Ya es historia la feria de Pamplona de la que podemos sacar muchas conclusiones de todo tipo porque, ha habido de todo; triunfos, orejas legítimas, despojos sin sentido, faenas de alto nivel, el toro auténtico, incluso el toro adormilado que tanto gusta a las figuras pero, en líneas generales ha privado más el éxito que el fracaso que, en los tiempos que corremos es todo un éxito. Ya quisiéramos todos que la grandes ferias de España se parecieran un poco a la de Pamplona, algo que diría mucho de la fiesta brava y, por encima de todo, de la buena salud que goza por tierras navarras.
Por dicha plaza han pasado infinidad de toreros que, más tarde, siguen toreando en distintas ferias de España y, la pregunta que me hago es obligada que, en realidad, es la que se harán todos los toreros. ¿Cómo es posible que esta plaza se llene cada tarde y en el resto de las ferias, exceptuando Sevilla y Madrid, apenas media plaza siendo muy generosos? Esa pregunta no tiene respuesta puesto que, en Valencia, en que se ha celebrado ahora su feria de julio, ha habido tardes de un cuarto de plaza. ¿Dónde radica el misterio de Pamplona que, para mayor felicidad, llenan su coso con el cartel que sea, no importa que sean figuras o diestros humildes?
De todo eso deberíamos de sacar la lectura correspondiente porque nada es gratuito, ni en los toros no en ninguna parcela de la vida misma; siempre hay un motivo para lo bueno y para lo malo. La cuestión es dar con el quid de la cuestión para remediar los males que nos azotan. ¿Es posible que la grandeza del toro que se lidia en Pamplona sea el efecto causa para que los llenos sean diarios? No podría asegurarlo pero, sin duda alguna, mucho tiene que ver el toro para que la gente acuda en masa a dicho recinto para admirar la fiesta en su conjunto, no digo ya a los “ídolos” de las medias entradas en cualquier plaza, lo afirmo por la grandeza con la que se vive este maravilloso espectáculo que, sin duda que nos quepa, es un modelo para toda España y, hasta me atrevería a decir para todo el mundo.
¿Qué se podría hacer para concitar la atención de los aficionados, al margen de las gentes que puedan acudir como espectadores sin el menor rigor? Yo sigo sosteniendo que la grandeza del toro tiene gran parte de culpa en toda la hecatombe que estamos viviendo en líneas generales y en todos los puntos donde se celebran corridas de toros. Pero sí tenemos datos reveladores en Pamplona puesto que, como todo el mundo sabe, se ha lidiado el toro con todo su esplendor y, la gran mayoría de los animales han servido para la lidia y, lo que es mejor, apenas ha habido desencanto alguno si exceptuamos las corridas de Miura y Escolar pero, el resto, todo un modelo a seguir.
¿Será acaso que lo de Pamplona es todo un ritual que nada tiene que ver con el resto de España? Si de verdad esto es así, nada podemos hacer porque el sentir de las gentes al respecto eso no lo cambia nadie; es como los votantes de Podemos, por muy retorcidos que sean y puedan actuar para destruir España, esos votos siempre los tendrán. Ocurre que, ese sentimiento benigno de los navarros hacia la fiesta de los toros es algo tan admirable como enigmático, pero siempre digno de alabanza.
Nos quedamos, pues, con ese regusto de haber visto un coliseo tan enorme lleno hasta los topes en todas las corridas de su feria que, en definitiva nos ha iluminado el corazón de todos los aficionados porque, a tenor de lo visto en Pamplona, allí no hay crisis o, en su defecto, si de toros hablamos, no la hemos visto por lado alguno. Y digo crisis porque es uno de los argumentos que utiliza el taurinismo cuando comprueba que las plazas de toros están vacías en tardes incluso de enorme trascendencia. Que cada cual piense lo que quiera pero, algo se está haciendo mal para que la gente haya perdido la costumbre de ir a los toros. Y, para que la dicha en Pamplona sea al completo, como dije en repetidas ocasiones, la generosidad de la Casa de la Misericordia es tan grande que, todos los toreros, especialmente los humildes, con un festejo toreado han arreglado la temporada.