Esta es la pregunta que no tiene respuesta lo que viene a demostrar el dramatismo que sufre nuestra fiesta de los toros. Está clarísimo, ¿qué hacemos ahora respeto a Oliva Soto y a Ángel Jiménez, triunfadores indiscutibles del pasado domingo en Sevilla? Dos toreros de enorme vitola que han sido ponderados por todo el mundo, hasta en los medios oficialistas. Digamos que, por méritos propios, ambos diestros, ya deberían de estar en las agendas de los empresarios para todas las posibles sustituciones que pueda haber entre ellas, las que ha dejado vacantes Emilio de Justo.
¿No quedamos en que los toreros tienen que ganarse los contratos en el ruedo? Este es el ejemplo de estos dos hombres que, arrebatados de torería, supieron conseguir el éxito en Sevilla entregando su arte a favor de los aficionados que, para fortuna de los diestros, congregaron un gran número de asistentes en dicho marco taurino. ¿Qué pasará por sus cabezas al ver que no les llama ni Dios? Eso debe ser de una crueldad extrema. No, no quiero ni pensarlo.
Oliva Soto y Ángel Jiménez no están en las agendas de los empresarios y, mucho menos entre sus planes inmediatos. Les ha caído mejor Tomás Rufo al que llevan entre algodones matando esos toritos imberbes que ni emocionan ni cautivan a nadie. Por el contrario, los chicos triunfadores de Sevilla tienen mucho mérito porque se enfrentaron a una auténtica corrida de toros en la que, como se presagiaba, el empresario lo que quería era quitárselos de en medio a los seis pero, le salió mal la jugada y, al menos –pese a que casi todos estuvieron muy bien- dos de ellos, Oliva Soto y Ángel Jiménez han salido respondones.
Yo enloquezco ante situaciones como la descrita pero, tonto de mí porque sabedor de cómo funciona el sistema, todavía no entiendo cómo me asombro. Es decir, conozco de sobra el percal, sé todo lo que pasará con estos chicos y otros muchos y, como digo, me sigo estremeciendo ante lo que pueda ser el futuro de dos toreros artistas que lo han demostrado en un marco singular y sin la gente del clavel; digamos que, como eran precios asequibles, a la Maestranza se acercaron los aficionados y se encontraron la sorpresa de dichos triunfadores.
Oliva Soto, por ejemplo, lleva ya casi tres lustros como matador de toros, razón por la que hablamos de un torero experimentado dentro de lo que cabe. Es cierto que, en tantos años ha toreado muchas tardes, no las que él hubiera querido pero si es un hombre respetado y querido, de forma muy concreta en Perú puesto que, en dicho país ha toreado mucho y, lo que es mejor, ha logrado éxitos rotundos. Condiciones las tiene todas, el domingo lo demostró en Sevilla, lo único que falta es que reparen en su persona, en su calidad como torero y le den las oportunidades que merece.
Ángel Jiménez, torero caro donde los haya, tomó la alternativa en Sevilla en el año 2019 a final de temporada pero, llegó la pandemia y prácticamente se trata de un torero inédito que, pese a torear muy poquito, en La Maestranza dictó una soberana lección de torería al más alto nivel. Ya triunfó en Sevilla el día de su doctorado junto a Morante y El Juli. Incluso, como cuentan, de no haber fallado con la espada podríamos estar hablando de un triunfo grande. Al final, todo quedó en una oreja y vuelta al ruedo en su otro enemigo, balance brillante porque sus compañeros no hicieron nada.
Pero ahí han dejado su tarjeta de “visita” y nadie puede decir que son unos desconocidos. No falta quien apunta que, dicho éxito, de haberlo logrado en Madrid la repercusión hubiera sido otra; a nivel de aficionados sí, pero si lo que se trata es que se les contrate la situación sería exactamente la misma por la que ahora estamos pidiendo justicia.
Dos toreros más que piden con gritos desgarradores que se les escuche y atienda puesto que, en Sevilla y con un solo toro dieron la dimensión de todo aquello que llevan dentro. De momento queda esperar; como sabemos, en el toreo, la paciencia es la mayor de las virtudes de cada diestro aunque, como sea demostrado, al final, pasados los años, no sirva para nada pero, como consuelo, fijémonos en Diego Urdiales que, base de paciencia, constancia y voluntad, al final le han permitido mostrar su torería excelsa, de la que es portador desde el primer día que se vistió de luces pero, incrédulos todos, nadie le creía. Menos mal que él si creyó en sí mismo, se revistió de franciscano y, al final ha tenido el premio que se merecía.