El día menos pensado, nos levantaremos de la cama y nos encontraremos que en el Código Penal español se ha incorporado un nuevo artículo que rezará de la siguiente manera: «Quienes en un festejo taurino o tras su celebración ejerciera la crítica de un modo en que se menoscabe o se critique la actuación de un torero, se diga abiertamente o se insinúe que no ha estado bien, que su oponente se le fue sin torear, que su oreja o su puerta grande sea regalada o injusta, que se pite o cualquier otro tipo de protesta que pueda ir en contra de la corriente triunfalista que impera en la Fiesta de hoy en día, serán castigados con Pena de Prisión Permanente Revisable. Se entenderá que el reo ha alcanzado la reinserción social cuando sea capaz de ir a los toros y solo abra la boca para decir «biiiiiieeeeeeeennnnnjjjjj», «viva España», «viva el 155», «viva el Rey» o «tráeme otro gintónic, mozo». 

 
Puede que esta reflexión esté cargada con cierta dosis de sarcasmo, pero el tabique que separa algo así de la realidad es tan fino que apenas se palpa. Incluso inexistente parece la mayoría de las veces. La crítica como tal es un ejercicio prohibido en los toros, un hecho muy mal visto por aquellos taurinejos y adeptos (abrazafarolas ellos) que lo único que buscan es que todo sea aplaudido, premiado con orejas, rabos, puertas grandes e indultos, y que nadie abra la boca si no es para decir que todo fue perfecto. Y aquel aficionado que considera que no todo vale, que no todo es merecedor de premio, que los toreros no siempre están bien y que en el toreo hay cosas censurables, se ejerce contra él una caza de brujas basada en que «es una falta de respeto opinar así», que «cómo puedes dar tú esa opinión si nunca te has puesto delante de un toro», que «escribir o decir eso hace más daño a la Fiesta que los animalistas», y demás retahíla de imbecilidades cacareadas por ciertos personajillos pertenecientes o adeptos al infame sistema taurino existente. Los niveles alcanzados en redes sociales tipo Twitter o Facebook sobrepasan lo vomitivo, pero en los tendidos se ha llegado a un nivel de infamia alarmante. Buena prueba de ello fue la pasada feria de San Isidro.
No seré yo quien niegue el hecho de que hay aficionados que lanzan su grito en el momento menos oportuno para hacerlo, y que eso merece reprobación. Valga como ejemplo el clásico «se va sin torear» justo en el momento que el matador está perfilándose para entrar a matar. También el «Viva España» o el «Viva el 155» se ha llegado a escuchar en ese momento tan poco apropiado para estas cosas, aunque esto no sea censurable ni nada, no señor… ¡¡Es hasta gracioso y se debe tomar como algo solemne!! Pero lo que no se puede pretender es que en la plaza de Madrid, plaza donde siempre se ha protestado y pitado durante la lidia, algunos quieran imponer lo que llaman el «silencio sevillano». No, no y mil veces no. Cada plaza y cada afición tiene su propia personalidad, y así como la característica principal de Sevilla es el silencio, en Madrid es el runrún, y ese runrún es clásico cuando sale un toro bajo de trapío, se pica mal, se lidia mal, un torero no está a la altura o comete ciertas maneras de aliviarse como meter el pico o descargar la suerte. Pero también ese runrún aparece cuando en el ambiente se palpa que va a suceder una faena grande. El runrún de Madrid y de ningún lugar más, para lo bueno y para lo malo… ¡¡Y nos lo quieren arrancar!! De la misma manera que en Pamplona se canta La chica Ye-Yé y piezas similares durante la lidia y nadie dice nada. Y esto siempre ha sido así, ¿por qué cambiar la personalidad de cada plaza? Mejor dicho, ¿por qué cambiar la personalidad de la plaza de Madrid? ¿Por qué tanta efusividad para meterse con la afición de Madrid cuando protesta la colocación de un torero o la concesión de una oreja barata, y que luegi todo el mundo, desde los voceros de la tele hasta el más paladín del triunfalismo, callan cuando las peñas de Pamplona lanzan latas, botellas y demás desperdicios a los toreros cuando se acercan a tablas? ¿O cuando estos mismos «señores» sacan pancartas o lanzan consignas a favor de los presos batasunos en plena corrida? Ese doble rasero…
En Madrid esta feria de San Isidro se han vivido momentos de verdadero bochorno. Ya no son solo los muchos gritos de «Viva España» o «Viva el 155» que se escuchaban unas cuantas de veces todas las tardes, ni los «cállate gilipollas», ni los cortes de manga hacia el sector protestón cuando este está a lo suyo. Eso se pueden considerar chiquilladas comparado con aquel día en que algunas personas subieron tendido 6 arriba para llegar hasta los abonados de la Grada 6 y lanzarles todo tipo de improperios, insultos y hasta amenazas. Pero si ha habido un hecho que ha marcado para mal esta feria y que hasta puede decirse que supuso un antes y un después, fue el ocurrido la tarde del 30 de mayo. Pongámonos en antecedentes: Manuel Escribano se las andaba viendo y deseando ante un exigente y encastado ejemplar de Adolfo Martín, el cual tenía muchísimo que torear y su matador no conseguía estar a la altura. Madrid en ese momento fue Madrid, ni más ni menos. Con sus protestas al torero porque no conseguía poder con el toro, sus pitos cuando el torero se quedaba fuera de cacho, sus comentarios aprobatorios hacia el buen toro que había en el ruedo… Hasta que ocurrió lo que nadie quiere que ocurra, que el toro se llevó por delante al matador y le infirió un cornadón. A continuación y durante las horas posteriores, se contabilizaron por miles las vejaciones y calumnias hacia los aficionados que protestaban, culpabilizándoles de la cornada. Y sí, es cierto que las protestas en ocasiones llegan a destiempo, y a veces se persiste en ellas más de la cuenta. Pero de ahí a que un aficionado tenga la culpa de una cornada por sus silbidos o sus protestas… ¿Se puede ser más miserable, más ruín, más zafio, más hiena, más mal bicho y más vomitivo? Es difícil…
Muchas veces se les recrimina a los aficionados más protestones el hecho de hacerlo cuando el torero está toreando, y en palabras de esos mismos que lo recriminan lo ideal sería «hacerlo cuando termine la faena, y que cada uno manifieste su parecer a la actuación del coleta cuandoeste ya ha estoqueado al toro». Muy bien, podríamos estar de acuerdo en ese precepto. Pero en este sentido, del dicho al hecho hay un trecho, pues luego este tipo de personas no tardan mucho en retractarse, pues también a la grandiosa mayoría de esas personas les molesta cuando se protestan trofeos y salidas al tercio para saludar. Por no hablar de cuando los aficionados que disponemos de blog o perfil en Facebook mostramos nuestro parecer de lo que fue la corrida. Da gusto cuando un aficionado que discrepa de la opinión de otro se presenta con educación y respeto y comenta su parecer aunque este sea discordante, pues en los toros, además de la crítica, siempre le ha dado vida al espectáculo la controversia, siempre que esta venga con buenas formas claro. Lo verdaderamente jodido es cuando viene el tipejo o la tipeja de turno con insultos y argumentando en contra de quien no opina como él que «es una falta de respeto pensar así», «sois unos integristas», «tenéis que aprender a ser buenos aficionados», «quién eres tú para decirle a un torero dónde se tiene que colocar», «hay que echaros de las plazas como sea», «decir eso hace mucho daño», y toda esa hermosa colección de paparruchas. Que luego se les pide que razonen esos argumentos sólidamente, y pueden suceder varias cosas: o bien siguen obcecados en sus tontos argumentos, o acuden al insulto y/o a la amenaza, o él sí que razona y quien tiene enfrente no y es imposible que entre en razón. ¿Entrar en razón de qué? ¿Acaso lo único que hay que hacer es ver, oír y aplaudir todo, hasta lo inaplaudible, y que desaparezca la seriedad y el rigor de las plazas de toros, para más comodidad de los autodenominados «profesionales»? Asqueroso, muy asqueroso todo.
Muchos comprendemos que sin crítica, sin controversia y con aficionados que no conmulgan con ruedas de molino, los taurinejos lo tienen más fácil para cometer sus abusos y tropelías, para pintar su imagen y sus actuaciones de color rosa y tener más por menos. Pero hay aficionados (todavía, a pesar de todo) a los cuales no todo les vale, que distinguen lo bueno de lo menos bueno y de lo malo, y que gustan de llevar el rigor por bandera porque no todo vale. O no todo debiera valer. Que ya les gustaría a unos cuantos que los aficionados rigurosos desaparecieran del mapa y dejaran de hacer peligrar su chiringuito de comodidad y de triunfalismo barato, pero aunque la cosa está más mal que bien van a tener que seguir aguantándose.
Por  Luis Cordón Albalá, Blogger de Toroes en Puntas