Pasado el ecuador de la feria de San Isidro, si hacemos un balance al respecto comprenderemos que barajamos unos números artísticos de muy bajo nivel y, lo que es peor, todo por culpa de los toros que no han embestido como todos quisiéramos. No es menos cierto que, algunos bicornes han dado opciones de triunfo pero, por distintas razones apenas nada ha quedado en el recuerdo, mala cosa cuando, como se comprueba, a diario, que los llenos son incesantes, lo que debería de entender la empresa de que, a los clientes, hay que cuidarlos con más esmero.
Tras tantos festejos celebrados nos queda en el recuerdo la gran faena del novillero Roberto Martín Jarocho que le cortó las dos orejas a uno de sus antagonistas, una alegría de época, tanto para el chico como para los aficionados que tuvimos la dicha de verle triunfar. Y si de matadores hablamos, cosas sueltas ha habido muchas, pero, inolvidables, apenas casi nada. Nos quedamos, como no podía ser de otro modo, con aquella faena de Diego Urdiales en la primera corrida de la feria que, de haberle aguantado el toro, era de puerta grande. Su faena, mientras duró el toro, tuvo unos atisbos de arte realmente inenarrables, todo ello hasta que se cansó el toro que, insisto, dos series más, unidas a la gran estocada del riojano, ahora estaríamos hablando de la gran faena y puerta grande de un torero artista como pocos.
No podemos olvidar el arrebato de valor de Román que, frente a la encastadísima corrida de Fuente Ymbro estuvo hecho un jabato, hasta el punto de cortar una oreja de ley gracias a su valor sin mácula y, si a su segundo enemigo le hubiera matado con prontitud, tenía asegurada la puerta grande, aquella que se había ganado con su valor sin cuento. Luego, en la corrida de Baltasar Ibán, Francisco de Manuel toreó el toro más bravo y encastado de aquel infumable festejo pero que, el diestro, para su desdicha, no pudo estar a su altura. Una pena porque según mi entender ha sido el toro de la feria.
La faena de David Galván ha quedado en el recuerdo como una obra inspiradísima que, con el factor sorpresa, conquistó a uno y a otros, lo realmente cierto es que el chaval ha salido de Madrid auténticamente reforzado. Quiera Dios que ese éxito le sirva como en verdad merece porque, como demostró en Madrid, se trata de un torero de corte artista, algo que celebramos con inusitado gozo puesto que, la oreja que cortó fue de auténtico peso. Todo lo contrario la pasó a Tomás Rufo que, aunque cortó una oreja a un toro de Victoriano del Río, dicho trofeo apenas tuvo calado porque se trató de una oreja dadivosa, de las que no dejan el menor recuerdo.
En honor a la verdad, el que estuvo cumbre no fue otro que Emilio de Justo con la corrida de La Quinta. Una pena que el extremeño fallara con la espada porque, como todo el mundo sabe, tenía la puerta grande en sus manos tras una faena épica, memorable, rotunda e incalificable, especialmente con la mano izquierda que, de sus manos y sentidos salieron los naturales más bellos de lo que llevamos de feria y, lo que es mejor, ante un toro encastado que le pidió sus credenciales. Imagino que, De Justo, todavía estará lamentándose de su yerro con la tizona pero, a su vez, todos debemos comprender que son las cosas que pasan a diario en el toreo.
Una faena, la de Emilio de Justo que, estuvo aderezada con todos los argumentos de la épica, la suerte, la torería y el valor del diestro que, dentro de todos los amalgamas que queramos añadirle, hasta tuvo la “suerte” de recibir una cogida espantosa, llena de un dramatismo sin límites y, es en ese momento donde apareció la suerte de que saliera ileso, amén de que, tras aquel torrente de emoción y escalofríos que todos sentimos, de sus manos, como dije, brotaron tres series de naturales que nadie hemos podido olvidar y, lo que es mejor, cuando se acaba la feria, dudo que nadie los haya olvidado.
Respecto a la empresa, por aquello de probar suerte, deberían de traer a Madrid, aunque no lo quisieran los toreros, otro tipo de ganaderías más encastadas, pero, de otros encaste y nuevos nombres que, como sabemos, ganaderías las tenemos por doquier. Aquello sota, caballo y rey es algo que tenemos muy manido y, lo que es peor, no nos está dando los resultados que todos desearíamos. ¿Solución? Lo dicho. Cambiar de encastes, por probar tampoco perderíamos nada. ¿Verdad?