Conforme va transcurriendo el devenir de la temporada actual, es muy preocupante la actitud de Morante de la Puebla que, como sabemos, está siendo muy generoso con sus compañeros de cartel o, vete tú a sabe si no hay un pacto de «caballeros» de por medio.

Y digo que Morante está siendo muy dadivoso con sus compañeros figuras que, como sabemos, tarde tras tarde, deja que arrecie la bronca sin inmutarse. ¿Qué ocurre? Lo que decía, les está allanando el camino a sus compañeros que, todos sin distinción, al finalizar el festejo le sacarán a hombros mentalmente.

Temporada muy negra la de este hombre que, no la mejoró ni en sus mejores momentos esquizofrénicos. ¿O será que ha vuelto a las andadas? Vamos que, hasta el mismísimo Pablo Aguado tiene que poner velas en su casa para que Morante no quiera torear porque, a su lado, cualquiera, alcanza rangos insospechados de figura.

Como quiera que Morante es intocable, dicen las lenguas de doble filo, -que yo no me lo creo- que ha pactado con sus compañeros para que todos logren el éxito puesto que, como a él se le perdona todo, es preferible que triunfe El Juli, Cayetano, el mismo Ponce y demás huestes que le acompañan porque de tal forma no dejan en entredicho sus nombres que, con los toros que suelen matar ya albergan todas las sospechas el mundo.

Tras todo lo visto ahora si me creo cuando alguien me dijo que, Morante, si pasa por delante de «Zahariche» la finca de Eduardo Miura, se le ponen los pelos de punta. Es lógico que así sea porque Morante no es tonto y sabe que dentro de dicha finca pastan toros de leyenda y, como sucede cuando él torea, la leyenda es él, nunca los toros que lidia que, dicho sea de paso, son animalitos que por su bondad, merecen una muerte digna, jamás una sarta de puñaladas traperas que les endilga el de La Puebla.

Morante ha vuelto al redil de años atrás. Es cierto que en las últimas temporadas nos había ilusionado con alguna que otra faena de ensueño, siempre al burro fofo y sin casta pero, en esta ocasión, no está el horno para bollos. ¿Qué pasará por la mente de este pobre hombre cuando comete los desacatos que lleva a cabo? Es decir, como persona humana, ¿no comprenderá que los que allí están presentes, muchos han tenido que vender hasta el colchón para verle «torear»?

La razón no entra en la cabeza de este ser humano que, no ya contento con elegir los novillotes de todas las ganaderías, para colmo, a dichos animalitos, una vez en el ruedo no los quiere ni ver. Sin duda, un caso de estudio dentro del mundo de los toros. Morante, hace un par de temporadas, en el Puerto de Santa María llevó a cabo una proeza inmensa; tras recibir dos sonoras broncas se marchó pero, la pregunta es obligada, ¿para qué volvió?

Hombre, la respuesta tampoco es tan complicada porque le ofrecen contratos a un suculento dinero y él pasa el guante como se dice en las capeas, con la diferencia de que en las capeas los chicos se juegan la vida mientras que, Morante, en los ruedos, se burla de todo el mundo y, que yo sepa, inhibirse de la lidia de un toro bravo todavía no está tipificado como delito en el código penal.

Oiga, -me dijo un aficionado el otro día- que está usted enjuiciando de mala manera a un artista. Mire usted, -le dije- si en verdad fuera artista y lo demostrara yo no estaría escribiendo estas líneas.

Duele muchísimo, y creo que lo entenderá todo el mundo, aquello de haber pagado mucho dinero por ver torear a tu ídolo, en este caso a Morante de la Puebla y que el tipo se inhiba como si la cosa no fuera con él. Si lo que pretendía era emular a Rafael El Gallo, podía haber nacido cien años atrás. En los tiempos que corremos, lo que hace Morante es propio de un sinvergüenza. Repito que,   con su actitud no comete delito alguno pero, ¿les parece poco delito que un tipo se burle de los aficionados que han pagado una fortuna por verle?

Así está el toreo, mientras los pobres se juegan la vida de verdad a cambio de nada, las figuras se lo pasan en grande con el toro aborregado y, Morante, rizando el rizo, ni eso. Claro que, para presenciar dichos escarnios congregan a media plaza allí donde van. ¡Ah! ¿Pero esperaban más?

Pla Ventura.