La pregunta que formulo tiene una dosis de incógnita que nos puede quitar hasta el poco humor que nos ha quedado. Sí, porque al respecto del mundo de los toros, si antes de la pandemia los males eran terribles, tras la misma, la desdicha no puede ser mayor. De cara al año venidero, la pregunta es obligada. ¿Podremos vacunarnos todos para seguir con la normalidad con la que siempre transcurrió nuestra vida y, por ende, poder acudir a los toros o a cualquier evento que se celebre? Difícil la respuesta pero, en el peor de los casos mantengamos la esperanza para que ello sea una realidad y retomemos la vida normal que, dentro de todos los males, nos aportaba un tanto de felicidad, en nuestro caso, por aquello de asistir al espectáculo que amamos: Los toros.

Nosotros, como digo, los aficionados amábamos los toros, hasta el punto de que siempre hemos pagado un altísimo precio por una localidad, por satisfacer nuestra ilusión por aquello de contemplar que un hombre se estaba jugando la vida pero, analizado el mundillo taurino con detalle, la otra gran pregunta es obligadísima. ¿Aman los toros, los taurinos, los que viven de la fiesta, al igual que la amamos los que pagamos? Aquí queda mucho por saber porque, como ha sucedido este año en que todo ha sido una prueba de fuego, especialmente para el mundo empresarial taurino y, la debacle no ha podido ser mayor; un caos en toda regla.

Han sido circunstancias difíciles, yo diría que horribles pero que, contra viento y marea, como de demostró, muchos pueblos, al frente de sus plazas de toros unos empresarios modélicos dieron el paso hace adelante a sabiendas de que no ganarían nada y, como se comprobó, dieron toros. ¿Por qué no les secundaron los grandes empresarios de las plazas emblemáticas de España? Aquí viene el quid de la cuestión y, lo que es peor, que la pregunta antes planteada no tiene respuesta. ¿Para quién trabajan los grandes magnates del toreo? Sinceramente, como las pruebas han demostrado, para que las figuras sean felices y se lleven un dinero en el acto importándole un pimiento el devenir o el futuro de la fiesta. Las pruebas son concluyentes.

¿No se podían toros en Madrid y se dieron, entre otros muchos pueblos en Herrera del Duque? Que baje Dios y lo vea y, en el peor de los casos que nos lo explique. Está clarísimo que, la empresa de Madrid, sabedora de que el filón de años anteriores había desaparecido, la solución para no perder, no ha sido otra que tener la plaza cerrada a cal y canto pero, ¿y los políticos de Madrid que siempre dijeron defender la fiesta de los toros? Los hechos han venido a certificar que, Comunidad y empresa de Madrid hicieron un pacto con el Diablo y nos dieron la callada por respuesta. Pero digámosle a los empresarios de Madrid que, ser empresario lleva implícito hasta tener pérdidas y eso de apostar a caballo ganador lo hace hasta el más tonto. Claro que, para tontos, nosotros que seguiremos pagando fortunas para que otros no chuleen.

Sinceramente, nuestro futuro está en el aire. Quizás retomemos la normalidad que tanta falta nos hace y la que tanto anhelamos pero, ¿recuperará la normalidad el mundo de los toros? Eso está por saber aunque, barrunto, así me lo dicta el corazón que nada será ya como antes. En el supuesto caso de que se puedan dar toros en el año venidero, sinceramente, no me gustaría estar en la piel de ningún ganadero y mucho menos en la de los toreros. Si hasta la fecha, las exigencias para los pilares fundamentales de la fiesta, toro y torero, eran casi insoportables, a partir del año que viene, pobre de todo aquel que quiera vivir del toro que, de dar festejos, los empresarios apretarán las tuercas de tal modo que, insisto, ser ganadero o torero será el peor castigo que pueda tener un ser humano. Las pruebas me darán la razón porque, para nuestra fortuna, lo escrito, escrito queda.