El toro sigue siendo un misterio por desvelar porque, ni los más sabios del lugar nos han dado nunca una explicación convincente al respecto del juego de tal o cual ganadería. Digamos que, frente a dicho animal, nos encontramos ante una caja de sorpresas en las que puede salir de todo, en ocasiones, de todo, menos toro. Se necesita mucha fe cristiana para creer en ese misterio llamado toro de lidia y, en ocasiones, ni los que estamos rociados de dicha fe podemos soportar la farsa que el toro nos proporciona en tantísimas ocasiones.

Dentro de todo el misterio que conlleva la genética de los toros, algo sí sabemos; por ejemplo, de todos son conocidas las ganaderías las que sabemos de antemano que se caerán, que no se picarán los toros, que saldrán bobalicones y, algunos, santos hasta el límite de los altares hasta permitirán que sus lidiadores se pongan guapos frente a dichos animalitos. Pero, fijémonos que, esos toros que aludimos, vistos en el campo son la pura excelencia del toro bravo; da gusto verles y moverse por sus dehesas y, lo que menos puede sospechar nadie es que esos animales tan vivos en el campo, una vez en la plaza saldrán como muertos antes de clavarles el estoque.

Es cierto que, de esos ganaderos que “fabrican” toros en serie como si fueran neumáticos Michelín para los automóviles, lo que se dice sorpresas agradables nos dan muy pocas. Es decir, de antemano todos presagiamos lo que se será su lidia, un caos al más alto nivel. Ahora bien, lo que nos descorazona por completo es cuando una corrida de Miura o Victorino Martín, por citar dos hierros legendarios, salen sin fuerzas a la plaza, algo que ha ocurrido como pasó en la feria de Castellón en la que, los toros de Victorino Martín, para desdicha del ganadero, parecían de Juan Pedro por el juego estúpido que dieron en todos los sentidos. Entendemos, como diría Paco Ruíz Miguel, que a Victorino Martín le salgan seis alimañas una misma tarde que tampoco sería nada extraño pero, que se caigan esos toros como le ha ocurrido a Miura en alguna que otra ocasión, eso es para perder la afición y no volver nunca más a una plaza de toros.

Todos entendemos que, un toro puede salir bravo, manso, cabrón, con malas ideas como para hacerle pasar al torero un rato amargo. Pero esos toros que salen ahora mismo por toriles, cortados todos con el mismo patrón de la falta de fuerzas, esa bondad tontuna, sin el menor atisbo de casta, todo ello son factores que denigran el espectáculo hasta el extremo del hastío más absoluto.  Fijémonos que, respecto al toro, ni el más tonto del lugar –que los hay a montones- si éste sale fiero, enrazado y pidiéndole las credencias al torero como tal, nadie criticará dicho juego porque desde el tendido se comprueba, muy a las claras, que un hombre se está jugando la vida y cuando eso sucede, ahí claudica hasta Dios. Y eso lo demostró el pasado domingo Emilio de Justo en Las Ventas en que, frente aquel toro de Pallarés, el que le produjo la gravísima lesión, dicho animal nos mostró lo que es la grandeza de un toro bravo y encastado; vamos que, si salieran tres docenas de toros como el citado a lo largo de la temporada la fiesta recuperaría su esplendor de siempre.

Como decía, tras ver los toros en el campo, todas las ganaderías en general, todas nos dan la imagen grandiosa del toro en plenitud pero, una vez en la plaza, la decoración cambia por completo, hasta el punto de que cualquiera es capaz de sospechar que les hacen diabluras a los toros, bien en el viaje desde la ganadería hasta la plaza o en los mismos corrales donde se alojan para esperar la hora del encuentro con los toreros. Insisto que, cuesta mucho de entender que ciertas ganaderías como las antes aludidas, sus toros tengan comportamientos blandengues y estúpidos. Recuerdo que, al respecto, en su momento Joaquín Vidal sospechaba que a toda corrida a la que creían sospechosa de bravura y de casta y encima se caían, en los corrales les echaban sacos de arenas sobre los lomos para quitarles las fuerzas.  ¿Sería verdad aquella idea de Joaquín Vidal o, mejor dicho aquel presagio? Nunca lo sabremos, pero sí sabemos todos que esa falta de fuerzas no es nada natural si de un toro de lidia hablamos. Nuestras sospechas nos las llevaremos al otro barrio, no cabe otra opción, pero sí cabe, como está ocurriendo a diario, que la gente se canse de la parodia y deje de asistir el espectáculo que, por regla natural debería ser el más bello y emocionante del mundo.

En la imagen de Andrew Moore vemos a Emilio de Justo frente al toro de Pallarés en Madrid, el que le dio grandeza y categoría y, a su vez, la gravísima lesión que el diestro sufrió, como consecuencia de la bravura y fiereza de dicho animal.