Todo lo que sucede dentro del mundo del toro, por ínfimo que sea, los descerebrados de turno le dan la importancia que ellos quieren que, en realidad, no tiene ninguna, pero ay amigo, aquello de hacer daño es la costumbre y norma de los indeseables que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, son capaces de cualquier cosa.

Cuando he visto que se ha atacado a Enrique Ponce por las llamadas redes sociales acusándole, -vaya delito- que su botonera de la chaquetilla que lució el pasado domingo en Madrid con motivo del festival que inauguró la temporada en Las Ventas. Me pongo a temblar ante dichas críticas porque, amigos, el fundamento que tenían los que le atacaban era que, Ponce, en vez de botones en su chaquetilla llevaba monedas que hacían las funciones de dicho botones; monedas que llevaban la efigie de Franco. ¿Y qué connotación tiene dicho asunto? Ninguno. Pero el número de tontos en España sigue siendo infinito.

Es más, conozco a muchas personas que guardan como recuerdo monedas de aquella época, como los billetes de las pesetas, como los sellos o cualquier objeto que sea digno de colección para los amantes de la filatelia, numismática o cualquier otro tipo de objetos que sean del agrado de cada quien y cada cual. Pero tachar a Enrique Ponce como franquista para los botones que lucía en su chaquetilla, me parece un acto que roza la barbarie. Claro que, como digo, el número de estúpidos supera a lo que debería ser un número razonable.

Enrique Ponce tendrá el hombre sus ideas políticas como las tenemos todos los españoles y, por cierto, no creo que sean de izquierdas. Dicho lo cual, atentar contra su libertad de vestir como quiera y le pase por los cojones, eso es un acto propio de la dictadura socialista que sufrimos que, aparejada al comunismo da como resultados todo lo que estamos viendo y sufriendo. Es cierto que, Ponce no vivió la época de Franco e, incluso, en la transición, apenas era un niño de pañales pero, supongo que el hombre habrá leído sobre dicha transición y habrá comprendido que, sin duda alguna, fue el logro más grande que pudiéramos soñar los españoles. Aquello de pasar de una dictadura –eso lo dicen los imbéciles- a una democracia y que todos se pusieran de acuerdo, el logro no pudo ser mayor.

Nadie tiene derecho en atacar a Enrique Ponce por el traje que use, por las monedas que quiera que le cosan en sus chaquetillas, ni siquiera por aquello del ridículo espantoso que ha sido capaz de llevar sobre su vida privada; allá él y con sus consecuencias. A Ponce, lo único que se le puede criticar es como artista de la torería y, esa crítica, como siempre dije, va encaminada hacia el tipo de toros que mata que, la mayoría todos les salen moribundos para que ejerza como enfermero. Eso sí es criticable porque muchas personas pagan por verle y, cuando nos tocan el bolsillo exigimos un mínimo de verdad por el espectáculo por el que hemos pagado. Lo demás, lo que haga con su vida privada nos trae sin cuidado. Se sufre, es cierto, viendo como un hombre de su categoría, el más longevo del escalafón, verle hacer el ridículo ante las televisiones y revistas del corazón porque se ha hecho una novia joven y guapa, allá él con su libertad.

Pero, insisto, Enrique Ponce solo puede ser objeto de crítica en la profesión que desarrolla que, como decía, suele aliviarse más de lo debido, razón por la que nacen las críticas contra su persona y, lo que es peor, con todo fundamento.