Si analizamos la temporada que ha fenecido nos encontramos con los grandes triunfos de los líderes del escalafón que, a no dudar tienen su fundamento y contenido, de aquella manera, claro. Nada que objetarle a Emilio de Justo, Diego Urdiales, Morante……….pero no podemos quedarnos solo ante estos toreros de relumbrón porque, como es sabido por todos, al margen de ellos, ha habido hombres, sin tanto “nombre” como los citados pero que, para los aficionados éstos no pueden quedar en el olvido, sencillamente porque sus gestas épicas han tenido mucho mayor contenido que el logrado por las propias figuras de las que, por regla “natural” todo el mundo elogia, aunque maten el torito domesticado y a modo; digamos que el llamado medio toro.
Me quiero centrar en un hombre admirable que, sin lugar a dudas, sus épicas le han otorgado el título de héroe en la más pura expresión de la palabra pero que, una vez que la temporada terminó, apenas nadie recuerda. Me refiero a Sergio Serrano, un humilde “trabajador” de Albacete que ha logrado unos éxitos incontestables que, por mucha literatura que alberguemos sobre su persona, toda será poco para descifrar su grandeza en los ruedos. No tiene el entorchado de figura pero, ya quisieran muchas figuras alcanzar su rango heroico logrado ante el toro auténtico, el de verdad y sin mácula alguna.
Muchos han sido los éxitos de Sergio Serrano pero, de forma inexorable me quedo con tres de sus grandes triunfos que, como el mundo sabe, pasaron por Madrid, Bargas y Albacete, sin desmerecer, como decía, sus gestas en otras plazas de España.
Para nuestra fortuna, nos cupo la dicha de poder ver sus actuaciones en la televisión y, si frente al televisor nos quedamos anonadados, no quiero imaginarme lo que sintieron los aficionados congregados en las plazas antes referidas. Como fuere, todos sentimos lo mismo si de emociones hablamos. Es cierto que, si tuviera que elegir una tarde de las tres que he mencionado tendría una disyuntiva enorme para poder decantarme al respecto porque, irremediablemente, sus actuaciones se contaron con triunfos y, lo que es mejor, frente al toro de verdad. Es cierto que, como dicen, la verdad cuesta mucho de vender en un mundo lleno de mentiras pero, vendiendo esa verdad que aludo, por ese camino ha llegado al estrellato Emilio de Justo, lo que nos certifica que no es nada baladí lo que decimos.
Puede que Sergio Serrano no sea un purista al estilo Juan Ortega, por poner un referente pero, amigo, ¿Quién es el valiente que no se emociona con este torero matando ese tipo de corridas en las que, hasta el más tonto del lugar pude palpar cómo este hombre se juega la vida? Lo de Madrid frente a los Victorinos fue una épica inalcanzable por parte de otros muchos toreros; lo de Bargas rayó en lo más emocionante que pudiéramos sospechar en una corrida de un pueblo que, como todo el mundo pudo ver, salió una corrida de toros de Madrid, pero sin la menor discusión que, para colmo, Serrano, nos explicó cómo y de qué manera un torero debe de jugarse la vida y, mediante ese ejercicio sublime, saborear las miles del éxito. Y llegó Albacete con otra del ganadero de Galapagar en la que, los manchegos y todos los aficionados de España, seguimos emocionados varios meses después de aquella cumbre heroica.
Como dije muchas veces, me quedo con el héroe auténtico antes que con el purista que parodia el toreo frente a un animalito domesticado porque, la Fiesta, con mayúsculas y sin emoción, apenas queda en una verbena donde la gente quiere divertirse sin reparar que le están dando gato por liebre. Es decir, e insisto hasta la locura, el toreo, sin el fundamento del toro que nos pueda emocionar todo queda en la nada. ¿Qué queda, por ejemplo, en la memoria de los aficionados respecto a Morante? Sin duda, su faena cumbre en Madrid porque lo demás, en gran mayoría, fueron atisbos de arte sí, pero con la carencia absoluta del rey de la fiesta, el toro. Y recordamos a Morante en Madrid, sencillamente porque se enfrentó a un toro encastadísimo y con el que fue capaz de triunfar.
Sergio Serrano no tiene aureola de figura, pero le sobra valor y talento para llegar hasta lo más alto porque, sus condiciones artísticas son indomables, sencillamente por la magnitud de su quehacer enfrentándose a ese tipo de toros del que la gran mayoría de los diestros huyen despavoridos cuando, en realidad, ahí radica la gran verdad de la Fiesta de los toros. A su vez, reparar en Sergio Serrano no da “caché” a los periodistas adictos al poder y sumisos ante sus amos. Sin embargo, como quiera que nosotros seamos ante todo aficionados, como tales, es por ello que a estas alturas, casi despidiendo este año conflictivo, versamos sobre un hombre admirable que, además de su arte, su gran valor no ha sido otro que jugarse la vida de verdad, que para eso ha nacido torero. Lo demás son todo sucedáneos.