Desde siempre, en las revistas de pasatiempos que tanto abundan –o abundaban antaño-, una de las distracciones consiste en aquello de encontrar las siete diferencias en dos dibujos análogos: es decir, dos viñetas que aparentemente son exactas pero que tienen siete diferencias que son las que nos hacen cavilar por aquello de encontrarlas. Una forma como otra de matar el tiempo y no aburrirnos cosa que le sucede a mucha gente que sin saber aprovechar las grandeza de la vida tienen que recurrir a dichos juegos con tal de saberse útiles ante sí mismos.

Digamos que el símil citado nos podría valer para el mundo de los toros, con la diferencia de que en este espectáculo, si se reflejara en una imagen solo cabría buscar dos diferencias puesto que, al igual que el juego referido, en apariencia todo es igual. Un toro podría ser un toro sin más preámbulos y un torero un diestro muy cabal, digamos que una persona a la que admirar por aquello de su grandeza al jugarse la vida frente a un toro.

Cierto es que, al revés de los pasatiempos, juntando las dos imágenes no alcanzamos el resultado deseado; es decir, encontrar la verdad en todo aquello que buscamos. Pero sí debemos de acudir a ver retrasmisiones de festejos de toda índole y, sin tener que imitar a Einstein, aplicando un poquito de cordura y de sentido común muy pronto encontraremos la diferencia y, para tal menester, la cadena Movistar nos lo pone en bandeja de plata.

Dicho canal reproduce festejos de toda índole, con el agravante de que siempre repiten lo peor, con la salvedad de que a lo largo de la temporada nos han ofrecido espectáculos de una belleza inenarrable pero como quiera en dicha cadena siguen creyendo que todos sus abonados son partidarios de El Juli, la gran mayoría de los festejos que reeditan son para darle gloria a este torero y otros de su misma dimensión. Cierto es que, de vez en cuando se equivocan y repiten alguna corrida para que los aficionados tomemos nota porque en la misma ha aparecido el toro. Es el caso de la corrida de José Escolar de la pasada feria de San Isidro en que, Octavio Chacón, Alberto Lamelas y Noé Gómez del Pilar –y no digamos la que se lidió en septiembre- dieron la auténtica dimensión de cuando un hombre se juega la vida. Gómez del Pilar cortó una oreja más que heroica y se llevó una fuerte cornada. Sus compañeros, Chacón y Lamelas bastante hicieron con salir vivos de la plaza.

¿Qué pasa cuando se lidian toros de esta similitud a los antes nombrados? Pues eso, que aparece la emoción sin límites, todo el mundo es sabedor de que cortar una oreja sabe a milagro pero, a cuorun, todos sabemos que habrá verdad con mayúsculas, nadie bostezará y todo el mundo tendrá el corazón dentro de un puño que, en realidad esa debe ser la lidia de un toro, que prevalezca la emoción por encima de todo para que, al final, los toreros se lleven las ovaciones más sentidas de la tarde, y de muchas tardes.

Y siguiendo la paráfrasis de dicha cadena, al “día siguiente” nos ofrecen como grandes faenas de la temporada y, nos endilgan la de Pablo Aguado ante un torito moribundo de Juan Pedro en Sevilla; un animalito sin gracia alguna pero que obedeció a la muleta del diestro en repetidas ocasiones y, por aquel “tratado taurómaco” al sevillano le dieron una oreja tras un bajonazo. Pues a grandes rasgos, amigos, esa es la diferencia entre el toro de verdad y el burro adormilado con el que se pone bonito el diestro de turno y, como quiera que el realizador del festejo televisado sea un poco cachondo, nos muestra imágenes de aficionados bostezando en los tendidos. Ceo que, un bostezo en los toros no dice mucho más que el animalito moribundo que se ha lidiado en este caso en Sevilla, al igual que en tres mil sitios más. Si queríamos encontrar las dos diferencias aludidas, creo que han quedado claramente explicadas.

A buen entendedor, con pocas palabras basta.