Las figuras del toreo deberían ser los primeros en ayudar a la fiesta que, junto a ella se han hecho ricos pero, una vez más, tropezamos con la misma piedra, la de la egolatría de algunos diestros que, creyéndose lo que no son, con sus acciones pretenden dinamitar el espectáculo con el que se ha hecho ricos. Ahora le toca el turno a Talavante que, como ha declarado, no quiere que se televisen sus festejos; digamos que quiere emular a José Tomás, con el agravante de que mientras el diestro de Galapagar era un oasis en el toreo en el que participaba muy a la larga en la temporada española, Talavante quiere hacer una temporada normal. Entiendo a José Tomás porque no molestaba a nadie, toreaba sus tres o cuatro actuaciones sin cámaras de por medio, reventaba las plazas, ganaba dinero él y los empresarios pero, insisto, todo a modo de anécdota.

Lo de Talavante es muy distinto porque en honor a la verdad quiere competir con las máximas figuras de su estirpe pero, por dicha razón está obligado a tirar del “carro” como nadie por ser uno de los puntales de la tauromaquia. Talavante sabe, o debería saber que la fiesta está amenazada por los cuatro costados y él, como figura del toreo tiene que poner todos los medios a su alcance para reflotar una fiesta malherida que, en honor a la verdad le quedan cinco minutos de vida.

Como decimos, el diestro extremeño se niega a que se le televisen sus festejos y, su error es mayúsculo, pero por muchas razones. Primero que nada, Talavante no llena plaza alguna puesto que muchas de sus actuaciones, con un triunvirato de lujo, apenas han cubierto media plaza y, acto seguido, la difusión de la fiesta pasa por la televisión, es algo ineludible. No es menos cierto que el tiempo que ha estado retirado nadie le ha reclamado. O sea que, todavía entiendo menos sus exigencias. ¿Quién conocería a Rafael Nadal de no ser por la televisión? ¿Se imagina alguien que, por ejemplo, Benzemá le dijera al Real Madrid que no quiere se televisen sus partidos? Está clarísimo, el Madrid le mandaría a la mierda y le diría que se buscase un equipo de tercera división para expandir sus genialidades. Si la televisión es imprescindible para todos los grandes eventos, para los toros es ineludible a todos los efectos. La fiesta de los toros necesita de la gran promoción televisiva como el asmático necesita del oxígeno, algo que lo saben hasta los chinos pero que, al parecer, Talavante no se da por aludido.

Una vez más nos encontramos con el drama del gracioso de turno que, rico y hacendado, el taurinismo tiene que ceder ante sus caprichos de niño delicado. Fijémonos que, vivimos, en la fiesta, un momento de auténtico dramatismo, con solo pensar las plazas que se han cerrado, con ello nos basta y nos sobra para echarnos a llorar y, las figuras, antes que nadie, deben de poner todo lo que tengan y un poco más para salvar a los toros del cataclismo en que está sumido y, la única solución para tener adeptos a esta fiesta pasa por la televisión. Talavante se niega a colaborar al tiempo que, mientras él, como figura, le pone trabas al mundo que le ha hecho rico, los demás que se sigan jugando la vida frente al toro y con las cámaras de por medio.

Siempre dijimos que el enemigo lo tenemos dentro, la prueba es lo que termino de contar. ¡Qué pena lo de este chico que no se acuerda de nada, ni siquiera de cuando Antonio Corbacho se dejó la piel para que fuera figura y, una vez que lo logró, Talavante lo echó a patadas de su lado! Talavante, como tantos, todos quien una casa grande que les proteja pero, digo yo: si en verdad son tan grandes toreros debería de valerse por ellos mismos ¿verdad? Para mi pesar, el único que se ha valido por su propia persona, ha sido figura del toreo y ha triunfado en todas las plazas del mundo ha sido Enrique Ponce, los demás todos han querido tener un amo “por si acaso” y Talavante no ha sido una excepción.

Recordémosle a Talavante que los aficionados lo que queremos son toreros que se jueguen la vida de verdad, frente al toro auténtico, con las cámaras de televisión para que todo el mundo pueda disfrutar de la grandeza que entraña este espectáculo singular y bello. Ahora bien, si lo que él pretende es matar el burro adormilado sin que apenas se entere nadie, ese es otro asunto que mucho le perjudicará porque lo empresarios no son tontos y si ven las plazas vacías no abren la cartera por nada del mundo.

La actitud de Talavante no es otra cosa que una zancadilla más a la propia fiesta, insisto, la que le ha hecho rico y famoso y, ahora, cuando hay que dar la talla, se acojona porque no quiere televisión. ¡Hay que ser boludo con ganas! ¿Verdad?