La pregunta tiene su enjundia. Quienes hace ya tiempo que peinamos canas hemos vivido distintas épocas del toreo y, por razones de edad, nos sobran atributos para analizar todo aquello que hemos vivido. ¿Qué clase de toros pedimos en la actualidad? Como se demuestra, la gente quiere kilos al por mayor cuando, como decía el maestro Carlos Escolar Frascuelo, el toro no asusta por tu tamaño más o menos grande, asusta por el trapío y por las intenciones que éste pueda tener.

Corrían los años ochenta del pasado siglo y, Manolo Chopera, como empresario de Madrid se inventó lo del toro grande, vamos, como lo del burro grande aunque no ande. ¿Cómo era la idea? Muy sencillo. En las camadas había muchos toros pasados de peso y, la solución no era otra que lidiarlos en Madrid para “deleite” de sus aficionados y, de repente, aquel modismo del instante se tornó en moda y, así, hasta la actualidad.

Por dicha razón, el aficionado menos avispado se creyó aquella bula y la hizo como buena, incluso en la actualidad, desde hace treinta años, en Madrid se exige un toro imposible que, dentro de todos los males, las figuras lo agradecen mucho porque saben que dichos toros apenas van a embestir que, en realidad, eso es lo que ellos quieren, que el toro no colabore para de tal modo irse de rositas.

El peso o los kilos, como queramos denominarle, debe ser cosa de los cerdos que, lógicamente, se venden a peso pero, en el toro, todo es muy distinto. Los kilos, por regla natural, en los toros nos traen nada más que desdicha e infelicidad porque esos mastodontes apenas pueden moverse. Como decía, suele ser muy triste que la gente confunda los kilos con el trapío, es decir, la apariencia con lo que el toro suele llevar dentro.

Eran los años setenta, justamente la época que recordamos, pero pese a ello, en años anteriores, el toro apenas tenía en su anatomía quinientos kilos que, si se me apura eran muchos. Ahí están las hemerotecas que nos lo demuestran cada día. Recuerdo, por ejemplo, una corrida que lidió en Madrid en solitario el diestro Francisco Rivera Paquirri y, los toros, comparados con lo que se lidia en la actualidad, parecían de juguete y, pese a su pequeñez, le hicieron pasar un rato amargo al diestro de Barbate. Cuestiones de trapío, algo muy sencillo de comprender.

Otro hecho relevante que nos muestra que los kilos no tienen nada que ver con las cornadas. Es decir, en aquellos años citados, por poner un ejemplo, un torero determinado se quedaba fuera de los carteles de San Isidro y, tenía la promesa del empresario para dejarlo como “suplente” caso de cualquier cogida. Y ser suplente ya era un éxito porque como era natural y lógico, sustituciones las había por doquier, tanto en Madrid como en todas las plazas de España y, los toros eran pequeñajos.

Otro dato tremendamente revelador que nos atestigua que los kilos son puro estandarte no es otro que las cogidas que sufrían los toreros con aquello “toritos” pero que, como era notorio, tenían más que suficiente motor para llevar por la calle de la amargura al más pintado de los diestros. Raro era que cualquier figura de la época no se llevara varias cornadas cada año. Recordamos a Diego Puerta que, estuvo apenas un rato como figura del toreo y se llevó cuarenta cornadas. Las mismas que reciben ahora las figuras del toreo. Vamos que, lo pienso y me parto de risa.

Queríamos el toro grande porque así nos lo impusieron y, las pruebas nos han venido a demostrar que, como en la política, nos engañaron por completo. En el mundo de la política anhelábamos un gobierno progresista que nos alejara de la derecha dictatorial y, como se demostró, tenemos el gobierno que queríamos para que nos robasen hasta las últimas ilusiones que nos quedaban y la libertad que siempre gozamos. En los toros ocurrió lo mismo, pedíamos a gritos un toro grande, a poder ser, con pinta de elefante antes que toro y, craso error, porque embisten menos que nunca, apenas dar cornada alguna y los toreros se lo pasan en grande.

¿De qué sirve ese toro grandote si apenas le dan un picotazo y ya está rondando por los suelos? ¿Qué garantías tiene un torero con semejantes animalotes si se sabe que se parará en la segunda tanda de muletazos porque no pueden con su alma? ¿Con qué ilusión puede salir un chaval a la plaza sabedor de que ese toro que está en las antípodas de lo que debe ser un toro de lidia no le va a favorecer en lo más mínimo? Pese todo, seguimos reclamando el toro grande; vamos, lo mismo que en política, seguimos pidiendo un gobierno progresista para que todos muramos de hambre pero, amigo, eso viste mucho, tanto una cosa como la otra ¿verdad?

El toro es como la bala, no asusta por su tamaño, pero sí por la velocidad que imprime una vez que ha salido de la pistola. Quiero decir que, aquellos toros de las décadas de los sesenta y setenta, comparado con el actual, eran apenas ciervos indefensos pero, la velocidad que tenían, es decir, aquellos pitones íntegros y aquel trapío singular, les traían por la calle de la amargura. ¿Saben lo mejor de todo? Que lo que he explicado, además de las hemerotecas, sigan llenos de vida muchos toreros que se enfrentaron a aquellos toros y que todavía, muchos años después, pueden enseñarnos las tremendas cicatrices que llevan laceradas en sus cuerpos. ¡Y los toros eran de risa!