El bombo es una revolución”, decían muchos cuando Simón Casas se adentró en esta aventura de incierto final. Sin embargo, a día de hoy, todos somos conscientes de que hace falta algo más que un bombo para que la situación actual de la Fiesta, y su futuro, vaya hacia adelante: más democracia. Algunos me reprocharán que hable de democracia, y no de meritocracia. Pues bien, aunque no les falta razón, ellos tampoco tienen la verdad absoluta. Los méritos y los triunfos siempre han tenido una gran relevancia en la Tauromaquia; no solo para los números del escalafón, sino también para la propia afición. Pero en los tiempos que corren, con una crisis económica que se extendió y apaleó al mundo del toro, con una Industria Animalista que acosa y quiere ahogar a la Fiesta, y con un sector que se resiste a experimentar cambios para su supervivencia, los números deben pasar a un segundo plano. El bombo, más que la solución a todos estos problemas, ha sido una herramienta. Una forma de dar un toque de atención al sistema. Un “si se quiere, se puede”. Y claro que se puede hacer todo de otra manera. Pero sin el apoyo de todas las partes del sector, sin la unión de todos sus miembros, es difícil navegar a contracorriente y a contrarreloj. Es imposible.

Hablar de democracia en los toros es, quizás, darle mayor importancia si cabe al concepto. ¿Acaso en el fútbol, en el baloncesto o en el tenis, el público tiene un papel más allá del de animar a su respectivo equipo o jugador? La respuesta es clara y evidente: no. ¿Y en los toros? El papel del aficionado, y del público en general durante una corrida de toros es decisivo y muchas veces vital. Desde la exigencia para defender la idiosincrasia de una plaza, hasta la petición para la concesión de las orejas. El aficionado es más importante de lo que muchos creen o quieren hacer ver. Tan necesario como odiado por los que mandan en esto.

Por otro lado, la democracia no sólo debe relacionarse con el papel del aficionado en la propia Fiesta. Los toreros y ganaderos también deben estar incluidos en ese ambiente democrático que debería de arropar cada plaza de toros. ¿De qué sirven los números, si no le damos oportunidad de crecer y dejarse ver a nuevos nombres? ¿De qué sirven las cifras, si no dejamos que encastes minoritarios dejen de serlo o al menos, consigan sobrevivir? ¿De qué sirve pasar cada día por taquilla, si luego nos ponemos piedras en nuestro propio camino? No hacen falta bombos, porque para bombo, ya está el toro. Y si no que se lo digan a Pablo Aguado con dos toros de Jandilla en Sevilla. Era el “tapado” dentro de un cartel de relumbrón sevillano, con Morante y el peruano Roca Rey por delante de él. Televisión, cartel con figuras y… De la nada, al todo. Del albero al cielo de Sevilla. ¿La clave? Le abrieron hueco. Se impuso la democracia, a la dictadura de cerrar huecos a nuevos toreros. Pero esa, desgraciadamente, no es la tónica general. Abran la puerta, y esto cambiará. Que ellos mismos darán la vuelta a la tortilla: Emilio de Justo, Pablo Aguado, Paco Ureña, Román, Juan Ortega, David de Miranda, López Chaves… No se trata de una retirada masiva de figuras. No es necesario. Pero sí lo es una renovación apoyada e impulsada por los mismos toreros que actualmente, conviven en la cima del toreo. Háganlo.

Fotografía Andrew Moore