Craso error el mío cuando hace pocas fechas abogaba por los toros en Bogotá, la capital colombiana en la que, su alcaldesa, por decreto ley prohibía los toros en la capital andina. Y digo error el mío cuando hace pocos días hemos podido saber que no es solo Bogotá, se trata de toda Colombia porque su Congreso Nacional, presidido por un tal Juan Carlos Lozada, ha votado contra la fiesta de los toros para que la misma sea erradicada para siempre en Colombia. ¡Lo que faltaba!

El tal Lozada, como nos han informado, es un animalista convencido y, como dicen en su tierra, solo come fríjoles porque la carne le sabe muy mal. Claro, siendo así, la criatura no tiene otra idea que la prohibición de la fiesta de los toros, algo muy de moda en todos los países donde reina la maldita izquierda que todo lo pudre y destruye. Creo que se me habrá entendido lo de la metáfora de que el susodicho no come carne; la comen todos los criminales de izquierda que, repito, insisten en que se prohíba para siempre la fiesta de los toros; al parecer, la idea da mucho de sí de cara a la galería, no quiero pensarlo de otro modo. Otro más, Lozada, que sigue pensando mucho en la defensa de los animales pero, a sus compatriotas que les parta un rayo que, en definitiva, es lo que sucede a diario.

Si en España la amenaza que tenemos por parte de la izquierda criminal al respecto de la fiesta de los toros es algo dantesco, en Colombia ya han tocado techo; sí se me apura, hace ya mucho tiempo en que, por varias razones, casi todas políticas, han cerrado innumerables plazas colombianas, léase Cartagena de Indias, Cúcuta, Sogamoso, Lenguazaque, Puente Piedra, Armenia, Duitama, Barranquilla, Medellín, Sincelejo, Tunja, Bucaramanga  y una larga lista que ahora no recuerdo, quedando solo en pie de guerra, Cali y Manizales porque, como dije, Bogotá ya está clausurada por decisión de su alcaldesa.

Lo poquito que queda en pie, por esa maldita orden o decreto del Congreso colombiano, dudo ya que se hagan toros en la el país cafetero por excelencia. Al parecer, en Colombia, desde los altos estamentos del poder se potencia la droga, los niños sicarios y las guerrillas interurbanas que están acabando con la sociedad colombiana pero, ya vemos, su única preocupación, como ocurre en España, es acabar con la fiesta de los toros.

La tragedia, a modo de prohibición, se ha instalado en el mundo de los toros para que, una fiesta más que tricentenaria, al final acabe siendo historia en el mundo. Es un hecho criminal ante toda la sociedad del mundo que, unos apestosos animalistas han conseguido, amparándose en la cobardía de los líderes políticos, lo que nunca había conseguido dictador alguno, lo que nos viene a demostrar que, todos aquellos que se les tildaba de dictadores, vistos los resultados, eran hombres santificados cuando los comparamos con la gentuza que reina ahora en la política mundial.

Mi llanto, como aficionado, es en España, mi tierra, mis gentes, mi vida, todo ello al saber que, como ocurre en todos los lugares del mundo donde se celebraban corridas de toros, muy pronto, al margen de la pandemia, la fiesta taurina será un recuerdo del pasado. Pero no por ello deja de dolerme Colombia, un país tremendo por su alegría, por su fervor, por ese amor que le ponían a las celebraciones taurinas que, cada año, sus ferias, eran un espectáculo maravilloso, hasta el punto de que dichas ferias eran retrasmitidas por las cadenas radiofónicas, entre ellas Radio Caracol, que eran de una expectación inusitada; vamos, lo que se hacía aquí hace cincuenta años, en Colombia, la radio sigue siendo sagrada en el ámbito de las retransmisiones taurinas que, como explico, si Dios no lo remedia, dentro de menos de cinco minutos todo será historia del pasado.

Como siempre dije, ante decisiones tan criminales, no solo muere la fiesta de los toros que, como tal, es un drama en toda regla; mueren miles de pequeños negocios que todos giraban en torno a la fiesta de los toros, emisoras de radio que difundían la fiesta por todo el país, televisiones y, como siempre sucede, en las ciudades donde se celebraban sus festejos taurinos, la clausura de los mismos no es otra cosa que una puñalada en toda regla a la economía de cada pueblo o ciudad pero, insisto, a los políticos les importa una puta mierda que la gente se muera de hambre porque, como se demuestra, lo único que pretenden es hacer el mal, algo que les sustenta hasta el alma.