Tibi está triste, al igual que el resto de España, al comprobar la pésima noticia de la suspensión de sus famosas capeas las que, tras cuatrocientos años de historia, por vez primera en su vida han sido suspendidas por las causas que todos conocemos, es decir, por las mismas que se han suspendido miles de espectáculos en todo el suelo patrio. Unas capeas que, el pasado año, entre tantos miles de aficionados que nos visitaron, no podemos olvidarnos que tuvimos un visitante ilustre llamado Luís Francisco Esplá con el que compartimos unas horas afortunadas.

La pena invade a dicho pueblo que, no deja de ser un espejo más de todo lo que ocurre en España. Los toros, de una u otra forma, como siempre dijimos, son una fuente de ingresos para todos los pueblos de España, no en vano, este espectáculo, bien sea en la calle como en las plazas de toros congrega a miles de aficionados, algo que en Tibi se palpa con mayor rigor puesto que, un pueblo con menos de mil quinientos habitantes, que en sus fiestas se concentren en la villa citada, más de diez mil personas, con eso está dicho todo.

Este singular pueblo de la montaña alicantina no ha escapado tampoco, cosa normal, del maleficio que nos azota a todos. Una tragedia de estas dimensiones no la olvidaremos nunca, ni en Tibi ni en ningún lugar del planeta que, como se ha demostrado, la pandemia ha sido a nivel mundial. Al respecto, nos queda rezar para que Santa María Magdalena interceda por nosotros para que se acabe este mal; por Dios, pero si ya teníamos bastante desdicha con ese maldito –y digo maldito porque no hacen otra cosa que una maldad tras otra- gobierno que nos cayó encima.

Por cierto, si hablamos de Tibi no podemos olvidarnos de su pantano el más antiguo de Europa construido por Felipe II, ni de su castillo árabe, ni de su ermita en honor a Santa María Magdalena, al igual que de La Botica, la tienda por antonomasia, la que data con doscientos años de historia, algo tan conmovedor como épico. A propósito, ¿cuántas tiendas quedarán en España con una antigüedad de doscientos años? No tengo los datos, pero barrunto que deben de quedar pocas. De las que queden no sé cómo estarán, pero si les aseguro que en La Botica anidan los vestigios de su creación, es decir, dentro de dicha tienda todavía huele al año en que se creó. Sus estanterías, su mostrador, su balanza para pesar, todo ello es la época en la que el señor Silvestre la creó, algo conmovedor como vengo diciendo.

Es sensacional entrar en La Botica porque tienes la sensación de que allí dentro se paró el tiempo y, para dicha de los tiberos o tibenses, en dicha tienda se puede comprar una aguja para coser, un kilo de patatas, un sombrero, una lata de anchoas, un bote de leche, una botella de perfume, un paquete de tabaco, un pintalabios, una pastilla de chocolate, un detergente y un pañuelo de seda, por citar unos cuantos artículos de los que allí podemos encontrar.

Los tiberos o tibenses tienen mucho que agradecerle a la señora Amparo Silvestre, bisnieta del creador de la Botica que, pasados tantos años, ella, con su habitual gracia y sentido de la venta en el mostrador que, para colmo, la señora Silvestre sigue sumando y multiplicando como se había en la época de su bisabuelo, a mano, con un boli y una hoja de papel en blanco. ¿Cabe grandeza mayor? Seguro que no. Como digo, es subyugante ver a la señora hacer las cuentas que, para su dicha, jamás se equivoca. Como se demuestra, todavía quedan genios sueltos y dicha señora es el prototipo de lo que digo.

Acostumbrados como estamos a las tecnologías en que nos movemos en la actualidad, La Botica no deja de ser un remanso de paz para nuestra alma porque, al margen de todo lo dicho, comprobar la balanza con la que se pesan los artículos es algo sobrecogedor; vamos que, ni en las películas podemos ver algo tan surrealista. En los pueblos, como hemos comprobado, todavía quedan esos resquicios de historia que, sin duda, logran conmovernos; comprobar que en dicho lugar no ha pasado el tiempo no deja de ser una bocanada de aire fresco para el alma.

Como digo, el destino nos ha quitado Las Capeas que eran la insignia de dicho pueblo pero, pese a todo, nos queda la dicha de que, a pesar de la pandemia, de los socialistas y de toda la mala gente que anida en política –no en Tibi, por supuesto- en este pueblo no existe un solo parado porque hay trabajo para todos y, si faltaba algo, desde hace muy poquitos años nos queda el orgullo del Polígono Industrial que es el referente emblemático de esta villa hermosa.

Fijémonos en la grandeza de este pueblo y sus gentes que, por ejemplo, Cáritas Diocesana hace una labor fantástica, como en todos los lugares de España pero, con la diferencia de que todo lo que en Tibi se recoge, llámese dinero, ropa, alimentos y otros enseres, todos van destinado a nuestra Cáritas más cercana que se ubica en Ibi, un pueblo que, dada su magnitud, no escapa del maleficio de que existan muchas gentes necesitadas a las que entre todos tratamos de ayudar.

Como antes dije, ante la situación que estábamos viviendo pongámonos en mano de Dios y, en nuestro caso, aferrémonos a Santa María Magdalena para que ella interceda por nosotros.