No sé si será percepción o una realidad pero, a tenor de lo que ven mis ojos contemplo con agrado que hay más rigor en Sevilla que otros años y, de forma muy concreta desde lo que pasó el domingo de Resurrección que le regalaron dos absurdas orejas a El Juli, de momento parece que todo ha cambiado, para bien la de la plaza, sus aficionados y de la fiesta en general.

Son muchos los datos que hemos observado como para emitir semejante juicio puesto que, aquello de ponerle los pies en el suelo a Morante el pasado lunes creo que fue un ejercicio de auténtica justicia. Como dije, Morante está por encima del bien y del mal pero, a las cosas hay que llamarlas por su nombre. No es menos cierto que, la voluntad que pone este hombre en los últimos años es un hecho admirable; pero no se puede vivir de voluntad, incluso de su arte inmaculado, se necesitan logros para conseguir premios. Un cirujano puede poner toda la voluntad del mundo pero si de cada diez pacientes a los que les intervine, ocho se le mueren en el quirófano, algo mal debe estar haciendo ese supuesto cirujano.

Está bien que los toreros pongan voluntad, deseos, ganas, incluso ímpetu en sus actuaciones pero, si no tienen enfrente en el elemento toro por muchas ilusiones que se pongan no hay logro posible y, es ahí donde entiendo que el aficionado hispalense se ha dado cuenta de la porquería del toro lidiado en su gran mayoría y su respuesta no ha sido otra que la indiferencia porque, lo dicho, que se mostraran indiferentes con Morante eso dice mucho de esta plaza que, desde siempre navegó a la deriva y al capricho de lo que decían los señoritos. Cierto es que, si la primera tarde de Talavante fue penosa, al día siguiente, ese mismo torero con El Juli y Rufo no llenaron la plaza.

Ayer, como se comprobó, no echaron tampoco las campanas al vuelo con la actuación de Talavante que, en honor a la verdad, como dije en mi crónica, estuvo animoso, por momentos torero, pero tanto él como los aficionados sabían que era un torete sin alma, sin el menor atisbo de casta y, por supuesto, sin ese peligro que se palpa desde los tendidos. Orejita sin clamor y para usted de contar. Lo de El Juli no tiene nombre, pero mientras le permitan lidiar ese tipo de animales, podrá estar otros veinte años en activo, para aburrir a Dios y a su padre, pero llevándose el dinero. Lo de Rufo ya lo vimos, es uno más que pega muchos pases a ese tipo de toros, pongámosle frente a una corrida auténtica y comprobemos su dimensión lidiadora, igual nos llevábamos una sorpresa mayúscula.

Y, lo que es mejor, la reacción del aficionado bético cuando ha salido el toro ha sido ejemplar, cosa que creo que nunca antes había sucedido. Ese gran toro que lidió Emilio de Justo puso las cosas en su sitio y, las gentes, enfervorizadas ante la grandeza de un torero singular y único, premiaron al toro y al torero, pero con una pasión que les desbordaba, con toda la razón del mundo. Y no digamos de la corrida de Victorino Martín que, sin duda, será el festejo de la feria. Era el espectáculo del que menos se esperaba, un cartel sin “rematar”, plaza llena, sin figuras y mira por donde apareció el toro en su auténtica pujanza y tres diestros para enmarcar puesto que, poco dábamos por El Cid y, el diestro de Salteras nos hizo rectificar automáticamente. La épica y artística actuación de Manolo Escribano enardeció a Sevilla, no era para menos porque en lo que llevamos de feria, nadie ha toreado tan despacio a un auténtico toro. Y sobran los comentarios hacia Emilio de Justo que, estuvo a una altura admirable.

El cambio se ha producido, alabados sean los aficionados que, al parecer, tengo la sensación de que les han inyectado una buena dosis de lógica y la están aplicando de una forma rigurosa porque todo lo demás es engañar a los diestros y engañarse a sí mismos.