Estas letras no son otra cosa que un recordatorio para muchos diestros cuando comprobamos, desde el tendido, como se les escapan a muchos, los llamados segundos vitales para entrar a matar. Y, lo peor de la cuestión, condiciones del toro al margen, es que dichos segundos, esos momentos que muchas veces son eternos, se ha tornado costumbre entre ir por la espada, cuadrar al toro y buscar la igualada. Lo digo porque, en este ínterin que aludo, muchas faenas han perdido su encanto por aquello de ese tiempo transcurrido que, de forma lamentable, ha enfriado al aficionado.

Parece una tontería pero, son muchos los diestros que, pese a haber matado al primer envite, el tiempo que ha transcurrido desde que acabó la faena hasta que se empuñó la espada, en ese breve camino se han perdido muchos triunfos. Es cierto que, en ocasiones, el toro no quiere colaborar para la muerte pero, en la mayoría de los casos, la culpa es del matador que, entre probaturas y maniobras prácticas por aquello de buscar cuadrar al toro, pasa un tiempo que, en realidad, resulta fatal de cara al aficionado. Analicen y comprueben lo que digo porque, como yo lo digo, igual lo ha sentido todo el mundo.

Los toreros están en su derecho de utilizar el estoque simulado porque, entre otras cosas, pesa menos, razón por la que lo utilizan pero, en muchas tardes, cuando la faena ha sido de época, dejar correr un par de minutos es más tiempo que un siglo de cara al aficionado. El llanto sobre el difunto, es decir, cuando la gente está ebria por la emoción que ha sentido ante la faena de un determinado diestro, si aquello se rematara en el instante, los triunfos serían de otro calado.

Muchas veces, los toreros, por aquello de alargar las faenas, a la hora de matar viene el calvario, sencillamente, porque se han pasado de faena y el toro ha empezado a saber latín, cuestiones que dificultan mucho para cuadrar al toro para entrar a matar. Por dicha razón, las faenas tienen que ser exactas, medidas y, a poder ser, matar en el acto, caso de que el torero de turno lleve el estoque de verdad en su mano diestra. Es triste, muchísimo, que se pierdan trofeos por ese tiempo transcurrido que nos lleva a la frialdad y, en ocasiones hasta el desencanto.

La entrada a matar podríamos compararla con el boxeador que tiene noqueado al contrario y le deja que se levante de la lona, un error monumental que, a muchos púgiles les ha costado el combate. En los toros ocurre exactamente lo mismo, cuando el torero ha logrado noquear a los aficionados con su arte mediante una faena de época, no se les puede dejar reaccionar de la locura que han sentido al contemplar esa faena aludida y, es la espada la que, en breves segundos debe de terminar con el enemigo para que, los aficionados no tengan tiempo ni de respirar para contener el aliento que están sintiendo.

Al respecto, el ejemplo que siempre pongo es demoledor, que no es otro que la culminación de su mágica faena por parte de Juan Mora aquel 2 de octubre en Madrid en que, tras un pase de pecho, cuando los veinte muletazos ya se habían esculpido en el ruedo de Madrid, después de ese pase de pecho aludido, tres segundos más tarde rodaba el toro por la arena. ¿Un milagro? Nada de eso. La faena ya estaba hecha y de no haber culminado la misma de la forma que Mora lo hizo, el premio pudo haber cambiado; lo que fueron dos orejas con clamor, todo podía haber quedado en una justa oreja pero, insisto, Juan Mora le ganó al toro y, por supuesto, al tiempo. Las pruebas son concluyentes. ¿Verdad?

¿No es una pena que se mitiguen triunfos por aquello de una pérdida de tiempo innecesaria? Es más, entiendo, como decía, que los diestros utilicen la espada simulada pero, en el caso de que el toro tenga posibilidades, incluso lo brindan a la afición, en esos casos el diestro debería de tomar la espada de verdad y, como Juan Mora hiciera, no perder ni un solo segundo tras una faena importantísima que, en demasiadas ocasiones, la misma ha quedado relegada a un premio menor y, muchas veces, a unas palmas comprensivas a la voluntad. Como fuere, lo dicho ahí queda pero, no es menos cierto que doctores tiene la Iglesia. Allá cada cual con sus decisiones.

En la foto que mostramos, Juan Mora, entrando a matar en Madrid en la tarde aludida, aquel mítico 2 de octubre de 2010.