La temporada 2019 estaba llamada a ser la del relevo. Se confeccionó e ideó para que Andrés Roca Rey arrebatara el cetro del toreo a Julián López, “El Juli”. Sus aptitudes y actitudes lo impulsaban y apoyaban en semejante empresa. Sin embargo, no tuvo a la suerte -o al Dios de los toros- a su favor. La lesión en el brazo, sobre la que tanto se ha teorizado, dio al traste su temporada y su futuro a corto plazo de la Tauromaquia. Es, sin duda, incuestionable que alcanzará el hito. No sabemos cuándo, sí sabemos que en el 2019 no fue.

 

El toreo largo, profundo y, a veces, destemplado de Roca Rey, insolente sobre el albero, ha sido sencillamente revolucionario en el panorama taurino. Con la férrea oposición de los sectores más selectos y exigentes de la afición, el peruano tiene la virtud, y el poder, de ser el más taquillero. Las formas poco ortodoxas junto con la mano bajay el volapié más perfecto y sincero del momento, conviven en el antitético y particular registro de Roca Rey. Ahí, en unión en su contrastado valor, radica la clave del éxito de este torero. Habrá quien se fije en la lenta forma de ejecutar la suerte suprema, destapando y esperando la muerte; otros se cautivarán de sus inverosímiles “arrucinas”. Es del todo incontestable la importancia de este torero en el momento actual, aunque pudiera ser mucho mayor…

 

La temporada, en Valencia, irrumpió con mucha fuerza. Tres orejas en la corrida de Victoriano del Río, el viernes 15 de marzo. Llegó Sevilla, que merece mención aparte. Madrid, en sus dos primeras actuaciones, levantó la máxima expectación. El bombo, el famoso bombo de Simón Casas, quiso que los destinos de Adolfo Martín y Andrés Roca Rey se unieran en la tarde del 30 de mayo. Los enemigos del peruano afilaban los cuchillos. Sus partidarios calentaban hombros y nuca para sacarlo en volandas. El resultado fue positivo para el torero, aunque no alcanzara las expectativas generadas. Pudo constatar, en sus propias carnes, lo que es matar algo distinto a lo de siempre. Mejor fue su actuación en su segundo, que en el primero, por el mar de dudas que, comprensible y previsiblemente, le asaltaron. De todas formas, la tarde relevante, desde la óptica resultadista, fue la del 22 de mayo. Un huracán apisonó a Madrid. Hay quien (vino) a ser Rey. A partir de ahí, y como se acreditó en la actuación de junioen Madrid, la dolencia física prevaleció y castigó. Castigó mucho.

 

En el párrafo anterior, he dicho que su paso por Sevilla, especialmente en Feria -en sentido amplio-, requería mención aparte, pues aquí radica el quid de mi modesto comentario sobre su temporada y, por ende, sobre su carrera. Fueron dos tardes, dos viernes: 3 y 10 de mayo. En el primero, tuvo lugar el desiderátum. La plaza en pie pidió el rabo. ¡El rabo! A todas luces, fue un exceso. Bajo mi humilde punto de vista, no se le concedió por caer en la tentación de armar la noria en un par de ocasiones. Sin embargo, haber cortado solo dos orejas le impidieron ver Triana. Ello provocó que, una semana más tarde, todo estuviera resuelto para que fuera lanzado por la Puerta del Príncipe. Toda ella fue de él, incluso la insolente escenografía del paseíllo, hasta que llegó el tercer toro. El que a priorihabía de ser un mero convidado de piedra irrumpió. Se hizo con la tarde y la Feria. También con parte de la temporada. Pablo Aguado.

 

Dos toreros distintos entre sí y del resto. Complementarios. Tanto que ambos juntos cumplen el dicho: los del valor, a mandar, y los del arte, a acompañar. He de admitir que esta asociación entre la cita y ambos toreros no es mía, sino de Domingo Delgado de la Cámara. Pero la hago mía pues no puedo estar más de acuerdo. Emparejar a Roca Rey y a Pablo Aguado supondría el fin del antiguo régimen. Lo más probable es que rompieran las barreras presuntamente infranqueables de la opinión pública y de la opinión publicada. La afluencia de público y el interés general lo harían. Son tan complementarios que, por Aguado, muchos están dispuestos a hacer miles de kilómetros; y Roca Rey es el torero, hoy en día, que mejor y más llega al gran público. A lo largo de la historia del toreo, han sido muchas las parejas que, por interés personal y empresarial, han unido sus designios en la aventura del toro y del toreo. Son muchos los ejemplos, aunque citaré solo a dos: Joselito y Belmonte, Aparicio y Litri. Una enorme rivalidad en los ruedos que atraía a gentes diversas y variopintas, sin perjuicio de una extraordinaria relación en lo personal. Es más, Aparicio y Litri compartían, incluso, apoderado.

 

Dicho todo lo anterior, parece obvio, además de crucial, establecer un nuevo dúo torero. Dos rivales que revolucionen el cotarro. Sin embargo, no siempre todo lo obvio acaba siendo real. Lo cierto es que la tarde del 10 de mayo, Roca Rey quedó absolutamente noqueado. Fue incapaz de afrontar su segundo toro con la frescura e inteligencia que tanto le caracteriza. Y, desde entonces, todo parece indicar que bloquea a Aguado en los despachos. Según apuntaba días atrás Joaquín Toledo Ramo, quiere excluirlo del cartel de Resurrección. Aguado, por su parte, veta a la ganadería de Garcigrande-Domingo Hernández, que es lo mismo que pedir la de Cuvillo, patrimonio exclusivo de Roca. Si quieren más evidencias, fíjense cuántas veces se acartelaron ambos juntos tras Sevilla: dos. Y ambas ventajistas: la del 26 de agosto en Colmenar Viejo que se firmó a sabiendas de la dificultad de que Roca toreara; y la del 30 de agosto en Bayona que se firmó antes de la Feria de Abril. ¿Necesitan más evidencias?

 

Esta búsqueda de toda ausencia de competencia puede deteriorar la carrera y, sobre todo, la imagen pública del diestro. Me explico. Son vox populilos motivos del declive de la carrera de Rafael Guerra, “Guerrita”. Ejerció en solitario el mando en el toreo. Nadie la contrarrestaba su poder. Como un gran dictador. Sus abusos, su carácter y la monotonía de cada tarda despertó la animadversión en los públicos. Tanta que se vio obligado a retirarse y no ser recordado como el extraordinario torero que fue, ni siquiera sus aportaciones a la Fiesta de los Toros, como que el toro hiciera presa en el caballo para quebrantarse. No le estoy deseando a Roca Rey la misma suerte que al Guerra, ni afirmó con rotundidad que su carrera pueda adoptar los mismos designios. Pero sí le animo a seguir el ejemplo de Joselito, quien vio en un incipiente y precario Belmonte –“darse prisa en ir a verlo”- la vía para evitar la misma suerte que a Rafaé. Y esto es, sin duda, responsabilidad del peruano, pues, como he dicho, él es el del valor.

 

Por Francisco Díaz.