Lo de Juan Ortega es digno de estudio porque se trata de un caso muy atípico entre la torería, algo que queremos analizar con detalle para que todo el mundo sepa la verdad de este hombre singular y tan buen torero. Vamos que, si el pasado año, alguien le hubiera dicho al diestro de Sevilla que este año compartiría “mesa y mantel” con Morante y las máxima figuras del momento ni se lo hubiera creído. Pero como quiera que el destino –o los hombres del toro- sea caprichoso, en la actualidad, mentar a Juan Ortega es hablar de una figura del toreo más.
¡Qué hermoso debe ser figura del toreo! Lo digo porque eso tiene todas las ventajas del mundo. Primero te alejas del toro auténtico, los periodistas sacan el botafumeiro día y noche, los reportajes se suceden en tropel y, como es el caso de Juan Ortega, para todos es el rey de la torería. Menudo regalo le ha hecho la vida a este torero que, ante todo, ya tiene la garantía de que un toro no le cogerá jamás y, con su arte se comprará un par de fincas en Sevilla antes de que cante un gallo.
¿Y qué pasó con los cinco años que estuvo en el ostracismo? ¿Qué pasa, que no era buen torero? Era tan buen torero como en este momento pero, como quiera que no tuviera vitola de figura nadie le hacía el puto caso. Recuerdo aquel 15 de agosto de 2018 en Madrid en que, como testigo presencial me extasié con dicho torero y, ahí están mis crónicas, incluso la entrevista que mantuve con diestro sevillano que, insisto, pese a dicho éxito, aquello no tuvo ningún eco; si acaso, nuestras palabras ensalzando la verdad de sus trebejos toreros puesto que, tanto con el capote como con la muleta, su arte engalanó la plaza de toros de Las Ventas.
Aquella tarde, insisto, era ya para firmarle cuarenta corridas de toros pero, nada de eso. Para los taurinos era un pobre desdichado que, de forma “casual” había triunfado en Madrid y, lo que es peor, la prensa apenas se hizo eco de aquellas faenas tan bellas como emotivas y, para colmo, lo hizo todo frente a dos toros auténticos. Pero amigos, llegó la tarde de Linares en pasado año en que, frente a un Juan Pedro medio muerto bordó el toreo y, para los taurinos, aquello si tuvo enjundia y era la verdad del toreo, que no haya toro y que el diestro se ponga hermoso frente al animalito de carril. Ni que decir tiene que, Ortega cumplió su papel a la perfección y, un año después ya está instalado en el olimpo de los dioses.
Ahora, como sucede, le sobran contratos, amigos, aduladores, y esos derviches mendicantes que pululan a su lado para ver que pueden sacar. ¡Qué mundo más raro! ¿Verdad? Cuando mató aquella auténtica corrida de toros en Madrid era un “matado” al que no le saludaban nada más que en su casa y, desde que mata “burros” amaestrados se ha convertido en el rey de la torería y, las figuras actuales se sienten cómodos a su lado; es más, ya exigen torear con él porque es garantía de éxito. ¿Cabe dislate más grande? Estoy seguro que, desde el año pasado, Juan Ortega, al levantarse se mirará en el espejo y le dirá al mismo: Espejito maravilloso, ¿todo esto me está pasando a mí de verdad? Será esa pregunta íntima porque, repito, le costará mucho creer que, tras tantos años de espera, ahora, en pocos meses haya tocado el cielo con sus manos.
Los mismos que le ignoraron durante muchos años, aquellos que jamás rompieron una lanza a su favor, ahora quedan derretidos ante su presencia y, lo que es mejor, ni le censuran que mate el burro desvalido que, para las figuras es aspirar a lo máximo. Y Juan Ortega lo ha logrado. Insisto que, para su fortuna, en breve plazo de tiempo se comprará un par de fincas porque su arte así lo demanda pero, ¿acaso cuando tomó la alternativa no era igual de artista? De todo lo bueno que le pase al chaval me alegraré porque ya ha pagado el canon de sufrimiento que le correspondía que, si se me apura, tampoco ha sido tanto porque el que pagó Emilio de Justo le superó en más de diez años de ostracismo y penitencia. Eso sí, mientras siga matando esos toros amorfos y sin alma, pese a su arte, eso siempre lo diremos porque no contarlo sería mentir y engañar al lector, algo que no haremos nunca.
En cierta ocasión, el maestro Antonio Sánchez Puerto me invitó a un tentadero con el atractivo de que compartía cartel con él un chaval desconocido pero que, como dijera Sánchez Puerto, era un gran torero. Por razones de trabajo no pude asistir pero, más tarde vi el reportaje televisivo y, era Juan Ortega el invitado junto a Sánchez Puerto que, en aquellos momentos ya mostró una torería singular, todo un descubrimiento por parte del maestro de Cabezarrubias del Puerto al fijarse en aquel chaval que, insisto, en los momentos actuales se codea junto a las figuras del toreo sin desdeñar con nadie. Hablemos en cristiano, si Sánchez Puerto, en su momento, le hubieran puesto junto a este tipo de corridas que lidia Ortega, el sevillano, comparado con el manchego apenas sería un monaguillo del toreo y Sánchez Puerto el sumo sacerdote de esa maravillosa liturgia que es el toreo.
En las imágenes Juan Ortega y Sánchez Puerto, cada cual que saque sus conclusiones.