Hartos de oír la pregunta de “¿cómo podéis disfrutar viendo una corrida de toros?”, cabe reflexionar acerca de cómo es posible que el mundo del toro aún no haya sido capaz de transmitir un mensaje claro y directo a la sociedad: los toros son más que diversión. Una corrida de toros tiene una serie de elementos que, sin duda alguna, la convierten en un espectáculo único y diferente al resto de eventos culturales y deportivos. En primer lugar, la emoción como arma fuerte y fruto de la fiereza del verdadero protagonista de la Fiesta: el toro. Una emoción que, como bien decía ayer en una entrevista Matías, presidente de la Plaza de Toros de Bilbao, “debe partir del toro, y continuar con la integridad de un espectáculo que, finalmente, termine con la faena de un torero a la altura del toro”. Porque está claro, ¿qué hay más emocionante que ver a un toro bravo –bravo en el ruedo– y a un torero enfrentarse de tú a tú, sin engaños ni mentiras?

La emoción, además de estar presente en el último tercio, debe ser claramente visible en el resto de la lidia. Desde el recibimiento con el capote, hasta una suerte de varas bien hecha y con el lucimiento que merece el toro de lidia. Evidentemente, el tercio de banderillas no se queda al margen de esta emoción, porque la lidia de un toro más que diversión, es emoción. Es impredecible, y este es el segundo elemento que nos hace distintos y nos da mayor valor si cabe. La suerte y el azar es parte de la Fiesta: los sorteos, el comportamiento del toro… El triunfo en la Tauromaquia es fruto de la fusión de unas condiciones –también climáticas– y factores que no todos los días se dan. Claro está que la perfección ni en la vida ni en los toros, existe. Pero cuando nos acercamos a ella, no hay mayor satisfacción. Por eso no convirtamos en predecible, lo impredecible. Respetemos la autenticidad del espectáculo, porque la emoción, es una fuente de atracción de nuevos aficionados. Y si alguien se emociona en una Plaza de Toros, querrá volverse a emocionar. Una y mil veces. Así de grande es la Fiesta.

El tercer “bastión” de una corrida de toros es la verdad. El ir y venir entre la vida y la muerte, alejados de esa corriente “sensibloide” que quiere desnaturalizar nuestra sociedad. Que busca ocultar la muerte, como si esta no fuera parte de la vida. La sangre es parte del espectáculo. La sangre del toro y del torero. La muerte de uno, y la posibilidad de morir del otro. Esto engrandece la Fiesta, y no hay que ceder ni un palmo en este sentido. Ni un paso atrás. La muerte, en una corrida de toros, no es la parte negativa del espectáculo. Es una parte más, y por la cuál debemos seguir teniendo un profundo respeto. El toro, con una vida digna, merece tener una muerte digna. Y el torero, cómo último y único héroe del siglo XXI, debe asumir la posibilidad de entregar su vida al toro. Es duro, pero es así.