Amanece en la finca San Pelayo, los primeros rayos de sol dan forma a la silueta de una preciosa vaca de capa berrenda. Poco a poco la luz desvela la expresión, atenta y desafiante, de la vaca.

Sobre el lomo de aquella veterana madre pesa la historia de su ganadería, pesan las vueltas al ruedo, los éxitos en España y Francia, pesan las salidas en hombros de su mayoral
Sobre el lomo de aquella jabonera pesan nombres como «Gitano» N°30 vencedor de la corrida concurso de 1911, «Navarro» berrendo en negro, capirote y botinero semental lidiado con ocho años de edad en la plaza de Zamora, «Locomotor» colorado, «Fortuno» berrendo en negro, careto, lidiado en 1915 en Pamplona, tomando siete varas, arrebatando la vida de cuatro caballo, derribando cinco y lanzando a caballo y picador al callejón.

El origen de esta peculiar historia ganadera comenzó, como muchas otras, impulsada por la afición del Marqués por el toro. Todo comenzó en 1892 cuando en Marqués de Villagodio, Don José de Echevarría, adquirió un lote compuesto por setenta vacas de Duque de Veragua y dos sementales de Trespalacios. Sementales que adquirió posteriormente Don Fernando Pérez Tabernero. En 1894 se registró la primera res lidiada de esta ganadería se trataba de un becerro que regaló el marqués para un festival en Bilbao.

Bajo la divisa amarilla y blanca los veraguas del Marqués llegaban a Pamplona anunciados para abrir la feria un 7 de julio de 1910, fecha que pasaría a la historia. Aquella mañana a las 8 en punto sonó el cohete y las calles de Pamplona se tiñeron de blanco y rojo, los 6 jaboneros corrían acompañados por la melancólica melodía de cada mañana compuesta por el sonido de los cencerros y los gritos de los mozos.
Los jaboneros enfilaban la recta final y se acercaban a la plaza, los aficionados divisaban desde los tendidos de la monumental las astas de los pupilos del marqués y daban por concluido el encierro cuando se produjo un apelotonamiento. En ese acumuló de personas y reses se encontraba el joven corredor Francisco García Urrea, quien fue pisoteado por los astados y al que le tuvieron que dar dos puntos en la oreja. Herida que finalmente derivó en una tubérculo que acabo con su vida. Abriendo así la lista de corredores fallecidos en Pamplona.

Años más tarde, en 1917, amanecía en la ganadería del Marqués pero esta vez los rayos del sol no solo ensalzaban la silueta de aquella berrenda. Entraban en escena dos nuevos protagonistas, dos sementales de origen Santa Coloma.
El marqués adquirió estos toros para conseguir animales más terciados y finos de presentación con el objetivo de alcanzar su sueño: lidiar en Bilbao.
Pero los toros del marqués tenían un defecto que le cerraba las puertas de Vista Alegre, según contaban muchos cronistas de la época, a los pupilos del marqués les sobraban bastantes kilos. El exceso de peso era notable en sus reses ya que al llegar al tercio de muleta todos acaban desplomados. Ante esta situación Don José decido construir una plaza de toros para poder ver lidiar a sus toros en su tierra y así fue cómo surgió la plaza de Indauchu con un aforo para 8.500 aficionados.

El 15 de agosto de 1909 se celebró una novillada para celebrar la inauguración con un cartel formado por tres novillos de su ganadería y otros tres de la de Clairac, completaban el cartel Ostioncito, Recajo y Reverte II. La afición de Bilbao acudió a Indauchu impacientes por ver las reses del Marqués.
Cuentan que antes de empezar con la lidia de su novillo, Reverte II, pronunció un interminable discurso que aparte de provocar la lluvia, también enfadó entre otros, a dos importantes personajes de la época: Serafín Menchaca y el pintor Francisco Iturrino. La lluvia impidió que los novillos pudieran lucirse y la tan esperada corrida quedó solo en agua de mayo, desde entonces la plaza de toros de Indauchu ha acogió solo novilladas de poca clase y espectáculos de circo.

Aquel discurso de Reverte II fue la gota que colmó el vaso y dio comienzo a la famosa venganza de Iturrino, pintor muy aficionado a la fiesta del toro. Aquella tarde de inauguración de la plaza de Indauchu el pintor le pidió al Marqués poder visitar la finca para poder retratar en sus lienzos la belleza de sus jaboneros pero el marqués se negó. A partir de este momento cada vez que Iturrino entraba a un restaurante de Bilbao exclamaba «Un villagodio» y ante la atenta mirada del camarero, el pintor explicaba «Sí. Hemos pedido un villagodio, una chuleta de toro perteneciente a esa ganadería que sólo sirve para carne». Poco a poco, esta expresión fue ganando fama y se conoció en toda la región.

En 1920 muere el marqués y un año más tarde, el 5 de junio de 1921, sus pupilos defendían en su honor la divisa en Madrid. Uno de los protagonistas de aquella tarde fue «Bellotero», toro de impecable presencia y afiladas astas, que pasaría a la historia. Aquella tarde este jabonero se llevó la vida de Ernesto Pastor así lo relataban las crónicas:
«Al vaciar un pase de muleta, fue empitonado trágicamente, haciéndose visible un boquete en la parte posterior del muslo derecho. Se le apreció una cornada de 12 centímetros a la que no se le concedió la debida importancia. Se le infectó la herida y hubo de ser operado de urgencia al día siguiente. Murió un día después de una septicemia.»
La viuda del marqués vendió la ganadería a Don Ignacio y a Don Antonio Sánchez en 1924 ambos hermanos compran la ganadería de manera conjunta pero poco después, en 1956, cada uno siguió su propio camino. A partir de ese momento la ganadería pasó por diversas manos hasta terminar en 1990 en las manos de Isabel Núñez quien añadió un lote compuesto por 100 vacas de procedencia Núñez. Esta vacada fue comprada ese mismo año por José María Aristrain que anunciaba la ganadería con el nombre de Aguadulce bajo la divisa verde y blanca tras cambiar el hierro original por el actual. Además José María sigue consolidando la línea Núñez que había marcado Isabel añadiendo más vacas del mismo origen. De esta manera la sangre Núñez acabó absorviendo por completo el resto de sangres minoritarias perdiendo así el rastro veragüeño.

Pero los hijos del marqués, Eduardo y Alfredo, habían heredado de su padre la gran afición por el toro, así que decidieron adquirir en 1934 una parte de Coquilla. Realizaron bastantes cambios en la ganadería, a partir de ese momento la divisa paso a ser verde, blanca y amarilla. Cambiaron también el mítico hierro de la V por la VH y bajo el nombre de Hermanos Villagodio comenzaron su andadura en el campo bravo.

En 1936 los rayos de sol de una nueva mañana iluminaban la silueta de un tremendo cárdeno que esperaba su turno para pisar el ruedo madrileño donde debutarían los hermanos el 7 de julio de ese mismo año.
En 1962 los rayos de una nueva mañana iluminaban la silueta de un imponente novillo, negro de capa y con rizos que delataba su origen Lisardo Sánchez. En los cercados de al lado, los primeros rayos de luz desvelaban una estela de polvo dejada por los sementales, esta vez de origen Santa Coloma y Antonio Urquijo. Alfredo Echevarría, llevaba está vez en solitario la vacada tras separarse de su hermano y heredar el título de Marqués de Villagodio.
Casi 20 años después, en 1983, Don Ignacio Manuel Sayalero Monje se convierte en el nuevo propietario de la ganadería que pasa a llamarse Sayalero Monje. Pero decide eliminar toda la vacada y empieza de cero con animales de Sayalero y Bandrés de origen de Doña Maribel Ybarra y sementales de Jandilla.

Actualmente amanece en El Charaiz y los cálidos rayos de Cádiz iluminan y calientan a un pequeño becerrico cobijado bajo un árbol, en el mismo cercado se encuentra un viejo semental que luce el hierro de la VH. Glorioso hierro de la cabaña brava guardián de toda la historia de la ganadería y único confidente actual que sigue guardando los secretos de casi 100 años de historia ganadera.

Aquel 1983, desaparecía el sueño del Marqués, un sueño forjado en sus inicios con reses de origen veragua, desaparecía un encaste único y singular.
Hoy en día sale el sol en la finca Don Pelayo, convertida en una dehesa fantasma. Donde antes se escuchaban las llamadas de las madres veragüeñas ahora solo se escucha el llanto del viento.


Sale el sol en la finca Don Pelayo y lo único que ilumina son los restos, aún en pie, de la plaza de tientas las únicas que aguantaron sin derrumbarse y que han sido testigo de la grandeza de la ganadería de Marqués de Villagodio.
Ana Mateo