La sabiduría popular, la que nos ha entroncado desde los ancestros más profundos que pueda recordar el ser humano, no es otra cosa que el fiel reflejo de la verdad que, a modo de dichos, axiomas o acervos nos recuerda la verdad de la vida y, uno de nuestros refranes, siempre verídicos todos, nos dice que si quieres un enemigo búscalo en tu profesión y, es una realidad que aplasta.

El mundo de los toros, lamentablemente, no escapa de dicho maleficio porque, los toreros, entre ellos, aparentemente dicen tener buenas relaciones pero, en la barra de un bar, como yo he comprobado, los unos echan pestes de los otros porque, nadie quiere competencia, todo el mundo, hasta el más tonto, aspira o dice ser el mejor cuando, como sabemos, la realidad es muy otra.

En mi caso particular que, como se sabe, he conversado con muchísimos toreros y, por error, cuando les has preguntado al diestro de turno por tal o cual compañero, solo con el gesto, con la mirada te lo dicen todo; no quieren saber de los demás porque, repito, son la competencia, por ende, el enemigo a batir del que nada se quiere saber de él.

Lo triste de la cuestión radica cuando, por ejemplo, toreros que apenas son nada en el toreo, denigran a compañeros que, con mayor o menor relieve, son dignos de encomio. Yo diría que, para la inmensa mayoría, el enemigo está dentro de casa, error mayúsculo cuando, como se sabe, no hay nada más grande en este mundo que la humildad, la que reviste a los grandes hombres sin necesidad de ostentar estrellato alguno.

Claro que, la grandeza total viene, por ejemplo, cuando un torero alcanza el rango de figura y es capaz de comportarse de forma natural frente a sus compañeros, en este caso, enemigos a batir, pero siempre dentro de la plaza. Aquello de “rajar” del compañero en la cafetería me suena a chulesco por no decir asqueroso y repugnante. Siempre, en toda la vida de Dios, los que de verdad han sido grandes en cualquier faceta, todos se han comportado como auténticos caballeros, en los ruedos y en la calle.

En los toros, como dice, el acervo aludido toma fuerza desmesurada en demasiadas ocasiones que, en realidad, lo único que se consigue es hacerle daño a la fiesta porque, insisto, veo normal y lógica la competencia de los toreros dentro de la plaza pero, todos deberían tomar lección, entre otros muchos, de Manolete y Carlos Arruza, enemigos acérrimos en los ruedos y amigos íntimos en la calle, todo un ejemplo de civismo que, pasados tantos años, seguimos añorando.

Hay un segmento de toreros que, sin tener la suerte deseada, anhelan e incluso envidian al que ha gozado de mayor fortuna, desatino monumental porque, la suerte, amigos, es esquiva, caprichosa y nadie la puede controlar. ¿Qué hubiera dado, por ejemplo El Cid, si hablamos de suerte, a la hora de matar sus toros? Como explico, de haber tenido más suerte, destreza, maña o como le queramos llamar en este aspecto, Manuel Jesús hubiera sido todavía mucho más grande de lo que ha sido.

Pues hasta eso mismo, la suerte, a muchos se les achaca como si se tratara de un delito cuando, el destino suele ser caprichoso y mucho más en el caso de los toreros que, teniendo todas las condiciones del mundo, a veces, por culpa de la mala suerte se quedan muchos en el camino.

Claro que, el triunfador siempre es el que no se queja de su destino, el que trata de combatirlo, el que lucha con denuedo por ser mejor, el que tiene más condiciones que sus adversarios, el que calla por prudente, el que se deja matar si hace falta sin hacer ostentación de ello; quejarnos, como digo, es lo más sencillo del mundo, no ya en el toreo, en cualquier faceta o actividad de la vida; eso sí, combatir contra el destino y seguir buscando culpables afuera, eso sigue siendo muy complica