Parece que fue ayer pero, el Sanatorio de Toreros de Madrid hace ya casi cincuenta años que desapareció. Este hecho nos viene a demostrar la degeneración que ha sufrido la fiesta de los toros, en este caso los profesionales de la misma que, ellos mismos, por indolencia e ineptitud dejaron “morir” aquel centro tan emblemático para los toreros como era su propio hospital en el que se restablecían de sus cornadas o lesiones.

Es cierto que, en medio siglo han cambiado muchas cosas, siempre para peor, como es notorio. Muchos son los toreros que a estas alturas de sus vidas todavía recuerdan con especial cariño aquel centro de curación, un hospital único en su género que albergaba de forma exclusiva a los toreros heridos; ellos lo crearon y ellos lo gozaban, si a gozar se le puede llamar curarse de una cornada. Pese a todo, nadie podía arrebatarles a los toreros la grandeza que suponía tener un dispensario en exclusiva para los diestros de la época, un hospital que financiaban los toreros, algo que les hacía grandes en aquellos años duros y difíciles.

Recordemos, porque así nos lo ha dicho la historia que el primero que pensó en crear dicho centro hospitalario no fue otro que Ricardo Torres Bombita allá por el año 1909, una idea que no pudo cristalizar pero que, pasados los años, el llamado Montepío de Toreros, capitaneado por Marcial Lalanda compró un antiguo  hotel en 1924 en la calle Bocángel  de Madrid para que tres años más tarde ejerciera como el Sanatorio de Toreros en el que, aquella figura emblemática e irrepetible, caso del doctor don Máximo García de la Torre era el cirujano jefe, el que tantas cornadas curó en dicho nosocomio y, a su vez, hacía lo propio en la plaza de toros de Las Ventas. Admiración y gratitud hacia la memoria de este hombre ejemplar que, más tarde, hasta tuvo la fortuna de dejar un legado importantísimo, su propio hijo, el doctor don Máximo García Padrós.

Lalanda había hecho realidad el sueño de Bombita y, la torería en pleno eran todos muy dichosos porque en aquel centro grandioso tenían la privacidad que siempre anhelaron y, por supuesto, los cuidados de los doctores y enfermeros que les atendían. Durante muchos años, los toreros, aunque ahora nos parezca irreal, fueron capaces de mantener dicho centro de curación y, mediante cuotas y la celebración de la Corrida del Montepío, festivales y demás ayudas, entre todos mantenían con desmesurado orgullo la obra que creara Marcial Lalanda.

Además del hospital, el Montepío ayudaba a los toreros más necesitados en su jubilación, les pagaba una “baja por enfermedad” durante el tiempo que duraba su curación y era, ante todo, la admiración de cualquier actividad de España. No era baladí que los toreros tuvieran un hospital en propiedad y, lo que es mejor, para uso y disfrute en su particular privacidad puesto que solo era utilizado por los toreros.

Pero pasaron los años y la negligencia de los matadores que iban sucediendo a aquellos hombres abnegados, muy pronto desistieron por hacer aquel esfuerzo titánico que todo ello suponía y, dejaron “morir” lo que era un lugar de “culto” para los “enfermos” de asta de toro. Sigo creyendo que, el cierre de aquel establecimiento es lo que marcó la degeneración en el toreo porque, justamente, cuando los toreros ya empezaban a ganar auténticas fortunas, justamente aquellos millonarios fueron los que le dieron la puntilla al hospital.

Al paso de los años, las figuras del toreo, no es que dejaran en abandono aquel nosocomio, lo peor de la cuestión es que dejaron en total desidia a los más humildes de la torería, todos aquellos que siempre ayudaba el consabido Montepío de toreros, aquella magna institución que instauró Ricardo Torres Bombita para remediar los males de todos aquellos diestros que, sin fortuna, llegaban a la jubilación sin la menor pensión.

Del mismo modo, desde hace cincuenta años, aquellas mismas figuras del toreo que destruyeron todo lo que concernía a los más humildes de la torería, para colmo, la llamada corrida de Beneficencia, la que siempre se celebraba para ayudar a los pobres de Madrid, desde la fecha a la que aludo, se sigue llamando del mismo modo para que todo sea una farsa constante. Lo digo porque, el otrora tan emblemático festejo, debería de llamarse Corrida a Beneficio de los Señoritos del Toreo y, de tal modo le daríamos más credibilidad a dicho acontecimiento. Digamos que, los valores de antaño, todos se perdieron en el camino y, menos mal que los componentes de la torería pudieron ser adscritos al régimen General de la Seguridad Social, salvaguardando, de tal modo, su futuro y su presente que no es otro que la consecuencia de cualquier cornada, la que se les atiende en todos los hospitales de España.

Si de obras benéficas hablamos no podemos olvidar al gran artífice de todo lo que oliera a bondad entre la torería andante de aquellos años cincuenta, sesenta y setenta puesto que, hasta su muerte, el maestro don Antonio Bienvenida fue el auténtico adalid al respecto en lo que concierne en ayudar al prójimo, en este caso, a sus compañeros más desfavorecidos. Sin lugar a dudas, don Antonio Bienvenida fue el diestro que más actuaciones firmó con carácter benéfico, por tanto, nuestra gratitud y recuerdo hacia un hombre tan ejemplar como artista.

Qué lejos nos queda aquella idea de Marcial Lalanda y el resto de compañeros que le secundaron para crear aquella institución irrepetible; era la auténtica prueba de que, los más afortunados en el escalafón eran conscientes de que, otros hombres, sin fortuna, se jugaban la vida de igual modo pero sin recompensa alguna. Ahora, fijémonos hasta donde ha cambiado todo que, los señoritos, no es que se preocupen de los más humildes, es que hacen todo lo que esté en su mano para que no aparezcan en los carteles que ellos abanderan. Vamos que, Marcial Lalanda si levantara la cabeza y viera como está el toreo y de qué manera ejercen los profesionales actuales al respecto de sus compañeros, el diestro de Vaciamadrid se pegaba un tiro para no ver los desacatos actuales.