Si aquello de defender la verdad y la pureza de la fiesta pasa por ser progresista como antaño se decía, así me declaro. Nada que ver, por supuesto, con los que estos desalmados progresistas de la política actual conciben como tal. Insisto que, si la defensa de la fiesta, digamos que su autenticidad y demás valores, todo ello para por ser progresista, héteme en dicha trinchera.

Ahora resultará que, con todo lo que voy a contar quizás se me considere como un “rojo” del toreo, nada más lejos de la realidad de mi existencia pero, insisto, si los valores de autenticidad que defiendo frente a la fiesta de los toros, cualquiera, ante mi defensa, me tilda de rojo me importa un rábano.

Dicen que, en los tendidos de sombra se sientan siempre los señoritos, digamos la clase conservadora que, aficionados ellos, al estar sentados cómodos en la sombra y sin la pesadez que sufren los de los tendidos de sol, los conservadores son menos exigentes ante lo diestros que, en honor a la verdad, así sucede siempre. Una bronca arranca siempre, de toda la vida, desde los tendidos del sol, sencillamente porque son de una clase humilde la que les ha costado mucho reunir el dinero para comprar su entrada y, pese a ser más barata tiene muchas más inclemencias que las de sombra.

Es decir, el grado de exigencia frente a los toreros empieza y termina por las clases más humildes de los aficionados; aquellos que sudan la gota gorda en un tendido, que han luchado como fieras para reunir el dinero de la localidad y, si para colmo, se sienten engañados o estafados, es lógico que arrecie la bronca y, por consiguiente la crítica más exacerbada.

Yo soy, como se demuestra, el de la crítica más exacerbada ante la más mínima sospecha de fraude que haga daño a los aficionados que, mira tú por donde, ahora resultará que serán los aficionados más exigentes los menos pudientes que, sabedores de mi pasión por gritar justicia para ellos, con toda seguridad quizás vean en mi aquella tabla de salvación que siempre anhelaron.

Hay datos muy significativos que debemos de analizarlos. A la hora de pedir trofeos, desde la sombra afloran siempre más pañuelos que en la solanera; es decir, es un público más facilón porque en honor a la verdad, el festejo, propiamente dicho, les importa muy poco; ellos acuden a los recintos taurinos para dejarse “ver” y que les aplaudan tanto como a los toreros. Desde la otra trinchera, digamos el sol, todo es muy distinto; el rasero con el que se mide desde los que sufren las inclemencias del Astro Rey, es todo muy distinto. Mucho calado tiene que tener una faena para que los “morenos” se sientan cautivados.

El clarísimo ejemplo de todo lo que digo, plazas todas al margen, lo tenemos en Madrid en su plaza de Las Ventas en que, por lógica, desde siempre, su tendido más exigente está en el sol, el llamado tendido siete que tanta relevancia tiene por aquello de la pureza y la verdad que defienden. Serán casualidades del destino pero, esos mismos aficionados podrían estar sentados a la sombra; pero no, casualmente, como explico, defienden la fiesta desde su trinchera romántica en la que tienen que soportar, como si se tratare de un castigo, de la dureza extrema del sol, posiblemente, un valor que les endurece mucho más, todo ello con la finalidad de perseguir la autenticidad de la fiesta, su pureza y su verdad.

Yo quiero ser un progresista para defender la verdad, nada que ver con el pestilente gobierno que tenemos que, defienden un progresismo barato, adulterado y en que todo es mentira. Las defensas, en el ámbito que fuere, tienen que estar sustentadas por la verdad, sencillamente, para sepultar la gran mentira que en tantas ocasiones discurre un festejo taurino, máxime si el mismo está repleto de figuras vestidos de luces y con su “traje” negro los propios toros; ustedes ya me entienden.

Esos aficionados que asisten a los toros desde los tendidos de sol, eso sí que son aficionados progresistas porque con su actitud defienden la pureza del espectáculo que, como tal, siendo auténtico, es absolutamente irrepetible. Por ello, desde esas trinchera que aludo, a sabiendas del sacrificio que hacen para asistir a los toros y, lo que es peor, el discurrir del mismo, si para colmo se sienten estafados, con toda lógica es por ello que son los primeros en mostrar su discrepancia a modo de silbidos; vamos, que no utilizan navaja ni apedrean a nadie, pero con sus actitudes defienden la fiesta que, en definitiva, no tiene quien la defienda si no es por estos aficionados tan ávidos de verdad, como los diestros de dinero.

Como siempre dije, los toros son el fiel reflejo de la sociedad en que vivimos puesto que, en la vida cotidiana, los grandes damnificados de todas las corruptelas y malversaciones de toda índole por parte del gobierno, los únicos que sufren son los de abajo, es decir, los que se “sientan al sol” que no son otros que los más humildes del país, la clase trabajadora y, sin duda, los que se han quedado sin nada.