La imagen que pudimos ver a Chapurra, es decir, Enrique Martínez Zazo, detrás de Enrique Ponce en la corrida que este toreó en Navas de San Juan, lo juro, me estremeció. Son instantáneas en las que nadie repara pero que, como lectura, ésta es bárbara. En el caso de Chapurra como en otros compañeros que ejercen su dignísima labor como sobresalientes que, solo por ello, ya deberían de tener el mayor de los respetos puesto que, son personas anónimas que, enfundados en un traje de luces, en ocasiones ya raído por el tiempo, salen a la plaza para, en un momento determinado, jugarse la vida si les dejan enjaretarse unos tristes lances a la verónica y, como ha ocurrido alguna vez, ha tenido que ser el sobresaliente el que se hiciera cargo de la corrida.

En esta ocasión, como digo, la cámara captó el momento del paseíllo en que, como decía, detrás de Ponce veíamos a un hombre vestido con su traje de luces pero con una mirada muy seria; es decir, yo diría que, con el alma rota. Son personas que, palpan la gloria desde lejos; digamos que, apenas nunca, que se visten de toreros por un mísero jornal pero que, pese a todo, su corazón, como en el caso de Enrique Martínez Zazo al que aludo, les sigue demandando dicho esfuerzo que, con toda seguridad, para él no lo será tanto pero, el mérito es indiscutible.

¿Qué pensará Chapurra cada vez que hace el paseíllo detrás de tal o cual torero? No tengo la menor idea pero, visto desde afuera, todo es desolación, anonimato, entelequia al más alto nivel, carente de la más mínima gloria y con la ilusión de, al terminar su labor, recoger el mísero sueldo e irse para su casa, siempre, repito, con ese amargo sabor que debe producir que su nombre no aparezca en los carteles, que ningún aficionado repare que, tras el matador oficial, un hombre anónimo y humilde hace el paseíllo a sabiendas de que, en un momento determinado tiene que jugarse lo único que tiene, su vida.

Lo que no llega nadie a juzgar es que, la figura del sobresaliente, en este caso de Enrique Martínez Zazo, es absolutamente imprescindible. Por ejemplo, ¿se imagina alguien que, el otro día, Enrique Ponce sufre apenas un esguince? ¿Quién se hace cargo de la corrida¿ Sin duda, el sobresaliente y, ¿qué mérito le damos? ¡Ninguno! Es más, desde distintos estrados, dicha figura, ni aparece en ningún lado porque, no he leído en parte alguna que Chapurra estaba de sobresaliente en Navas de San Juan junto al mítico y enamorado Enrique Ponce.

Es la cara amarga del toreo, la del anonimato, la de la penumbra al más alto nivel  y, pese a todo, quedan románticos capaces de ejercer ese papel con una dignidad admirable. Para colmo, los toros que se lidiaron sacaron mucho genio en el primer tercio y apenas se les pudo dar una verónica, la gran tragedia de Chapurra que, esa era su ilusión, dar unos lances a la verónica; nada pudo ser pero, pudo haber sido todo de haber ocurrido el supuesto percance antes aludido.

Era, sin duda alguna, el primer paseíllo para Chapurra que, como nos confesara, pese a todo, le supo a gloria; y lo entiendo porque Enrique Martínez Zazo vive para el toreo que es su mundo, su anhelo incompleto, pero además, su ilusión desbordante, la que le empuja cada día para entrenar como si al día siguiente tuviera que matar la de Victorino en Bilbao.

Gracias, Enrique, gente como tú son las que le dan sentido a la vida porque, detrás de tu imagen, no hay nada más nítido que tu generoso corazón, el que vibra, siente y late como el que más. Sobran todas las palabras cuando se entiende tu grandeza, la de darlo todo a cambio de nada.

Detrás de Enrique Ponce, vemos la imagen de Enrique Martínez Zazo Chapurra, en calidad de sobresaliente.