En lo que llevamos conocido de mundo, todo se da por algo. Tendemos a dejar de lado la causa primera de las cosas que disfrutamos en nuestro día a día. ¡Si es que somos desagradecidos por naturaleza! En este mundillo de la tauromaquia, más que profanado, se suele rendir culto a herejes y traidores, pero todavía queda un resquicio de afición, ya que en muchas plazas se rinde verdadero culto al toro, el eje de la fiesta.
De acuerdo con que el toro es el eje, pero, como al principio dije, tendemos a ignorar la causa primera de las cosas. En lugar del qué, es hora de preguntarse el por qué. ¿Tendría sentido esto sin acordarnos de la vaca madre? Que es la que sufrió bajo la sombra de un árbol, para que su hijo fuese homenajeado hasta la muerte.

Poesía, es lo que derrocha la madre en la plaza de tientas, acudiendo al bayo para ser la elegida y alumbrar al Dios de la fiesta. Y fíjense si una madre es especial, que cuando va a dar a luz se aísla del resto de la manada con despaciosidad y torería, en busca del lecho más íntimo del campo bravo, siempre en ausencia de plena luz, para dejar toda una pintura como estampa. Pasando las fatigas de la muerte, sedienta y sin alimento que la ampare, alumbra tras varias horas de ardiente tortura para su cuerpo. Pero con mucho gusto ella, porque luego dará lo mejor a su hijo. Le secará, le regulará la temperatura, le masajeará, y todo lo que haga falta para que la vida autónoma florezca. Así comienza la liturgia, amigo mío. La causa primera.

La madre es la que tiene capacidad de reconocer a su cría en una multitud de cientos de becerritos. Y si alguien o algo se le acerca, marca los terrenos de la dehesa con templanza, nobleza, fija mirada, pero sobre todo con bravura para cuando se requiera, avisando con clase cual poeta sin temblar a la hora de soltar el verso.

Cuando en la vida esta ocurren cosas bellas, no se pregunten más a qué dar las gracias. Acuérdense de que vuestra madre les parió y les crio así. Y cuando ocurran cosas no tan bellas, preocúpense de usar otro insulto, porque acordarse de la madre del prójimo es tan mediocre como que esa pobre mujer no ha tenido culpa de parirlo. Métanse, si eso, con la persona que lo requiera, pero no con su madre, por favor.

La figura materna es la capaz de reconocer tu estado de ánimo con mirarte a la cara, la que siente tu dolor al palparte la testuz, y la que te cierra la heridita con un beso.

Nunca es mal momento para rendir culto a quien nos parió un día, no hace falta que sea 2 de mayo. Este mediocre artículo va por la grandeza de las que generan vida, la causa primera. Y en especial, a quien me dio vida a mí, que tiene el corazón más fuerte de todo el universo. Qué felicidad la mía, al estar contigo y amarte con rabia…