Los maestrantes de Sevilla, a la hora de la elección del cartel que define su feria hispalense, no aciertan ni por error. Sin duda alguna están en su perfecto derecho de elegir al artista que ellos quieran para plasmar el cartel de la feria pero, por varios años consecutivos, la obra que eligen es un puro bodrio, al menos eso pensamos los que nos deleitamos con grandes artistas de la pintura que, muchos, incluso siendo anónimos, tienen una calidad infinita. Entre otros, cuando Giovanni Tortosa o Benidel Yáñez, contemplen dicho esperpento les entrarán ganas de llorar. Y a un nivel superior, no quiero imaginarme qué pasará por la mente de Diego Ramos cuando haya visto semejante disparate.
En Sevilla, como digo, compiten para ver quien hace el bodrio más grande y, este año, una vez más, lo han logrado por completo. Han elegido, para dicho menester a un artista vietnamita llamado Danh Vo, pero mejor hubiera sido contratar a Pepito Pérez de La Algaba que, con toda seguridad lo hubiera hecho mejor. ¿Cómo definiría yo dicho cartel? Es muy complicado. Se trata como si fueran dos tablas de la ley con una leyenda escrita; vamos que, lo logrado es para tirarlo al Guadalquivir, nunca para mostrarlo a las gentes sevillanas que, cuando lo vean, en vez de admirarlo, lo lógico sería escupirlo.
¿Será que las cuestiones del arte en lo que a los toros se refiere han cambiado a velocidad de vértigo? Insisto, me rocío de humildad y soy capaz de confesar que no entiendo nada. Doctores tiene la iglesia, reza un aforismo popular y, así debe ser cuando se ha elegido semejante esperpento para publicitar la feria de Sevilla que, pese a no tener peso específico ninguno en cuanto a su refrendo taurino, en el peor de los casos, como imagen, deberían de haber elegido algún cartel que “hablara” de toros.
En España y si de toros hablamos, lo que se dice pintores taurinos los tenemos por doquier. Cualquiera de nuestros artistas hubiera plasmado un lienzo memorable con remembranzas taurinas pero, reitero, se ha elegido una obra sin sentido, absurda, irreverente, yo diría que hasta malévola para definir a la feria de Sevilla que, en el peor de los casos, si artísticamente no decide nada, relumbrón de cara al gentío la tiene toda. Y, repito, por respeto a la bellísima ciudad hispalense, el cartel tenía que haber sido una obra taurina y, sin duda, por un artista al respecto; que no entro en valoraciones por aquello de que cada cual ha nacido donde Dios lo ha decidido, lo que critico es que un bodrio no puede definir nunca en la vida una feria como la citada.
Como decía, no entro en valoraciones respecto al lugar de nacimiento de un artista determinado porque, por ejemplo, Diego Ramos que es colombiano, es un creador de arte en el más bello sentido de la palabra; un artista consumado que ha creado cientos de obras taurinas en las que ha conseguido la admiración de todo el mundo y, no digamos ya del mundo del toro en que es santo y seña si de creatividad mentamos. Y, cuidado, no conozco a Diego Ramos para nada pero, es su obra la que me canta al oído su más bella melodía.
Insisto que, en España, al igual que en muchos países de Hispanoamérica, especialmente si de toros hablamos, tenemos artistas que son capaces de emocionarnos hasta la locura. He nombrado a Diego Ramos como pudiera haberme decantado por muchísimos artistas de dicha índole que a diario son capaces de emocionarnos con sus obras. Al parecer, lo que sentimos todos, los maestrantes de Sevilla no son partícipes de nuestro sentir, razón por la que se decantan por la irreverencia, antes que por el arte. Una pena.
En las imágenes vemos la obra impresentable del artista vietnamita y, a su vez, diferentes versiones de la tauromaquia en las manos y sentidos de Giovanni Tortosa, Benidel Yáñez y Diego Ramos. Sin duda tenemos donde elegir a la hora de plasmar un cartel de toros.