Sin duda, Pablo Aguado es uno de los nombres propios de esta temporada. El hombre, y el nombre, que ha revolucionado el escalafón. El torero distinto, el torero eterno. Por tanto, es ineludible reseñar brevemente la particular temporada de este matador. Comenzó, tras dos años de alternativa, siendo uno más; acabó siendo la esperanza de muchos aficionados. Su toreo, su clasicismo y su naturalidad, la de quien “torea sin despeinarse”, han reconciliado a muchos con su pasión, con nuestra pasión. Su personalidad torera y humana ha supuesto una bocanada de aire fresco. Una paradójica novedad. En años de homogeneidad y toreo ayuno de alma, el toreo de siempre ha roto los inamovibles y ventajistas moldes. Una afrenta al “tremendismo”de nuestra época.

 

Para ser justos, el sevillano cogió ambiente a partir de su confirmación de alternativael 28 de septiembre. Se coló en una de las tardes de Alejandro Talavante. Cortó una oreja y logró que todos habláramos de él. Aquella tarde le permitió mostrar sus cualidades a todos los presentes, e ilusionarnos a unos pocos. Lo mismo ocurrió en Fallasde este año, cuando aún se anunciaba en carteles modestos. Sin embargo, su regreso a la Plaza de Madrid, en el Domingo de Resurrección, no cumplió las expectativas, en tarde de poco juego de los toros y menos ideas. Cuando tantas ilusiones y esperanzas parecían estrellarse contra el muro de la realidad, llegó la tarde del 10 de mayo.

 

En el viernes de Feria, cuando Sevilla está engalanada y las mujeres lucen sus trajes y recorren con su belleza el albero del Real, todo estaba preparado para que Roca Rey cruzara la Puerta del Príncipe de Sevilla. Justo una semana, se pidió para el peruano el rabo con insistencia y, como no decirlo, con exageración. Sin embargo, todos los fervientes partidarios del andino querían vengarse de esa injusticia del destino. Desde el paseíllo escenificó que el único protagonista era él. Por mucho que dos sevillanos de cuna y de alma, Morante de la Puebla y Pablo Aguado, se anunciaran la misma tarde. Pero un convidado de piedra para el gran público logró en el tercer toro volver escandalosa a Sevilla, arrodillar a Morante y aplacar a ese tifón del Perú. Las templadas y suaves maneras que, con capote y muleta, desplegó en la tarde alcanzaron el corazón de Sevilla, ya nadie se acordó de Roca Rey, ni el mismo Andrés. Pablo Aguado ante los dos toros mostró su toreo clásico y se expresó delante el toro, lo que siempre buscó desde novillero.

 

Tras esa eclosión de toreo en Sevilla, fue convocado, ocho días después, a la revalida. Y, esta vez, en Madrid. Ciertamente, su presencia supuso un tirón de última hora en la taquilla. Ahí empezó el efecto taquillero de este selecto torero. El ganado no disgustaba en exceso al aficionado: Montalvo. Sin embargo, la fortuna, o la tragedia, nos llevó a límites insospechados de desesperación, de desencanto. Luis David Adame desperdició dos toros con los que encumbrarse. Quizá no estuvo tan mal, pero todos lamentábamos que no le hubieran correspondido al de Sevilla. Tras su actuación en el sexto de la tarde, Pla Ventura lo canonizó. Él y muchos más. Quien fue capaz de alborotar a Sevilla, silenció a Madrid. Tanto que en el cierre del ciclo, él solo colgó el “no hay billetes”. Aquella tarde no hubo fortuna. Cuando muchos acudieron a la plaza para sacarlo a hombros, el torero salió por la puerta de la enfermería. Esto también es ser torero.

 

A partir de estos grandes hitos, el sevillano se prodigó por muchas ferias de provincias. Casi tantos han sido sus triunfos: Nimes, Huelva, Palencia, San Sebastián de los Reyes, Ronda… Quinto del escalafón, con cuarenta y un festejos. Habrá quien crea que sean muchos, aunque yo, sinceramente, defiendo lo contrario. En estos tiempos que nos ha tocado parecer, la cultura y la comunicación taurina brilla por su ausencia. Por tanto, la única forma de darse a conocer es dejándose ver en los ruedos de toda la piel de toro. Y a poder ser triunfando en cada uno de ellos. De todos modos, las dramáticas cifras de este año dejan en que quedar quinto del escalafón sea algo irrelevante: han sido solo cuarenta y un paseíllos. El único reproche a su planteamiento de temporada es la ausencia de “encuentros” con Roca Rey. Pero eso ya lo hablaremos en su momento…

 

Cuando se trata el fenómeno de Pablo Aguado, es indudable que no se está solo ante un nuevo torero, quizá tampoco ante una nueva moda. Es lisa y llanamente una reivindicación, desde la personalidad propia en los toreros hasta el metraje de las faenas. Ha aportado naturalidad y clasicismo -en definitiva, luz- a los tiempos del toreo agarrotado, manierista y especulativo. Para que el fenómeno fuera completo, aunque sinceramente lo veo casi imposible, una mera ilusión, no estaría de más que matara alguna corrida de la Quinta, por ejemplo. Y sin olvidarme del mal uso de la espada, fundamentalmente, de la pésima ejecución de la suerte. En consonancia con lo indicado en el párrafo anterior, necesita triunfos para no caer en el ostracismo, otra vez. Y esos triunfos requieren de un certero y afilado estoque.

 

Sin ánimo de aburrir demasiado al paciente lector, no puedo acabar sin reseñar algunos aspectos a tener en cuenta. Remitiendo a los que escribí este verano(sé que es burda la autocita), la peliaguda situación y la peligrosa salud de la Fiesta no pueden permitirse la desaparición de este torero. Pablo Aguado no puede ser la novia que eternamente está por llegar, pero que nunca llega, como Morante; tampoco puede acumular silencios y contar oportunidades desaprovechadas, como el mejor torero del escalafón, Diego Urdiales. Y sería crimen que, en su marcha por el desierto, se dejara corromper por alguna de las tres tentaciones: la vulgaridad, las ventajas y la comodidad. Y quizá debería batallar hasta las últimas de las consecuencias para que se aparejaran él y Roca Rey. Hacer la guerra por separado solo conduce a la derrota.

 

Por Francisco Díaz.