Una vez que hemos superado la pandemia, respecto a los toros, parece que todos teníamos hambre y sed de venganza puesto que, lo que ocurra dentro de los ruedos nos tiene sin cuidado; es decir, apenas existe la menor crítica de nada ni hacia nadie, todo vale que, en realidad, al parecer, es lo que “deseábamos”. Queda clarísimo que hemos logrado una fiesta “descafeinada” que no sabe a nada pero, si nos tragamos la bola, los taurinos se siguen frotando las manos de la dicha que pueden sentir.
Estamos viendo lo que sucede en Sevilla a diario y eso nos marca la pauta de la pobreza en que vivimos, aquello del todo vale me parece algo abominable puesto que estamos malacostumbrando a los aficionados que, sin el menor rigor premian lo merecido y, hasta la inmerecido. Hemos llegado a un punto que, La Maestranza en cuando a su puerta del Príncipe se refiere se ha quedado sin cerrojo y por ahí sale todo el mundo. Menudo esperpento en que forman unos y otros y, lo que es más grave, la culpa la tiene la autoridad puesto que, con apenas tres docenas de pañuelos se concedan orejas verbeneras.
Es cierto que, desde siempre, Sevilla, a la hora de la concesión de trofeos ha siempre un lugar facilón para los toreros pero, creo que hemos tocado fondo. Y lo digo porque, trofeos entregados al margen, éstos han sido cortados ante toros carentes de peligro alguno y, muchos de ellos, hasta santificados han salido al ruedo. Es cierto que, todo lo visto cuesta mucho de entender porque esa dádiva de la que hablamos que nace en el palco presidencial, se podría entender cuándo hemos visto lidiar un toro auténtico y el torero se ha jugado la vida sin trampa ni cartón pero, hasta el momento, eso no ha sucedido. Siendo así, ¿a qué jugamos?
Mal asunto el que tenemos que dirimir a sabiendas de que, como se sabe, lo que sale por toriles parecen toros, todos los signos externos así nos lo hacen presagiar pero, la realidad es muy distinta de lo que vemos cada día. En realidad, lo bello sería que saliera el toro en su pujanza y autenticidad pero, para desdicha nuestra es toda una quimera porque el toro que soñamos no “existe” o, en el peor de los casos, no nos lo quieren mostrar.
Desde luego que, si para conseguir un triunfo épico tenemos que soportar ese toro aborregado, santificado hasta el límite de los altares sin la menor emoción, por bonito que se ponga El Juli, como el resto de sus correligionarios, jamás nos emocionarán, aunque ellos crean que ejercen de Joselito y Belmonte, ambos a la vez. La emoción en el toreo, lo he dicho millones de veces, la pone el toro; sin la trasmisión de bicorne es muy difícil emocionarnos salvo que vayamos de pachanga y aplaudamos hasta los areneros como tantas veces hemos visto.
Es innegable que, los triunfadores aferrados a la parodia se lo pasan divinamente; es más, los palmeros les aplauden hasta la saciedad y, entre unos y otros, los coletudos hasta se creen que han logrado la obra perfecta, y les asiste la razón; “perfecta” les ha salida la faena dadas las virtudes del enemigo, en este caso, amigos hasta la muerte. Por cierto, ¿recuerda alguien una faena concreta de El Juli? Pues lleva cortadas “miles” de orejas y salidas en hombros pero, todo eso le ha servido para hacerse multimillonario, cosa que celebramos todos pero, lo que se dice leyenda no dejará ninguna.
Si hablamos de Sevilla y de la emoción del toro, anhelamos con ilusión la llegada de los Miura para el próximo domingo porque, juego al margen, esperamos de los toros de Zahariche la emoción que debe de producir a diario un toro de lidia. Y no olvidemos jamás que, la emoción queremos que esté revestida por embestidas repetidoras por parte del animal, pero siempre bajo la perspectiva de que el aficionado, desde el tendido, palpe ese peligro que en realidad debe tener un toro de lidia; cuidado que, cualquier toro tiene peligro, lo triste de la cuestión es que no lo palpemos, de ahí la decepción de la que hablo.
Para que nuestra desdicha sea infinita, en el día de ayer le tocó a Cayetano un toro santificado hasta el límite de los altares y lo molió a derechazos cuando, habiendo un torero en el cartel, Diego Urdiales, la suerte debería de haberse aliado con el diestro de Arnedo, nunca con un vulgar pegapases. Pero así es el destino de caprichoso y criminal en el que le dan turrón duro a todo aquel que no tiene dientes.