El pasado año por estas fechas Simón Casas logró lo que creíamos imposible, aquello de establecer un bombo en el cual se sorteaba toros y toreros y, nuestra ilusión, a nivel de aficionados no pudo ser mayor. Aquella acción por parte de la empresa de Madrid la entendíamos como un acto de justicia y, ya se sabe, pedir justicia en el mundo de los toros es como pedirle peras al olmo.  Claro que, para dicho bombo, Simón Casas contrató a los toreros que creyó convenientes sin dejar nada al azar. Cierto que todo se desvaneció cual terrón de azúcar.

Así se dio la feria de Otoño de Madrid y, todos nos frotábamos las manos creyendo, de forma inocente, que dicha fórmula se expandiría para la feria de San Isidro pero, llegado el momento, en vez del bombo, Simón se sacó de la mano una especie de simulacro del mismo para engañarnos a todos. Montó unas pocas corridas con los toreros que él decidió y de tal forma empezó el bombo a dar vueltas para favorecer a los de siempre.

Nada de nada. Todo quedó en un vano intento que no prosperó ante nadie. Y fue una pena porque a tenor de la fórmula del bombo, cualquiera, hasta el más tonto llegó a ilusionarse porque, como se entenderá, que hubiera un sorteo total entre toros y toreros para toda la feria de Madrid, el golpe hubiera sido de gran efecto y, sin duda, de grandes resultados puesto que, a priori, cualquier cartel podría estar revestido de la verdad. Claro que, insisto, todo quedó en pura parodia de lo que Simón Casas había pensado.

En aquella ocasión, Simón montó diez carteles con los toros de las figuras para que éstos se apuntaran, dejando en manos de la suerte –si a suerte se le puede llamar matar la corrida de Saltillo- para todos los demás. ¿Dónde estaba la fórmula justa que este señor nos había prometido? ¿Qué suerte se puede esperar a sabiendas de que matas una corrida ilidiable? Eso es lo que Simón hizo ante el noventa por ciento de los diestros, darles a las figuras los privilegios de rigor y, a los pobres, las corridas ilidiables para que nadie pudiera destacar, lo que le pasó a Juan Ortega que, habiendo estado maravillosamente bien el día de Pascua con una corrida complicadísima, el pago no fue otro que enfrentarle a la corrida de Saltillo para que tragara quina y no pudiera pedir ni agua.

En calidad de aficionado, lo juro, pensaba que Simón Casas haría la revolución en Madrid porque, repito, pensar que se pudiera hacer un bombo para sortear todos los carteles de Madrid, eso ilusionaba hasta el más tonto que, sin duda soy yo. Repito que, me lo creí. Y pudo haber hecho la gran revolución pero, como se demostró, todo quedó en pura palabrería que es lo que define al empresario francés que, vende más humo del que imagina.

Recordemos que Simón Casas tuvo en sus manos la oportunidad de oro para hacer la gran revolución puesto que, aquello de sortear todas las ganaderías entre todos los toreros contratados, la expectación de aquello hubiera generado no habría palabras suficientes en el diccionario para explicarlo. Al final, ya vimos, sobraron palabras porque nada teníamos que decir. Todo se llevó a cabo igual que hace mil años, con la diferencia de que, antaño, los toreros, por amor propio y mucho más en Madrid, eran capaces de jugarse la vida con el toro de verdad.

Con el sistema actual, Casas, al igual que otros empresarios, lo hacen todo de forma y manera que se puede hacer cualquier crónica y acertar antes de que se celebre el festejo. Salvo un milagro que todo lo arregle, en Madrid, ves los diestros que forman un cartel y puedes hacerte una idea del resultado del festejo que, si se me apura, todo queda en manos de que el diestro en cuestión acierte con la espada que, de ser así, el resultado lo tenemos escrito antes de que termine la “función”.

Simón Casas que presume de valiente e innovador, tuvo en sus manos la oportunidad única en el mundo para hacer la gran revolución, algo que sin duda lo pensó en llevarlo a cabo, pero se acojonó ante las presiones que sufriría por parte de las figuras del toreo que, aquello de participar en un sorteo para que les cupiera en suerte la de Miura, de eso nada de nada; pero ahí estaba la fórmula mágica para que todos los días se llenara la plaza por completo; no solo unas fechas, sería algo común en toda la feria porque, si gracias al sorteo puro y duro, por ejemplo, uno de los carteles pudiera haber sido con los toros de Miura, y los diestros El Juli, Morante y Juan Leal. Eso sí sería un cartel con atractivo. Y de tal modo, todos los demás carteles.

Como vemos, el bombo, es decir, sortear toros y toreros ha quedado todo en un mero sueño que, al despertar nos ha traído a la auténtica realidad que vivimos que no es otra que contemplar como los que mandan hacen los que les viene en gana mientras que, los que no ostentan poder que son la inmensa mayoría, a esos que les parta un rayo que es lo que suele suceder. O sea que, mientras el mundo sea mundo seguiremos contemplando las injusticias del que todo lo puede en detrimento del que no tiene nada.

Seguro que, Simón Casas, ante todas las críticas que le podamos verter pensará y aplicará para sus adentros uno de nuestros más típicos refranes: “Predica Antón que me cago con tu sermón”

Pla Ventura