Hace unos días publicaba yo un ensayo en el que abogaba por el rigor de Madrid y, para mi suerte, así ha sucedido. Alabado sea Dios puesto que, en una corrida como la de hoy repleta de figuras y gentes del clavel, lo «normal» hubiera sido dar orejas a troche y moche pero, como digo, reinó la cordura y Madrid sigue siendo la primera plaza del mundo.
Se ha lidiado una corrida de La Quinta que, en su conjunto ha mostrado su casta santacolomeña pero, tampoco echemos las campanas al vuelo porque el primero de El Juli parecía un toro tan tonto como todos los que ha indultado Juan Pedro. Y aquí quiero centrar la atención del lector porque lo que voy a decir no lo ha dicho nadie y, lo que es peor, no lo leeremos en lado alguno. Es cierto que, con este animal El Juli ha estado pluscuamperfecto; no se podía estar mejor y su faena ha tenido un componente de limpieza digno de admirar. Todas las series instrumentadas por El Juli han sido despaciosas, con parsimonia, con candencia y ritmo pero, debemos de convenir que el toro tenía de casta lo que yo de astronauta. Un animal muy bien presentado pero, por su comportamiento cualquiera tiene derecho a dudar de su origen porque no es nada normal que a Álvaro Martínez le salga un toro tan santificado como el animal citado.
Siendo así, ¿qué pasó para que tras una gran estocada El Juli solo cortara una oreja? Estaba clarísimo. La gente disfrutó con el trasteo «juliano» pero allí faltaba algo. ¿Qué era? Estaba clarísimo, emoción, casta, agresividad en el envite; faltaban los componentes básicos para que la faena hubiera tenido la rotundidad que muchos esperaban, entre ellos los «capitalistas» de Movistar que, antes de que entrara a matar El Juli ya se habían rasgado las vestiduras dándole, por su cuenta y riesgo, las dos orejas a El Juli. Por cierto, ¿cobrarán de las figuras o es que sencillamente son malos aficionados y no saben distinguir la borreguez de un toro con la casta brava y emotiva de un toro auténtico? Nadie lo sabe pero, menudo disgusto se llevaron al comprobar que, la plaza de forma unánime pidió la primera orejas y, una vez concedida por el presidente, un segundo más tarde no se veía un pañuelo en los tendidos. Resultó significativo porque, muchas veces, muchísimas, tras la concesión de la primera oreja los aficionados han pedido con insistencia la segunda pero, como digo, tras dicho trofeo, que en la plaza no quedara ni un solo pañuelo, vamos, ni el que se estaba sonando los mocos lo guardó. Curioso pero, todo ello viene a demostrar el rigor que yo aludía.
En se instante, la cátedra demostró que lo es, pero en grado sumo. Se premió con una oreja una faena correcta, bonita si se quiere, pero sin el menor atisbo de emoción ni nada que se le pareciera. Más que un enemigo, parecía un amigo con el carretón embistiéndole al diestro. ¿Se puede eso premiar con dos orejas? De ninguna manera y Madrid lo demostró. Por el contrario, donde si me quito el sombrero ante El Juli fue en el quinto que, ese sí era de la Quinta; un toro con toda la barba que vendió cara su vida y con el que El Juli se la jugó por completo extrayéndole tres series de auténtico mérito en que la plaza rugió porque aquello si era de verdad. No acertó con el estoque y perdió una oreja de auténtica ley, para mí, con mucho más mérito que la primera. El Juli, ahora sí, estuvo hecho un tío. A Dios lo que es de Dios, al César lo que es del César.
Morante se las vio con dos toros inservibles en lo que lo intentó como si fuera un novillero. Pero aquel pozo estaba seco de antemano. Mucha voluntad, un tremendo esfuerzo y ahí murió su tarde. Otra vez será, hermano.
El que ha fracasado con estrépito ha sido Pablo Aguado que, acostumbrado al los toretes de los pueblos y provincias sin rigor, hoy le han salido dos toros con opciones. Su primero diría que me ha gustado mucho más que el último que, sin ser un mal toro, lo que se encontró fue un mal torero. Aguado llegó a Madrid a mostrar su postureo, a acompañar las embestidas de los toros cuando, desde los tendidos se le pedía que toreara pero, el chico no estaba por la labor. Faenas deslavazadas, sin rigor alguno, retrasando la pierna, citando con el pico y sin ánimo para jugarse la vida. Seguirá toreando por ese plazas de Dios porque ya le han puesto el sello de figura pero, esta tarde en Madrid le pesará como una losa de mármol. Madrid, en un ataque de bondad, no ha tenido ánimos ni para abroncarle. Si de hoy dependiera el futuro de Pablo Aguado ya era motivo para relegarle a la segunda división del toro. Como digo, una vez te han etiquetado como un «gran torero» todo el mundo está obligado a creérselo, salvo lo que no nos chupamos el dedo, hemos visto infinidad e corridas de toros, a cientos de toreros y, aquello de tragarnos la bola nos viene cuesta arriba.