El futuro de la Fiesta se nos muestra incierto pero, pese a todo no debemos de perder la ilusión. Son muchas las trabas que tenemos que sortear y, de forma muy concreta los que los mismos taurinos utilizan para sus dispendios que, en realidad, no es otra cosa que favorecer a los que menos lo necesitan por aquello de los toros más bondadosos para que triunfen siempre los mismo. Otra cosa muy distinta es el toro de verdad, el auténtico, el que cribaría a muchos toreros y estarían activo los realmente válidos. Si hubiera muchas plazas como la de Azpeitia otro gallo cantaría, es decir, hablaríamos en propiedad porque en dicha plaza guipuzcoana sale siempre el toro, de ahí que, cortar una oreja en La Bombonera norteña es casi tan difícil como hacerlo en Las Ventas.

Es cierto que hay ilusión, y mucha por parte de los aficionados que, de forma muy especial en los pueblos estos se esfuerzan por dar infinidad de espectáculos taurinos que, en realidad es ahí donde nace la raíz de la fiesta, algo que nos llena de gozo. Los taurinos suelen culpar a los aficionados de que éstos hayan casi desertizado en las grandes ferias y, eso es mentira. ¿Cómo se puede culpar al que sostiene todo el entramado taurino? Afirma semejante villanía es una insensatez sin límites. Desde luego que, para los taurinos, si solo se fijan en Sevilla y Madrid respecto a la gran afluencia de público en estas plazas, su error es mayúsculo. Son las dos grandes excepciones de España puesto que, a partir de ahí, las grandes ferias se congrega medio aforo o quizás un poco más si actúa Roca Rey pero, la pasión de antaño se ha perdido.

No debemos de conformarnos con esas entradas en muchas ocasiones paupérrimas que, al parecer, todos se apañan con lo que “haya”, expresión muy pobre si en verdad queremos lograr el resplandecimiento total de un espectáculo que, otrora era grandioso como ninguno. De igual modo, debemos de cuidar al toro; es cierto que el toro de Valverde del Camino no puede ser el de Sevilla, por poner un ejemplo relevante. Pero sí la dignidad en todas las plazas que, con un toro de más o menos trapío –el que corresponda para cada plaza- la decencia del espectáculo quede a salvo. Parodiar esta fiesta maravillosa que, tiene más de tragedia que de comedia, es una aberración mayúscula.

Y todos esos detalles que para  los taurinos carecen de importancia son vitales para el devenir del espectáculo y, lo que es peor, pese a todos los problemas que sufrimos, si un día no hay renovación en el escalafón la tragedia, como miles de veces dije, la tenemos servida. La fiesta no puede girar en derredor de media docena de toreros, eso es un acto salvaje donde los haya porque, además de aburrido, es realmente perjudicial para los jóvenes diestros que, ilusionados llegan a la alternativa en aras de cimentar su futuro en aquella profesión que aman y, lo que es mejor, para muchos, la que conocen, saben y están capacitados para ello. Si seguimos ninguneando a lo que tienen el futuro en sus manos, llegará un momento en que ya no quedará nada y todo serán lamentos.

Claro que, mientras aparezcan por los ruedos toros como el de Miura que mostramos en la foto, el futuro se nos antoja muy negro, por muchas razones pero, como fundamental, aquello de no cuidar al toro es lo que he llevado la Fiesta al precipicio.