El mundo por explorar, así definía el maestro Luis Francisco Esplá la consecuencia del arte. Y le asiste toda la razón. Respecto a los toreros no podemos quedarnos con el estereotipo; digamos con todo aquel que adivinemos y sepamos qué nos ofrecerá. Pobres de nosotros sí de antemano ya sabemos o adivinamos todo aquello que un torero nos pueda ofrecer. Y nadie mejor que Esplá para hacer semejante afirmación puesto que, ante su persona, a diario, palpábamos la incógnita de todo lo que podía suceder. Y, a decir verdad, siempre nos sorprendía.

Yo creo que lo mejor del arte no es otra cosa que barruntar lo que soñamos y, llegado el momento, que eso sea una realidad. O lo que es lo mismo, asistir a un festejo totalmente ilusionados a sabiendas de que, por mal que vengan las cosas, si dentro del cartel tenemos un diestro artista, todo se puede barruntar. Si el torero logra detener el tiempo en su tarea, eso es la consecuencia del arte. Claro que, no he dicho yo nada; detener el tiempo cuando la mayoría de los toreros todos tienen prisas por acabar cuanto antes.

Profesionales en el toreo lo tenemos por doquier. Hombres valientes capaces de ponerse delante de un toro, incluso poderle ante su fuerza para, con su técnica hay muchos pero, vencer, en honor a la verdad muchos son los que vencen pero, ¿cuántos de ellos convencen? Esa es la tragedia para muchísimos toreros que, para colmo de sus males, son alentados por sus allegados e interesados que, cualquier valiente sin mayores argumentos artísticos se creen que son Antonio Ordóñez o, situándonos en la época actual, el propio José Tomás.

Es verdad que, pese a todas las limitaciones, muchos se conforman con poco, si acaso, con ser segundones de un espectáculo fascinante del que siempre figurarán como relleno en cualquier cartel pero sin mayores argumentos dadas sus tremendas limitaciones artísticas. Y, cuidado, se puede llegar a la cumbre con menores posibilidades que han tenido muchos artistas consumados que, llegado el momento, la suerte les ha sido esquiva. Son la minoría, por supuesto.

Por ejemplo, si quisiéramos definir la tauromaquia de Juan Ortega, como diría el maestro Esplá, es un río de emociones, de sensaciones por descubrir que, de forma inexorable barruntamos antes del festejo donde actúe el diestro de Sevilla. Le ha costado varios años de paciencia franciscana poder demostrar lo que ya todo el mundo entiende como una realidad inexpugnable.

Ya era hora que saliera un joven que nos ilusionara, que nos incitara a vender el colchón si ello fuera preciso para poderle ver en una plaza de toros. Ya es curioso que, entre la nefasta temporada pasada en la que apenas sumó tres actuaciones y un par de ellas que lleva este año, le ha bastado y sobrado para que en su persona alberguemos un mundo por explorar que, con el hecho de barruntar aquello de que nuestros sueños pueden hacerse realidad, solo por eso habrá merecido la pena comprar una entrada para ver a este hombre singular y artista.

Juan Ortega, de forma inexorable me recuerda al maestro Juan Mora en su juventud, ambos tienen la misma presencia y esencia; digamos que, analizados, cada cual en su momento, parece que la “cosa” no iba con ellos. Tanto el uno como el otro, no son capaces ni de hacer ruido. Ortega hace el paseíllo con esa naturalidad con la que se pasea junto al Guadalquivir por el puente de Triana. Una forma de ser que, insisto, el único parecido es el de Juan Mora, fortuna la suya que los aficionados podamos compararle con un torero tan majestuoso como el citado maestro de Plasencia. De igual modo, tanto Mora en su momento como ahora Ortega, dos lances y tres muletazos son más que suficientes para descubrirnos el misterio del arte. En ambos diestros, lo dicho parece lo más sencillo del mundo dada la personalidad tan pareja de ambos artistas pero, eso que parece tan sencillo, en realidad, es lo más difícil del mundo.

Parafraseando a Luis Francisco Esplá, Juan Mora siempre fue un mundo por explorar, de ahí nació el “socavón” artístico, toda una hecatombe creativa al más alto nivel que tuvo lugar en aquella feria otoñal del 2010 en que, Juan Mora, dictó dos lecciones memorables que, ni la distancia ni el tiempo han logrado que olvidemos. Es el caso de Juan Ortega que, sin haber llegado todavía al estrado que sueña, no es menos cierto que su toreo se asemeja a lo soñado y, lo que es mejor, el que hace realidad el diestro de Sevilla.

En la imagen, Juan Mora, donde la naturalidad le rinde culto al arte.