menester no es otro que cuidar de los más desvalidos, ancianos sobre todo, al margen de tantísimas obras de caridad como llevan a cabo año tras año.
La razón explicada tiene el suficiente peso específico para que nadie intente lacerar en lo más mínimo la fiesta sanferminera. Tomemos lección, pongamos una “barrera” como hacen en Pamplona para que los criminales de turno no nos ataquen a diario. Si en la capital navarra lo han conseguido, ¿a qué esperamos los demás para ponernos manos a la obra y ridiculizar para siempre a los apestosos e indeseables que nos atacan?